domingo, 9 de enero de 2011

El rey Arturo y sus caballeros (XIII)


Era costumbre entonces que todos los barones, caballeros y vasallos que festejaban en el gran salón se sentaran a ambos lados de dos largas mesas, según el orden impuesto por su rango e importancia, mientras que el rey, los altos dignatarios y las damas ocupaban una mesa elevada que desde un extremo dominaba la corte. Y mientras festejaban y bebían, vinieron hombres para entretener al rey -trovadores y músicos y narradores de historias- y estos se ubicaban entre las mesas largas y quedaban frente al elevado escaño del rey. Pero también acudieron a las fiestas gentes dispuestas a tributarle obsequios u homenajes, o a suplicar justicia del rey contra los malhechores. Aquí también se ubican los caballeros que solicitaban la venia para partir en busca de aventuras, y al regresar ocupaban el mismo sitio y relataban sus peripecias. Una fiesta consistía en algo más que comer y beber.


Al festín de Arturo llegó un escudero que llegó a caballo en el salón llevando en brazos a un caballero muerto. Refirió que un caballero había alzado un pabellón en el bosque, junto a una fuente, y desafiaba a cuantos caballeros pasaban por allí.


-Ese hombre ha matado a este buen caballero, sir Miles -dijo el escudero-, quien era mi amo. Te suplico, mi señor, que sir Miles reciba honrosa sepultura y que algún caballero vaya a vengarlo. -Hubo un gran alboroto en la corte y todos vociferaron su opinión.


El joven Gryfflet, quien era apenas un escudero, se adelantó hasta el rey y solicitó que Arturo lo armase caballero en reconocimiento de los servicios prestados durante la guerra.


-Eres demasiado joven -protestó el rey-, y de muy tierna edad para acometer empresa tan alta y dificultosa.


-Señor -dijo Gryfflet-, te ruego que me armes caballero.


-Sería una lástima hacerlo y enviarlo a la muerte -dijo Merlín-; será un buen guerrero cuando tenga edad suficiente y te será leal toda la vida. Pero si comete contra el caballero del bosque es posible que jamás vuelvas a verlo, puesto que ese caballero es uno de los mejores y más fuertes y más sagaces del mundo.


Arturo reflexionó y dijo:


-A causa de los servicios que me has prestado no puedo rechazarte aun si así lo deseara -y tocó con la espada el hombro de Gryfflet y lo armó caballero. Y luego dijo Arturo-: Ahora que te he concedido el don de la caballería, pediré un don de tu parte.


-Haré lo que me pidas -dijo sir Gryfflet.


-Debes prometerme, por tu honor -dijo el rey Arturo-, que solo una vez acometerás contra el caballero del bosque, solo una vez, y que luego regresarás aquí sin entablar más contiendas.


-Lo prometo -dijo sir Gryfflet.


Gryfflet se armó con rapidez, montó a caballo, tomó el escudo y la lanza y se lanzó al galope hasta que llegó al arroyo próximo a la senda del bosque. En las cercanías vio un rico pabellón y un caballo de guerra con la silla y los arreos listos. De un árbol pendía un escudo de brillantes colores y sobre el árbol vecino había apoyada una lanza. Entonces Gryfflet golpeó el escudo con el cabo de la lanza y lo arrojó por tierra. Un hombre armado salió de la tienda y le preguntó:


-¿Por qué has volteado mi escudo?


-Porque quiero batirme contigo -dijo Gryfflet. El caballero suspiró.


-Es mejor que no lo hagas -dijo-. Eres muy joven e inexperto. Soy mucho más fuerte que tú y mucho más templado en las armas. No me fuerces a luchar contigo, joven caballero.


-No tienes opción -dijo sir Gryfflet-. Soy un caballero y acabo de retarte.


-No es equitativo -dijo el caballero-, pero las normas caballerescas me obligan a hacerlo si insistes en ello. -Luego preguntó-: ¿De dónde vienes joven caballero?


-Soy de la corte del rey Arturo -dijo Gryfflet-, y exijo que aceptes el reto.


El caballero montó de mala gana y ocupó su sitio en el campo. Ambos enristraron las lanzas y se acometieron a la carrera. Con el impacto, la lanza de sir Gryfflet se hizo pedazos, pero la lanza del forzado caballero hendió escudo y armadura y penetró en el flanco izquierdo de Gryfflet antes de quebrarse y dejarle el asta rota hundida en el cuerpo. Sir Gryfflet cayó por tierra.


El caballero miró con tristeza al joven caído, se acercó y le desató el yelmo. Comprobó que se hallaba malherido y le tuvo compasión. Alzó en brazos a Gryfflet y lo depositó en su montura rogando a Dios que cuidara del joven.


-Tiene un corazón viril -dijo el caballero-, y si llega a salvarse alguna vez probará su valía. -Luego envió al caballo por donde había venido. El caballo llevó al ensangrentado Gryfflet a la corte, donde hubo gran congoja por él. Le lavaron la herida y lo cuidaron y pasó mucho tiempo antes que recobrara el sentido.


Mientras Arturo sufría tristeza y consternación por la herida de sir Gryfflet, doce caballeros de edad irrumpieron en la corte. Exigieron un tributo en nombre del emperador de Roma y declararon que, de no serles entregado, Arturo y todo su reino serían destruidos.


Arturo se encolerizó y les dijo:


-Si no tuviérais el salvoconducto de mensajeros os haría matar ahora mismo. Pero respeto vuestra inmunidad. Llevad esta respuesta. No debo tributo al emperador pero, si me lo exige, le pagaré un tributo en lanzas y espadas. Lo juro por el alma de mi padre. Llevad ese mensaje.


Los mensajeros se alejaron enfurecidos. Habían llegado en mal momento.



Continuará...

John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

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