viernes, 1 de noviembre de 2019

De la magia erótica al amor romántico (X)

La fuente sufi y la conexión cátara (I)



El primer trovador conocido cuyo nombre se ha conservado es Guillermo IX, conde de Poitiers y duque de Aquitania. Este cruzado luchó en Tierra Santa y también mostró su valor en los campos de batalla andaluces. Tanto en Oriente como en España mantuvo estrechos contactos con la cultura árabe y con diversas corrientes del Islam, entre las cuales destacaba el sufismo, escuela mística hererodoxa          centrada en el amor como medio para alcanzar la fusión con la divinidad. Este personaje fue quien puso la piedra angular del edificio trovadoresco con su talento.

En el visor de estribor de nuestra nave enfocamos a Guillermo de Aquitania durante su estancia en Tierra Santa y España. Nos llama la atención sorprenderlo concentrado en dos actividades nada frecuentes en un guerrero. Parte del día la pasa componiendo trovas, pero dedica también largas horas a conversar con hombres doctos del Islam. Especialmente lo vemos interesado en escuchar con atención y respeto a los místicos del sufismo. Durante su estancia en España también observamos que busca a miembros de estas corriente hererodoxa y copia sus poemas. Son versos que invocan la imagen de una dama y expresan sentimientos de deseo y regocijo amoroso. Están llenos de imágenes sensuales en las cuales se celebran los placeres de la vida. No sólo cantan los deleites del amor humano, sino también los que el vino brinda al hombre como don de la tierra.

Algo no encaja entre los místicos que escribieron estos versos y lo que sus poemas exaltan. Ni el vino ni el goce de los encantos femeninos deberían agradar tanto a unos buenos musulmanes que persiguen la fusión con Dios en la cumbre del éxtasis. Más aun si tenemos en cuenta que, en general, estos hombres llevan vidas ascéticas e irreprochables.

Al detenernos a examinar ese rasgo descubrimos que el afecto amoroso parece un medio de elevación espiritual. Pensamos entonces que acaso esa poesía sea una herramienta, como sucede con la danza de los derviches, que aceleran el ritmo hasta adquirir un frenesí tal que induce estados alterados de conciencia y los conduce al cenit de una experiencia mística. Al fin y al cabo, también estos son una escuela del sufismo.

En principio, podríamos pensar que en los poemas de los sufis se emplea un lenguaje figurado, como sucedió más tarde con los poetas místicos españoles, y que tras la imagen de la dama se oculta el alma, que en siglo XVI San Juan de la Cruz representará como la "amada", inspirado en la misma interpretación del Cantar de los Cantares que hicieron las monjas de Provenza y las beguinas, quienes también componían versos en idéntica línea. Algo de esto parece haber. El famoso Cantar de los Cantares de Salomón es una presencia recurrente que se reitera como una clave en la poesía que más suspicacias producía en la autoridad de Roma y, sobre todo, en la Inquisición. Aunque no fue la razón aducida para mantener en la cárcel a Fray Luis de León durante cinco años, seguramente su traducción del Cantar sirvió a sus enemigos como prueba indiciaria para proyectar sospechas sobre su ortodoxia. También conviene recordar que tanto San Juan de la Cruz como Santa Teresa, que inscribieron su obra lírica en esta misma línea de recurrir al amor humano para expresar sentimientos de amor divino, tuvieron dificultades con el mismo Santo Oficio. Las fuentes de esta estética del lirismo místico se hallan en el pensamiento sufi.

Entre los escritos que éstos consultaban y veneraban se encontraba Platón. También recogían las doctrinas avésticas y elementos de la mitología irania. Con estos antecedentes, resulta tentadora la idea de que tenemos la solución al enigma de los poemas sufis.

Platón aportaría el mito del andrógino primordial, presente como un fondo esencial en los polos femenino y masculino del alma, mientras el dualismo de la religión persa de Zoroastro contribuiría con su doctrina de una Creación que nace de la oposición entre la Luz y las Tinieblas, el Bien y el Mal, la carne y el espíritu.

Los poemas sufis aparecerían así como la transposición de conceptos y doctrinas místicas en términos de alegoría amorosa y como una forma eficaz de conservar y transmitir una enseñanza reservada que resultaba herética para el Islam más ortodoxo. El vino sería una imagen evocadora de la embriaguez y el éxtasis del amor más sublime, mientras que la unión del amado con su amada simbolizaría la fusión, en el interior del ser y al calor de la tempestad afectiva desatada, de los dos polos que configuran la naturaleza andrógina del hombre. Los versos aludirían a una alquimia interior transformadora y la fusión amorosa debería entenderse como imagen sensible de lo que ocurre en el alma. 


Continuará...

Luis G. La CruzEl secreto de los trovadores

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