domingo, 19 de julio de 2009

Mi testamento filosófico (VI)







De cómo Blaise Pascal vino a mi cabecera a interrogarme sobre mis razones para creer en Dios (IV)









-¿Cómo? ¿Lo Absoluto no puede ser llamado Dios?

-Por supuesto que sí.

-¿Y Dios no puede ser llamado lo Absoluto?

-Seguro que sí.

-Entonces, ¿por qué distinguir?

-Esas dos palabras designan una realidad idéntica; evocan dos ideas diferentes. El término "Absoluto" representa en nuestro pensamiento el Origen radical, el Principio fundamental del ser y del espíritu, absolutamente Primero, que se mantiene eternamente, imperecedero y sin origen, el Ser cuya vida contiene todas las cosas. Nada más, aunque esto no es poco.

Sin embargo, la idea de Dios es todavía más rica. Incluye todo lo que se ha dicho de lo Absoluto, y alguna cosa más.

-¿Y qué, entonces?


-Cuando se pronuncia esa palabra enorme: "Dios", se piensa en lo Absoluto como en alguien. Ese Absoluto es un ser que piensa, quiere, ama. Dios es alguien a quien se puede rezar.


-La idea de Dios es pues la de un Absoluto que a la vez es Personal.


-Exactamente, Pascal. Dios, en el sentido amplio, es lo Absoluto. En el sentido estricto, es más que lo Absoluto, es Dios.


-Pero, ¿no puede concebirse un Absoluto que no fuera Dios?


-¡Muchos han pensado en ello! Toda la cuestión consiste justamente en saber si lo Absoluto es Dios o no. Déjeme decirle el fondo de mi pensamiento. Demostrar la existencia de lo Absoluto no me interesa demasiado pues, según creo, casi todo el mundo admite la existencia de lo Absoluto. Así, todo el mundo cree en Dios en el sentido amplio.


-¿Por qué?


-Es un hecho. Hablaremos de ello nuevamente, si quiere. Pero le repito, Pascal, que, para mí, la existencia de lo Absoluto no es el gran problema. Puesto que la existencia de lo Absoluto está en realidad fuera de duda, la verdadera cuestión es saber si Dios, en el sentido estricto, existe o no.


-Guitton, resumo: Dios, en el sentido amplio es admitido por todos. Solo es cuestionable Dios en el sentido estricto.


-Perfectamente.


-Se lo concedo, para ver. Pero volveremos sobre el tema. Por consiguiente, según usted, la opción no está entre creer en Dios y ser ateo, sino entre dos creencias: la una en un Absoluto no Personal, la otra en un Absoluto Personal.


-Es eso, exactamente: entre lo Absoluto Personal y Trascendente por un lado, y lo Absoluto no Trascendente por el otro. En términos técnicos se trata de optar entre el teísmo y el panteísmo. Reflexionar sobre esa opción ocupó toda mi vida, por ejemplo, cuando comparé, en mis tesis, las relaciones del tiempo y de la eternidad en Plotino y San Agustín, o el concepto de desarrollo en Hegel y Newman. Dos ideas de Dios, dos ideas del hombre, dos ideas de las relaciones entre la eternidad y el tiempo, por lo tanto también dos ideas del destino.


-Explíqueme mejor los términos de esa opción. ¿Qué entiende usted por panteísmo?


-Deseando reunir todo en la unidad de una sola representación, el panteísmo encierra en sus redes todo lo que es, todo lo que puede ser y junta esa inmensa masa, esa infinidad tal vez, en el único concepto de totalidad. El Gran Todo. Para comprender mejor cómo ese Gran Todo puede ser una unidad inteligible, imagina una Sustancia única o un Sujeto único, donde todo se reuniría, se ligaría y, en definitiva, se fundiría. La Totalidad infinita, al no dejar nada fuera de ella, reposaría en sí misma, basada en su propia Sustancia.


-¿Y nosotros, en todo eso?


-Un engranaje insignificante en sí mismo, divino por su fondo y por su esencia. Nosotros seríamos lo Absoluto pero no lo sabríamos. Mientras no lo sabemos, existimos. Y cuando lo sabemos ya no existimos y no hay más que lo Absoluto.


-¿Y qué es el teísmo, Guitton?


-Es el otro concepto. Dios no es la totalidad, ni la sustancia de la totalidad, ni el sujeto de la totalidad. No se define en relación con la totalidad. Por otra parte, esa totalidad no es divina, no tiene derecho a la mayúscula. Dios es trascendente, personal, libre y creador. Ha creado libremente; nadie lo obligaba a hacerlo. Nada se parece más a Dios que los seres personales. De una manera sublime pero real, Dios conoce, Dios habla, Dios quiere, Dios ama.


-Ese Dios teísta ¿no es una imaginación antropomórfica?


-Y el hombre, ¿no es una realidad teomórfica?


-Hacemos a Dios a nuestra imagen.


-Y Dios nos hace a la suya. Cierto antropomorfismo, Pascal, está basado en la realidad del teomorfismo. Cierto antropomorfismo, no cualquiera.


-Entonces, según usted, Guitton, ¿se trata de elegir entre esas dos ideas de lo Absoluto?


-Sí, y también entre dos ideas del hombre y de su salvación. Para mí, el único problema importante es cómo hacer esa elección. Hude, uno de mis discípulos, ha profundizado el tema en un libro, Prolegómenos, donde todo es admirable, salvo el título, que es absurdo.


-¿Pero es de esa manera como nuestros filósofos plantean frecuentemente el problema?

-Creo que es así como hay que plantearlo, si se quiere estar a la altura del mundo presente.

-Tiene razón, Guitton. Poner en primer plano la opción entre teísmo y ateísmo es un punto de vista demasiado occidental. Semejante opción opone, sobre todo, al Occidental cristiano y el Occidental no cristiano.

-¡Evidente! El ateo es un teísta que ha cesado de creer en Dios y se imagina no creer más en lo Absoluto. Si quisiera reflexionar comprendería que al cesar de creer en Dios se ha puesto a creer automáticamente en una de las formas de lo Absoluto no Personal. Por consiguiente, no es ateo en el sentido amplio, porque no es ateo de Dios en el sentido amplio, es decir ateo de lo Absoluto. Solo es ateo en el sentido estricto, es decir de Dios en el sentido estricto.

-Pero de todos modos es ateo.

-Sí, pero no más que cualquiera. Yo también soy ateo, y usted también, Pascal, es ateo. Usted es ateo del Dios de los estoicos, del Dios de Giordano Bruno y del Dios de Pomponazzi, como yo soy ateo del Dios de Spinoza, del Dios de Hegel, del Dios de Tayne y de Renan.

-Debemos resignarnos. Siempre somos ateos de algún Dios.

-Y también incrédulos de alguno. Pero siempre se es demasiado piadoso, aunque no nos demos cuenta. Lo que más falta a nuestros cristianos, Pascal, es ser ateos. Yo soy ateo del Dios de Nietzsche, del Dios de Marx, del Dios de Freud. Un ateo jubiloso, un ateo impío.

-El Devenir, la Historia, el Inconsciente, siguen siendo Absolutos.

-Y hasta la Nada es todavía un Absoluto. Así como me ve, Pascal, yo soy archiateo de la Nada. Y Bergson era como yo.

-Habría que decir a los curas de París que hicieran sermones sobre el tema.

-Si se dijera a los buenos cristianos que son ateos, ya no tendrían tanto miedo de decir que creen en Dios.

-Se sentirían muy orgullosos. Imagínese ¡ateos como los incrédulos!

-Me gusta Voltaire. Por otra parte, él se inspiró en sus Provinciales y le dio un puntapié como agradecimiento. A pesar de eso, sigue siendo mi modelo de escritura, y hasta de pensamiento. Sepa que soy voltaireano hasta médula de los huesos.

-Pero usted es ateo de los dioses de Voltaire.

-Naturalmente.



Continúa...

Jean Guitton, Mi testamento filosófico

La taberna de la Historia (XVI)



Lo que dura una rosa









Amerigo cuenta la muerte de Simonetta:

Vivió lo que dura una rosa. Era de ayer su aparición en el torneo. Giuliano le consagró la victoria, y la multitud, más que aclamar al vencedor, festejó a Simonetta. Yo había llegado a la piazza della Santa Croce con los de su cortejo, y estando muy cerca la vi seguir el curso de la pelea, radiante en la alegría cuando Giuliano acertaba, ansiosa en todo momento, feliz hasta las lágrimas con el triunfo. Giuliano paró en seco su caballo de plata y terciopelo frente a nuestra tribuna y la saludó. Ella, con un leve tinte de rubor, devolvió el homenaje. Irradiaba una gracia honesta y una leve sonrisa que convertía la proeza en desenlace natural. Me pasó un pensamiento que todavía me asalta: ¿Giuliano no envidiaría que su triunfo se trocara en gloria ajena: la de la dama por él mismo señalada? Todos gritábamos a una: "Palla! Palla!", divisa de los Médici... Pero el grito era para envolver en un remolino de ovaciones a la divina reina consagrada.

El día estaba de sol radiante y claro cielo azul. En muchedumbre, salimos de Santa Croce della Signoria, y se fue volcado por toda Florencia el vocerío. Se bebía y se cantaba. Laúdes, flautas, violines y timbales movían el baile y la canción. Nunca antes pensábamos, pudo tanto en la república la presencia de una mujer hecha toda de gracia. El poder de los Médici que pudo ser muchas veces tiránico, quedaba, por el gesto de Giuliano, transformado en un momento musical. Llegó Simonetta a casa, y los poetas y los músicos, y las amigas que fueron las mismas de la Danza de la Primavera en el cuadro de Sandro. Ella parecía apenas alterada por esa gigantesca serenata que venía de las calles, de las plazas, del valle y sus colinas, a saludar la gloria de su frente soñadora, de sus miradas con un remoto toque de tristeza.

¿Y ahora? Verla ahí metida en la caja de la muerte, dormida para siempre, cerradas las ventanas de sus ojos como si quisiera entrar serena al misterio tenebroso. Porque no parecía muerta sino la Bella Juventud Durmiente. Con nosotros estaba Sandro, Piero di Cósimo, Domenico Ghirlandaio, que habían de recordar con sus pinceles su imagen, con sus poemas su gracia, y Giuliano, cuya muerte no estaba lejana, y las compañeras suyas, las de las danza que fueron la maravilla de Florencia. Yo era un mozo sin destino, y me pregunto si, como he podido ser pintor, por qué no fui poeta o músico. Estas cosas no pueden proyectarse sino por los caminos del arte.

La calle estaba más apretada de gente que en el día de la locura del torneo. Florencia, toda ahí, para verla partir. La cruz de plata y los ciriales, de plata, y las luces de los cirios y el silencio. Un silencio que iba de la calle hasta el tope de las colinas. Se oía a distancia, solo, el ruido de las aguas del Arno. En torno al féretro, el estupor. La caja, destapada. La cabeza reposando sobre un cojincito recubierto de encajes, y una ancha cinta coronándole la frente, con el escudo de los Médici en el centro. Recuerdo de la fiesta del torneo... Leonardo, que asistía como todos a esta despedida, dibujó con minuciosidad esta última imagen suya, que quedó a modo de recuerdo fotográfico. Como ocurre cuando se apagan laúdes, flautas, violines y timbales..., el silencio mudo tenía dentro un rumor perdido de músicas lejanas. Sandro Botticelli, en protesta contra este triunfo de la muerte, le devolvió la vida mostrándola toda desnuda y toda gracia en el Nacimiento de Venus, la fabulosa cabellera en hilos de oro desatada, mecida por las aguas del mar.

Continúa...
Germán Arciniegas, La taberna de la Historia

SE COMO ERES - Por Ezequiel Martínez Estrada



Sé como eres




Alma mía, domina tu tentación y labra

la pauta inalterable donde encuentres la fuente

de consulta; coloca sobre cada palabra

la previsión que sabe y la intuición que siente.

Alma mía, domina la tentación y cuida

que la hidra heptocéfala que convive contigo

sea a lo más el can que custodie tu vida,

pero nunca la bestia de furor enemigo.


Despójate de todo cuanto adquiriste en vano.

Ten dulzura de madre, tolerancia de hermano,

paciencia de maestro y confianza de esposa.

Y sé en sombra intensa que te circunda, un vivo

lucero francamente trémulo y pensativo.

En la lóbrega noche esa poquita cosa.




Por Ezequiel Martínez Estrada
Oro y Piedra, 1918