Principios de unidad de las civilizaciones orientales (III)

La civilización china es, como lo indicamos ya, la única cuya unidad es esencialmente, en su naturaleza profunda, una unidad de raza, y su elemento característico, bajo este concepto, es lo que los chinos llaman "gen", concepción que se puede traducir, sin mucha inexactitud, por "solidaridad de la raza". Esta solidaridad que implica a la vez la perpetuidad y la comunidad de la existencia, se identifica por lo demás a la "idea de vida", aplicación del principio metafísico de la "causa inicial" a la humanidad existente; y de la transposición de esta noción en el dominio social con el empleo continuo de todas sus consecuencias prácticas, nace la estabilidad excepcional de las instituciones chinas. Esta misma concepción permite comprender que la organización social toda entera descansa aquí en la familia, prototipo esencial de la raza; en Occidente se habría podido encontrar algo semejante hasta cierto punto, en la ciudad antigua en la que la familia formaba también el núcleo inicial, y en la que el mismo "culto de los antepasados", con todo lo que implica efectivamente, tenía una importancia de la que con dificultad se dan cuenta los modernos. Sin embargo, no creemos que, en ninguna parte fuera de China, se haya ido nunca tan lejos en el sentido de una concepción de la unidad familiar que se opone a todo individualismo, suprimiento por ejemplo la propiedad individual y por lo tanto la herencia, y haciendo en cierto modo imposible la vida al hombre que, voluntariamente o no, se encuentra separado de la comunidad de la familia. Ésta desempeña en la sociedad china, un papel tan considerable por lo menos como el de la casta en la sociedad hindú, y que le es comparable en ciertos puntos; pero su principio es del todo diferente. Por lo demás, la parte propiamente metafísica de la tradición está netamente separada de todo el resto en China, más que en cualquier otro lugar, es decir, en suma, de sus aplicaciones a diversos órdenes de relatividades, sin embargo, no hay que decir que esta separación, por profunda que pueda ser, podría ir hasta una absoluta discontinuidad que tendría por resultado privar de todo principio real las formas exteriores de la civilización. Esto se ve demasiado en el Occidente moderno en el que las instituciones civiles despojadas de todo valor tradicional pero arrastrando consigo algunos vestigios del pasado, incomprendidos en lo sucesivo, hacen a veces el efecto de una verdadera parodia ritual sin la menor razón de ser, y cuya observancia no es propiamente más que una "superstición", en toda la fuerza que da a esta palabra su acepción etimológica rigurosa.
Hemos dicho bastante para mostrar que la unidad de cada una de las grandes civilizaciones orientales es de un orden distinto al de la civilización occidental actual, que se apoya en principios mucho más profundos e independientes de las contingencias históricas y por lo tanto eminentemente aptos para asegurar su duración y su continuidad. Las consideraciones precedentes se completarán por sí mismas, en lo que va a seguir, cuando tengamos ocasión de tomar en una u otra de las civilizaciones en cuestión los ejemplos que serán necesarios para comprender nuestra exposición.
Continúa...
René Guenon, Introducción al estudio de las doctrinas hindúes
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