Se acomodó confortablemente contra la madera y aceptó sin protestar su sufrimiento. Y el pez seguía nadando sin cesar y el bote se movía lentamente sobre el agua oscura. Se estaba levantando un poco de oleaje con el viento que venía del este y a mediodía la mano izquierda del viejo estaba libre del calambre.
-Malas noticias para ti, pez -dijo, y movió el sedal sobre los sacos que cubrían sus hombros.
Estaba cómodo, pero sufría, aunque era incapaz de confesar su sufrimiento.
-No soy religioso -dijo-. Pero rezaría diez padrenuestros y diez avemarías por pescar este pez y prometo hacer una peregrinación a la Virgen del Cobre si lo pesco. Lo prometo.
Comenzó a decir sus oraciones mecánicamente. A veces se sentía tan cansado que no recordaba la oración pero luego las decía rápidamente, para que salieran automáticamente. Las avemarías son más fáciles de decir que los padrenuestros, pensó.
-Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Luego añadió:
-Virgen bendita, ruega por la muerte de este pez. Aunque sea tan maravilloso.
Dichas sus oraciones y sintiéndose mejor, pero sufriendo igualmente, y acaso un poco más, se inclinó contra la madera de proa y empezó a activar mecánicamente los dedos de su mano izquierda.
El sol calentaba fuerte ahora, aunque la brisa se levantaba ligeramente.
-Será mejor que vuelva a poner sebo al sedal de popa -dijo-. Si el pez decide quedarse otra noche necesitaré comer de nuevo y queda poca agua en la botella. No creo que pueda conseguir aquí más que un dorado. Pero si lo como bastante fresco no será malo. Me gustaría que viniera a bordo esta noche un pez volador. Pero no tengo luz para atraerlo. Un pez volador es excelente para comerlo crudo y no tendría que limpiarlo. Ahora tengo que ahorrar toda mi fuerza. ¡Cristo! ¡No sabía que fuera tan grande! Sin embargo lo mataré -dijo-. Con toda su gloria y su grandeza.
Aunque es injusto, pensó. Pero le demostraré lo que puede hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar.
-Ya le dije al muchacho que yo era un hombre extraño -dijo-. Ahora es la hora de demostrarlo.
El millar de veces que lo había demostrado no significaba nada. Ahora lo estaba probando de nuevo. Cada vez era una nueva circunstancia y cuando lo hacía no pensaba jamás en el pasado.
Continuará...
Ernest Hemingway, El viejo y el mar
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