martes, 19 de mayo de 2009

El viejo y el mar (XVI)







Vamos, pensó, y miró el agua oscura y el sesgo del sedal. Cómetelo ahora y le dará fuerza a la mano. No es culpa de la mano y llevas muchas horas con el pez. Pero puedes quedarte para siempre con él. Cómete ahora el bonito.

Cogió un pedazo y se lo llevó a la boca y lo masticó lentamente. No era desagradable.

Mastícalo bien, pensó, y no pierdas ningún jugo. Con un poco de limón o lima o con sal no estaría mal.


-¿Cómo te sientas, mano? -preguntó a la del calambre que estaba casi rígida como un cadáver-. Ahora comeré un poco para ti.


Comió la otra parte del pedazo que había cortado en dos. La masticó con cuidado y luego escupió el pellejo.


-¿Cómo va eso, mano? ¿O es demasiado pronto para saberlo?


Cogió otro pedazo entero y lo masticó.


Es un pez fuerte y de pura sangre, pensó. Tuve suerte de engancharo a él en vez de un dorado. El dorado es demasiado dulce. Éste no es nada dulce y guarda toda la fuerza.


Sin embargo, hay que ser prácticos, pensó. Otra cosa no tiene sentido. Ojalá tuviera un poco de sal. No sé si el sol secará o pudrirá lo que me queda. Por tanto será mejor que me lo coma todo aunque no tenga hambre. El pez sigue tirando firme y tranquilamente. Me comeré todo el bonito y entonces estaré preparado.


-Ten paciencia, mano -dijo-. Esto lo hago por ti. Me gustaría dar de comer al pez. Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar fuerzas para hacerlo. Lenta y deliberadamente se comió todas las tiras en forma de cuñas del pescado.


Se enderezó, limpiándose la mano en el pantalón.


-Ahora -dijo-, mano, puedes soltar el sedal. Yo sujetaré el pez con el brazo hasta que se te pase esa bobería.


Puso su pie izquierdo sobre el pesado sedal que había aguantado la mano izquierda y se echó hacia atrás para llevar con la espalda la presión.


-Dios quiere que se me quite el calambre -dijo-. Porque no sé qué hará el pez.


Pero parece tranquilo, pensó, y sigue su plan. Pero ¿cuál será su plan? ¿Y cuál es el mío? El mío tendré que improvisarlo de acuerdo con el suyo porque es muy grande. Si brinca podré matarlo. Pero no acaba de salir de allá abajo. Entonces, seguiré con él allá abajo.


Se frotó la mano acalambrada contra el pantalón y trató de obligar los dedos. Pero estos se resistían a abrirse. Puede que se abra con el sol, pensó. Puede que se abra cuando haya digerido ese bonito crudo. Si la necesito, la abriré cueste lo que cueste. Pero no quiero abrirla ahora por la fuerza. Que se abra por sí misma y que se vuelva por su voluntad. Después de todo abusé mucho de ella anoche cuando era necesario soltar y unir los varios sedales.


Miró por sobre el mar y ahora se dio cuenta de cuán solo se encontraba. Pero vería los prismas en el agua profunda y oscura, el sedal estirado frente a él y la extraña ondulación de la calma. Las nubes se estaban acumulando ahora para la brisa y miró adelante y vio una bandada de patos salvajes que se proyectaban contra el cielo sobre el agua, luego formaban un borrón y volvían a destacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta de que nadie está jamás solo en el mar.


Recordó como algunos hombres temían hallarse fuera de la vista de tierra en un botecito; y en los mares de súbito mal tiempo tenían razón. Pero ahora era el tiempo de los ciclones y cuando no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es el mejor tiempo del año.


Continúa...
Ernest Hemingway, El viejo y el mar




No hay comentarios: