viernes, 19 de diciembre de 2008
Los crímenes de la rue Morgue (VII)
viernes, 12 de diciembre de 2008
El rey Arturo y sus caballeros - Merlín (II)
jueves, 11 de diciembre de 2008
La taberna de la Historia (VII)
Por qué Castilla
Colón se explicó de esta manera:
Llegué a la convicción de que podría llegarse al Oriente saliendo hacia el Occidente. La tierra era esférica y lo había dicho el maestro Toscanelli. Tenía un dato cierto de quien había llegado al otro lado. Solo necesitaba encontrar la república o el rey que se prestara a correr el riesgo con las naves. No pasó por mi imaginación en un principio, Castilla. Lo natural sería cualquier nación marinera. Las repúblicas italianas habían sido las primeras en arruinarse cuando los turcos cerraron el camino de la canela, la pimienta y las perlas. Venecia lo había perdido todo. Florencia ya no pudo vestir de seda. Génova vio caer uno a uno sus mercados en Pera, Quíos, Caffa, Trípoli, Siria... Tenté interesar a los genoveses sin éxito. La fatalidad me había llevado a Portugal, náufrago. Entonces hube de refugiarme en Lisboa. Llegué así a la escuela de navegantes del mundo. Don Enrique había dado increíble impulso a las expediciones que buscaban el camino de las Indias doblando la punta del continente africano. Me nació una pasión aventurera. Leí los libros que orientaron mi vida: Marco Polo, Pedro Alliaco, Piccolomini. Conocí el almanaque de Zacuto. Y a Felipa de los Perestrello. Tenía éxito entre las mujeres. Era bien parado, pelirrojo y misterioso. Felipa vino a ser mi mujer. Vi con desdén a los mareantes que pensaban en el largo camino del cabo de la Buena Esperanza, cuando yo podría reducir la mitad del viaje yendo en derechura al Japón a través del Atlántico. Propuse esta manera de hacer las cosas al revés. Me traicionaba cierta altivez al presentar proyectos que los portugueses creían estaban mejor estudiados por sus pilotos. En Lisboa estaba Bartolomé, mi hermano, que comerciaba en libros y mapas, y hacía sus propias cartas geográficas... Con él pensamos convencer a otros soberanos. Al rey de Francia, con más costas sobre el Atlántico que Portugal, y ya el reino de mayor prestigio. O al rey de Inglaterra, destinada a ser la potencia de todos los mares. No se hizo nada. Un impulso misterioso me hizo volver los ojos a Castilla...
Un reino que llevaba siglos de luchar con los moros sin caudillaje en el mar ¿qué? Designios de Dios... La guerra de los siete siglos iba a terminar, y frente a Granada vencida habría de celebrarse la última entrevista de Isabel y Fernando, mis soberanos, con el rey moro vencido y la firma de las capitulaciones para mi viaje a las Indias. Isabel era entrada en los cuarenta y se desempeñaba en este final de la guerra como la Juana de Arco sensacional. Le caí bien. Tenía yo su misma edad y una arrogancia parecida. Le conté mi secreto sobre el náufrago que me había hecho el relato a la otra orilla y me di cuenta de que valía más una mujer que no haya leído a Ptolomeo que los sabios de Salamanca o los reyes de Francia o Inglaterra. Lo que pudo darle a Portugal el señorío de todos los mares sacó de la nada a Castilla la patrona del océano. Y pasó lo que luego se ha visto. Que durante un siglo no hubo colonias que decoraran un imperio en el Nuevo Mundo sino las de Castilla. Puede decirse que todo fue América española en los primeros cien años. Portugal mismo se quedó en los bordes de Sudamérica. Es lo que he venido a saber, regresando de ultratumba. Lo que yo puedo contar de mí mismo es que el origen de este vuelco de la Historia hay que buscarlo en los coloquios que tuvieron en Santa Fe cuando, a la sombra del rey moro caído nació la travesía del Atlántico.
Parece excesivo que hubiera exigido yo el título de Almirante del mar Océano y virrey de las Nuevas Tierras. Pero ¿no iba a dar a los reyes, mis amos y señores, más tierras y mares e islas y ríos y naciones que todo cuanto hasta entonces eran los dominios de Castilla? ¿No a llenar sus bolsas exhaustas de oro? ¿No traería perlas en zurrones y esclavos y cargamentos de palo brasil? ¿No a entregarles lo que nunca habían soñado cuando todo era cuitas en palacio? ¿No me lo dijo el mismo Dios de nostros, los cristianos, cuando me vio tan afligido y con más lágrimas que agua tiene un río saliendo de mis ojos sin consuelo?
Continúa...
Germán Arciniegas, La taberna de la Historia
El viejo y el mar (VII)
Generalmente, cuando olía la brisa de tierra despertaba y se vestía y se iba a despertar al muchacho. Pero esta noche el olor de la brisa de tierra vino muy temprano y él sabía que era demasiado temprano en su sueño y siguió soñando para ver los blancos picos de las islas que se levantaban del mar y luego soñó con los diferentes puertos de las islas Canarias.
No soñaba ya con tormentas ni con mujeres ni con grandes acontecimientos ni con grandes peces ni con peleas ni con competencias de fuerza ni con su esposa. Solo soñaba ya con los lugares y con los leones en la playa. Jugaban como gatitos a la luz del crepúsculo y él les tenía cariño lo mismo que al muchacho. No soñaba jamás con el muchacho. Simplemente despertaba, miraba por la puerta abierta a la luna y desenrollaba sus pantalones y se los ponía. Orinaba junto a la choza y luego subía por el camino a despertar al muchacho. Temblaba con el frío de la mañana pero sabía que temblando se calentaría y que pronto estaría remando.
La puerta de la casa donde vivía el muchacho no estaba cerrada con llave; la abrió con sigilo y entró descalzo. El muchacho estaba dormido en un catre en el primer cuarto y el viejo podía verlo claramente a la luz de la luna moribunda. Le cogió nuevamente un pie y lo apretó hasta que el muchacho despertó y se volvió y lo miró. El viejo le hizo una seña con la cabeza y el muchacho cogió sus pantalones de la silla junto a la cama y sentándose en ella se los puso.
El viejo salió afuera y el muchacho vino tras él. Estaba soñoliento y el viejo le echó el brazo sobre los hombros y dijo:
- Lo siento.
- Qué va- dijo el muchacho-. Es lo que debe hacer un hombre.
Marcharon camino abajo hasta la cabaña del viejo; y a lo largo de todo el camino en la oscuridad se veían hombres descalzos portando los mástiles de sus botes.
Cuando llegaron a la choza del viejo el muchacho cogió los rollos de sedal de la cesta, el arpón y el bichero, y el viejo llevó el mástil con la vela arrollada al hombro.
- ¿Quiere usted café?- preguntó el muchacho.
- Pondremos el aparejo en el bote y luego tomaremos un poco.
Tomaron café en latas de leche condensada en un puesto que abría temprano y servía a los pescadores.
- ¿Qué tal ha dormido viejo?- preguntó el muchacho.
Ahora estaba despertando aunque todavía le era difícil dejar un sueño.
- Muy bien, Mamolín -dijo el viejo-. Hoy me siento confiado.
- Lo mismo yo -dijo el muchacho-. Ahora voy a buscar sus sardinas y las mías, y sus carnadas frescas. El dueño trae él mismo nuestro aparejo. No quiere nunca que nadie lleve nada.
- Somos diferentes -dijo el viejo-. Yo te dejaba llevar las cosas cuando tenía cinco años.
- Lo sé -dijo el muchacho-. Vuelvo enseguida. Tome otro café. Aquí tenemos crédito.
Salió, descalzo, por las rocas de coral hasta la nevera donde se guardaban las carnadas.
El viejo tomó lentamente su café. Era lo único que tomaría en todo el día y sabía que debía tomarlo. Hacía mucho tiempo que le mortificaba comer y jamás se llevaba almuerzo.
Tenía una botella de agua en la proa de la barca y esto era lo único que necesitaba para todo el día.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Animula, Vagula, Blandula (VII)
martes, 9 de diciembre de 2008
Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes (VI)
lunes, 1 de diciembre de 2008
Los crímenes de la rue Morgue (VI)
El periódico del día siguiente añadía estos detalles adicionales:
"LA TRAGEDIA DE LA RUE MORGUE.- Se ha investigado a muchas personas con relación a este extraordinario y terrible affaire (la palabra "affaire" todavía no tiene en Francia, esa poca importancia que tiene entre nosotros), pero todavía no ha aparecido nada que arroje alguna luz. A continuación facilitamos los testimonios que se han obtenido hasta el momento.
"Pauline Duvourg, lavandera, declara que conocía a las dos fallecidas desde hacía tres años, durante los que había lavado su ropa. La vieja dama y su hija parecían en buenas relaciones, y sentían un gran afecto la una hacia la otra. Eran excelentes pagadoras. No puede decir nada respecto a su modo o medios de vida. Cree que madame L. decía la buenaventura para ganarse la vida. Tenía fama de poseer algún dinero ahorrado. Nunca encontró a ninguna persona en la casa cuando acudía a buscar la ropa o la devolvía una vez limpia. Está segura de que no tenía ninguna servidumbre empleada. Parecía no haber muebles en ninguna parte del edificio excepto en el cuarto piso."
"Pierre Moreau, estanquero, declara que acostumbraba pequeñas cantidades de tabaco y rapé a madame L' Espanaye desde hacía unos cuatro años. Nació en el vecindario y siempre ha vivido en él. La fallecida y su hija llevaban ocupando la casa en la que fueron hallados los cadáveres desde hacía más de seis años. Anteriormente estaba ocupada por un joyero, que arrendó las habitaciones superiores a varias personas. La casa era propiedad de madame L. Se sentía poco satisfecha con los abusos cometidos por su inquilino así que se trasladó a vivir ella, negándose a alquilar ninguna parte. La vieja dama era un tanto senil. Algunos testigos habían visto la hija unas cinco o seis veces durante los seis años. Ambas vivían una vida completamente retirada; se decía que tenían dinero. Ha oído decir entre los vecinos que madame L. decía la buenaventura... él no lo cree. Nunca ha visto a ninguna persona entrar por su puerta excepto a la vieja dama y su hija, un recadero una o dos veces, y un médico unas ocho o diez veces."Muchas otras personas, vecinos, afirmaban lo mismo. No se sabe de nadie que frecuentara la casa. No se sabe tampoco si madame L. y su hija tenían algún pariente vivo. Los postigos de las ventanas delanteras raras veces estaban abiertos. Los de la parte trasera estaban siempre cerrados. Excepto los de la gran habitación trasera del cuarto piso. Era una buena casa no demasiado vieja.
"Isidore Musét, gendarme, declara que fue llamado a la casa hacia las tres de la madrugada, y halló unas veinte o treinta personas en la puerta, intentando entrar. Finalmente se forzó la puerta con una bayoneta, no con una palanca. Tuvieron pocas dificultades en abrirla, porque era de doble hoja y no estaba anclada ni por arriba ni por abajo. Los chillidos continuaron hasta que fue forzada la puerta..., y entonces cesaron bruscamente. Parecían ser los gritos de alguna persona, o personas, en una gran agonía, eran fuertes y prolongados, no cortos y rápidos. El testigo abrió rápidamente camino escaleras arriba. Al alcanzar el primer piso, oyó dos voces en fuerte y furiosa discusión: una de ellas una voz grave, la otra mucho más aguda, una voz muy extraña. Pudo distinguir algunas palabras de la primera, que era la de un francés. Está seguro de que no se trataba de una voz femenina. Pudo distinguir las palabras "sacré" y "diable". La voz más aguda era de un extranjero. No puede asegurar si era la voz de un hombre o de una mujer. No pudo distinguir lo que decía. Pero cree que el idioma tenía que ser español. El estado de la habitación y de los cuerpos ha sido descrito por este testigo como indicamos ayer.
"Henri Duval, un vecino, de oficio platero, decía que formó parte del grupo que entró primero en la casa. Corrobora en general, el testimonio de Musét. Tan pronto como forzaron la entrada, volvieron a cerrar la puerta para mantener fuera a la gente que se estaba acumulando muy aprisa, pese a lo tarde de la hora. La voz más aguda, cree este testigo, era la de un italiano. Está seguro de que no era francés. No está seguro de que fuera una voz de hombre. Podía ser la de una mujer. No conoce bien el italiano. No pudo distinguir las palabras, pero está convencido por las entonaciones de que quien hablaba lo hacía en italiano. Conocía a madame L. y a su hija. Había conversado con frecuencia con ambas. Está seguro de que la voz aguda no era de ninguna de las dos fallecidas."Odenheimer, restaurador, presentó voluntariamente su testimonio. Puesto que no habla francés fue interrogado mediante un intérprete. Es natural de Amsterdam. Pasaba junto a la casa en el momento de oirse los chillidos. Duraron varios minutos, probablemente diez. Eran largos y fuertes, muy horribles y angustiosos. Fue uno de los que entraron en el edificio. Corrobora las evidencias anteriores en todos los aspectos menos en uno. Está seguro de que la voz aguda era la de un hombre... un francés. No pudo distinguir las palabras pronunciadas. Eran fuertes y rápidas, desiguales, al parecer pronunciadas con miedo además de con furia. La voz era áspera, no tan aguda como áspera. No pueda llamarla una voz aguda. La voz más grave dijo repetidamente "sacré" y "diable" y una vez "mon Dieu".
"Jules Mignaud, banquero, de la firma Mignaud et fils, rue de Lorraine. Es el mayor de los Mignaud. Madame L'Espanaye tenía algunos intereses en su firma. Había abierto una cuenta en su entidad bancaria en la primavera del año... (ocho años antes) Hacía frecuentes depósitos de pequeñas sumas. Nunca había sacado nada hasta tres días antes de su muerte, cuando retiró en persona la suma de cuatro mil francos. Esta suma fue pagada en oro, y un empleado fue enviado a su casa con el dinero."Adolphe Le Bon, empleado de Mignaud et fils, declara que el día en cuestión, hacia mediodía, acompañó a madame L'Espanaye a su residencia con los cuatro mil francos guardados en dos pequeñas bolsas. Una vez abierta la puerta, apareció mademoiselle L. y tomó de sus manos una de las bolsas, mientras que la vieja dama se hacía cargo de la otra. Entonces él saludó con una inclinación de cabeza y se marchó. No vio a ninguna persona en la calle durante todo aquel tiempo. Se trata de una calle apartada, muy solitaria.
Continúa...
Edgar Allan Poe - Narraciones extraordinarias