jueves, 17 de octubre de 2019

La prisionera (11) - Marcel Proust

La Sra. de Guermantes sostuvo no recordar que en la velada en la que llevaba un vestido rojo había estado la Sra. de Chaussepierre, que yo me equivocaba sin lugar a dudas. Ahora bien, ¡Dios sabe, sin embargo, lo mucho que el duque e incluso la duquesa habían pensado después en los Chaussepierre! Vamos a ver la razón. El Sr. de Guermantes era el más antiguo vicepresidente del Jockey, cuando murió el presidente. Algunos miembros del club que carecen de relaciones y sólo disfrutan votando con bolas negras contra quienes no los invitan hicieron campaña contra el duque de Guermantes, quien -seguro como estaba de ser elegido y bastante dejado respecto de aquella presidencia, que era poca cosa en comparación con su situación mundana- no se ocupó de nada.


Adujeron que la duquesa era dreyfusista - y eso que el caso Dreyfus había acabado hacía mucho, pero veinte años después se seguía hablando de él y ella sólo lo era desde hacía dos años-  y recibía a los Rothschild y que desde hacía un tiempo se favorecía demasiado a grandes potentados internacionales, como el duque de Guermantes, a medias alemán. La campaña encontró un terreno muy favorable, los clubes siempre envidian mucho a las personas que están en primer plano y detestan las grandes fortunas. La de Chaussepierre no era pequeña, pero nadie podía ofenderse por ello: no gastaba ni un céntimo, el piso del matrimonio era modesto, la mujer iba vestida con lana negra. Loca por la música, daba muchas fiestecitas vespertinas a las que se invitaba a más cantantes que en casa de los Guermantes, pero nadie hablaba de ellas, se celebraban -sin refrescos e incluso con el marido ausente- en la oscuridad de la Rue de la Chaise. En la Ópera, la Sra. de Chausepierre pasaba inadvertida, siempre con personas cuyo nombre evocaba el medio más "ultra" de la intimidad de Carlos X, pero desdibujadas, poco mundanas.


El día de la elección, para sorpresa general, la oscuridad triunfó sobre el deslumbramiento: Chausepierre, segundo vicepresidente, fue nombrado presidente del Jockey y el duque de Guermantes se quedó en la estacada, es decir, como primer vicepresidente. Cierto es que ser presidente del Jockey no representa gran cosa para príncipes de primer rango como eran los Guermantes, pero no serlo cuando te toca, ver preferido a un Chaussepierre -a cuya esposa no sólo no devolvía Oriane el saludo dos años antes, sino que, además, llegaba hasta el extremo de mostrarse ofendida al ser saludada por aquel murciélago desconocido- era duro para el duque. Afirmaba estar por encima de aquel fracaso y aseguraba, por lo demás, que debía a su antigua amistad con Swann. En realidad, no cabía en sí de cólera. Cosa bastante particular: nunca se había oído al duque de Guermantes emplear la expresión bastante trivial: "lisa y llanamente", pero desde la elección del Jockey, en cuanto se hablaba del caso Dreyfus, surgía "lisa y llanamente": "Caso Dreyfus, caso Dreyfus, es fácil decirlo y es un término inapropiado; no es un asunto de religión, sino lisa y llanamente un asunto político". Podían pasar cinco años sin que se oyera "lisa y llanamente", si durante ese tiempo no se hablaba del caso Dreyfus, pero, si, pasados los cinco años, volvía el nombre de Dreyfus, al instante llegaba sin falta "lisa y llanamente". Por lo demás, el duque ya no podía soportar que se hablara de aquel asunto "que ha causado", decía, "tantos males", si bien él sólo era en verdad sensible a uno solo: su fracaso en la presidencia del Jockey.


Por eso, la tarde de la que hablo y en la que recordé a la Sra. de Guermantes el vestido rojo que llevaba a la velada de su prima, el Sr. de Breauté tuvo una acogida bastante mala, cuando, queriendo decir algo, por una asociación de ideas que permaneció oscura y no reveló, comenzó haciendo maniobrar la lengua en la punta de su boca de pitiminí así: "A propósito del caso Dreyfus...". (¿Por qué del caso Dreyfus? Se trataba simplemente de un vestido rojo y el pobre Breauté, que nunca pensaba en otra cosa que en agradar, no tenía -cierto es- la menor intención maliciosa), pero el simple nombre de Dreyfus hizo fruncir las jupiterinas cejas del duque de Guermantes. "Me han contado", dijo Breauté, "una ocurrencia bastante buena, muy fina, la verdad, de nuestro amigo Cartier" (¡avisemos al lector de que ese Cartier, hermano de la Sra. de Villefranche, no tenía la menor relación con el joyero del mismo nombre!), "cosa que por lo demás no me extraña, pues tiene ingenio para dar y tomar.""Pues a mí", interrumpió Oriane, "no me hace gracia precisamente. No puede imaginarse lo que su Cartier me ha fastidiado siempre y nunca he podido comprender el encanto infinito que Charles de La Tremoille y su mujer ven en ese pelmazo al que me encuentro en su casa siempre que voy." "Mi 'uerida du'uesa", respondió Breauté, quien tenía dificultad para pronunciar el sonido de q, c y k, "me parece usted muy severa con 'artier. Cierto es que tal vez se haya aposentado excesivamente en casa de los La Tremoille, pero, en fin, para Charles es -¿'ómo lo diría yo?- 'omo un fiel Acate, 'osa que ha llegado a ser muy po'o 'omún en los tiempos que 'orren. En todo 'aso, ésta es la o'urrencia 'ue me han 'ontado. Al parecer, 'artier dijo 'ue si el Sr. Zola había intentado ser procesado y 'ondenado, era para probar una sensación que no 'onocía aún, la de estar en la 'árcel. "Por eso se dio a la fuga antes de ser detenido", interrumpió Oriane. "Eso no se tiene en pie. Por lo demás, aun cuando fuera verosímil, me parece una ocurrencia totalmente idiota. ¡Si eso es lo que le parece ingenioso a usted!" "Dios mío, mi 'uerida Oriane", respondió Breauté, quien, al ver que le llevaban la contraria, empezaba a dar marcha atrás, "no es una o'urrencia mía, se la repito tal 'omo me la 'ontaron, tómela por lo 'ue vale. En todo 'aso, fue el motivo por el 'ue 'artier fue reprendido, 'on firmeza por ese excelente La Tremoille, 'uien con mucha razón no 'uiere 'ue se hable en su salón de lo 'ue podríamos llamar -¿'ómo diría yo?- los asuntos en 'urso y que se sentía tanto más 'ontrariado 'uanto 'ue estaba presente la Sra. de Alphonse Rothschild. 'artier tuvo 'ue soportar una auténtica reprimenda de La Tremoille". "Claro está", dijo el duque de muy mal humor, "los Alphonse Rothschild, aunque tienen tacto para nunca hablar de ese abominable caso, son dreyfusistas en el alma, como todos los judíos. Se trata incluso de un argumento ad hominem" (el duque empleaba un poco a tontas y a locas la expresión ad hominem) "que no se esgrime lo suficiente para mostrar la mala fe de los judíos. Si un francés roba, asesina, no porque sea francés como yo me siento obligado a considerarlo inocente, pero los judíos nunca admitirán que uno de sus conciudadanos sea un traidor, aunque lo sepan perfectamente, y les preocupan muy poco las espantosas repercusiones" (el duque pensaba, naturalmente, en la maldita elección de Chaussepierre) "que el crimen de uno de los suyos puede tener hasta... A ver, Oriane, no me negarás que resulta abrumador para los judíos que todos ellos apoyen a un traidor. No me negarás que es porque son judíos" "Huy, Dios mío, sí", respondió Oriane (quien sentía, junto con cierta irritación, cierto deseo de oponer resistencia al Júpiter tonante y también de dar a entender que "la inteligencia" estaba por encima del caso Dreyfus). "Pero tal vez sea precisamente porque, al ser judíos y conocerse a sí mismos, saben que se puede ser judío y no ser forzosamente traidor y antifrancés, como afirma, al parecer, el Sr. Drumont. Desde luego, si hubiera sido cristiano, los judíos no se habrían interesado por él, pero lo han hecho porque notan perfectamente que, si no fuese judío, no se lo habría considerado tan fácilmente traidor "a priori", como diría mi sobrino Robert." "Las mujeres no entienden nada de política", exclamó el duque, mientras miraba fijamente a los ojos de la duquesa. "Pues ese crimen atroz no es simplemente una causa judía, sino lisa y llanamente un inmenso asunto nacional que puede granjear las más espantosas consecuencias a Francia, de la que habría que expulsar a todos los judíos, si bien reconozco que las sanciones adoptadas hasta ahora no han ido (de una forma innoble y que se debería revisar) dirigidas contra ellos, sino contra sus adversarios más eminentes, contra hombres de primer orden, a quienes para desgracia de nuestro país, se ha dejado apartados."


Yo sentía que aquello iba a acabar mal y volví precipitadamente a hablar de vestidos.


Continuará...
La prisionera, Marcel Proust


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