miércoles, 30 de junio de 2010

La prisionera (10) - Marcel Proust


Volviendo a la pronunciación y al vocabulario de la Sra. de Guermantes, con esa faceta es con la que la nobleza se muestra en verdad conservadora, con todo lo que atribuye a esa palabra un cariz un poco pueril, un poco peligroso, refractario a la evolución, pero también divertido para el artista. Yo quería saber cómo se escribía en otro tiempo la palabra Jean. Lo supe al recibir una carta del sobrino de la Sra. de Villeparisis, quien firma -como lo bautizaron y figura en el Gotha- Jehan de Villeparisis, con la misma -y hermosa- h inútil, heráldica, tal como la admiramos, coloreada de bermellón o de azul de ultramar, en un libro de horas o en una vidriera.

Por desgracia, yo no tenía tiempo de prolongar indefinidamente aquellas visitas, pues no quería, en la medida de lo posible, volver después que mi amiga. Ahora bien, nunca podía obtener de la Sra. de Guermantes, salvo con cuentagotas, informaciones sobre sus atuendos que me resultaban útiles para encargar atuendos del mismo estilo -en la medida en que una muchacha puede llevarlos- para Albertine.

"Por ejemplo, señora mía, el dìa en que iba usted a cenar en casa de la Sra. de Saint-Euverte antes de ir a casa de la princesa de Guermantes, llevaba usted un vestido totalmente rojo, con zapatos rojos, estaba usted insólita, parecía como una gran flor de sangre, un rubí en llamas, ¿cómo se llamaba? ¡Podría ponérselo una muchacha?"

La duquesa, infundiendo a su rostro cansado la radiante expresión que ponía la princesa Des Laumes cuando Swann le hacía cumplidos en tiempos, miró riéndose hasta saltársele las lágrimas, con aire burlón, inquisitivo y embelesado, al Sr. de Bréauté, quien siempre estaba allí a aquella hora y hacía templar bajo su monóculo una sonrisa indulgente por aquel guirigay del intelectual, dada la exaltación física de joven que le parecía ocultar. La duquesa parecía decir: "¿Qué le pasa? Está loco". Después, volviéndose hacia mí con expresión mimosa: "No sabía yo que pareciese un rubí en llamas o una flor de sangre, pero recuerdo, en efecto, que tuve un vestido rojo: era de raso rojo, como el que se hacía en aquella época. Sí, una muchacha puede llevarlo, si no hay más remedio, pero me había dicho usted que la suya no salía de noche. Es un vestido de gran gala, no se puede ponerlo para hacer visitas".

Lo extraordinario es que de aquella velada -al fin y al cabo no tan antigua- la Sra. de Guermantes solo recordara su atuendo y olvidara algo que, sin embargo, debería -como veremos- haberle interesado mucho. Parece que en las personas de acción -y las de la alta sociedad lo son: minúsculas, microscópicas, pero, en fin, personas de acción- la mente, agotada por tener puesta la atención en lo que ocurrirá dentro de una hora, confía muy poco a la memoria. Con mucha frecuencia, por ejemplo, no era por dar el pego y parecer no haberse equivocado por lo que el Sr. de Norpoise, cuando se le hablaba de pronósticos que había emitido respecto de una alianza alemana que ni siquiera había llegado a materializarse, decïa: "Debe de estar usted en un error, no lo recuerdo en absoluto, eso no parece cosa mía, pues en esa clase de conversaciones me muestro siempre muy lacónico y nunca habría predicho el éxito de una de esas hazañas que con frecuencia son simples cabezonadas y suelen degenerar en abuso de autoridad. Resulta innegable que en un futuro lejano se podría hacer un acercamiento francoalemán, que sería muy provechoso para los dos países y del que Francia no saldría perjudicada, creo yo, pero nunca he hablado de ello, porque la pera no está aún madura y, si quiere usted que le dé mi opinión, al pedir a nuestros antiguos enemigos que se desposen con nosotros en justas nupcias, creo que iríamos derechos a un gran fracaso y lo único que conseguiríamos sería malas jugadas".

Al decir eso, el Sr. de Norpoise no mentía, había olvidado simplemente. Por lo demás, olvidamos muy pronto lo que no hemos pensado a fondo, lo que nos ha dictado la imitación, las pasiones circundantes. Éstas cambian y con ellas se modifica nuestro recuerdo. Más aún que los diplomáticos, los políticos no recuerdan el punto de vista en el que se situaron en determinado momento y algunas de sus palinodias se deben menos a un exceso de ambición que a una falta de memoria. En cuanto a la gente de mundo, recuerda poco.

Continuará...
La prisionera, Marcel Proust

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