miércoles, 30 de abril de 2008

Los crímenes de la rue Morgue (I)

Qué canción cantaban las sirenas, o qué nombre adoptó Aquiles cuando se ocultó entre las mujeres, aunque son preguntas desconcertantes, no se hallan más allá de toda conjetura. Sir Thomas Browne


Los rasgos mentales considerados como analíticos son, en sí mismos, poco susceptibles de análisis. Los apreciamos tan solo en sus efectos. Sabemos de ellos, entre otras cosas, que siempre son para su poseedor, cuando son poseídos en gran cantidad, fuente del más vivísimo goce. Del mismo modo que el hombre fuerte exulta en su habilidad física, deleitándose en los ejercicios que exigen que sus músculos se pongan en acción, igual se regocija el analista en esa actividad moral que desentraña. Deriva placer incluso de las ocupaciones más triviales que ponen en juego su talento. Le gustan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos; exhibe en sus soluciones a cada uno de ellos un grado de agudeza que a la gente le parece una penetración preternatural. Sus resultados, obtenidos por el alma y la esencia mismas del método, tienen en verdad el aire total de la intuición.
La facultad de resolución se ve posiblemente muy fortalecida por el estudio matemático, y en especial por esa muy alta rama de él llamada, injustamente y tan solo en razón de sus operaciones previas, par excellence, análisis. Sin embargo, calcular no es en sí mismo analizar. Un ajedrecista, por ejemplo, hace lo uno sin tener que esforzarse en lo otro. De ello se deduce que el juego del ajedrez, en sus efectos sobre el carácter mental, está enormemente mal comprendido. No estoy escribiendo aquí un tratado, sino simplemente introduciendo una narración un tanto peculiar mediante observaciones muy al azar; en consecuencia, aprovecharé la ocasión para afirmar que los más altos poderes del intelecto reflexivo son más decididamente y más útilmente empleados en el ostentoso juego de las damas que en la elaborada frivolidad del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen distintos y extraños movimientos, con variados y variables valores, lo que sólo es complejo se toma equivocadamente (un error en absoluto raro) por profundo. La atención es puesta aquí poderosamente en juego. Si flaquea por un instante, se comete un descuido, cuyo resultado es la pérdida de piezas o la derrota. Puesto que los movimientos posibles son no solo muchos, sino complicados, las posibilidades de tales descuidos se multiplican; y en nueve de cada diez casos, es el jugador más concentrado antes que el más agudo el que gana. En las damas, por el contrario, donde los movimientos son únicos y tienen muy pocas variaciones, las probabilidades de inadvertencia se ven disminuidas, y puesto que la simple atención es comparativamente poco empleada, las ventajas obtenidas por cada parte lo son gracias a una perspicacia superior. Para ser menos abstractos, supongamos un juego de damas en el que las piezas están reducidas a cuatro reyes y donde, por supuesto, no se se espere ningún descuido. resulta obvio que aquí la victoria puede ser decidida (si los jugadores están al mismo nivel) solo gracias a algún movimiento recherché, resultado de algún intenso esfuerzo del intelecto. Desprovisto de los recursos ordinarios, el analista se introduce en el espíritu de su oponente, se identifica con él, y no raras veces descubre así, a la primera mirada, los únicos métodos (a veces absurdamente simples) por los cuales puede conducirle al error o llevarle a un cálculo equivocado... (Continúa)
Edgar Allan Poe (Narraciones extraordinarias)

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