jueves, 17 de octubre de 2019

Golfo de Urabá

Dios lo quiera
que vos también
igual que yo,
y viceversa,
te sientas conmigo
y contigo
todo lo bien
que te hace bien;
y ya sabes,
cuando llegues
al cielo
pregunta
por mí,
aunque hayan pasado
tras la tregua
y el ardid
años,
amores,
y de estos días
de la causa
y del encuentro
inesperado
no queden,
de puro azar,
exiliados en un libro,
acurrucados,
más que
Benedetti,
Avellaneda,
sus cuentos
sus poesías
y aquel niño de ojos pequeños
gritando ¡rojo! ¡rojo!
¡no cuentes conmigo profesor
ni hasta dos ni hasta tres!
¡no te salves ahora!

Mi táctica,
mi estrategia
se quebraron
antes que tú
me enseñaras a volar,
pero al fin aprendí
alelado
como tú me sugeriste
tras los hilos
de aquella mariposa
a las dos de la tarde
en aquel cine vacío
donde sólo cabíamos
tú conmigo
yo contigo.

Nada me hará tan feliz
como volverte a ver
en el paraíso,
asomados al hueco
de una ventana
del más bello
jardín del edén,
desde donde mirar
absortos,
tomados de la mano,
el Golfo de Urabá,
el pueblo alegre
el continente en paz.

A pesar de nosotros
que no supimos,
a pesar de ellos
que no quisieron.

(JR, 2002)

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