domingo, 9 de enero de 2011

Mi testamento filosófico (VIII)

De cómo Blaise Pascal vino a mi cabecera a interrogarme sobre mis razones para creer en Dios (VI)


Pascal continuó:


-¿Me permite resumir su pensamiento?


-Se lo ruego.


-Primer tiempo: usted define los términos Absoluto y Dios. Segundo tiempo: establece que, de hecho, todos admitimos lo Absoluto. Tercer tiempo: muestra que todos tenemos razón en admitirlo, lo que también quiere decir que hay necesariamente un Absoluto de alguna clase. Todo está muy claro. Pero por más que todo el mundo admita con razón la existencia de lo Absoluto, no todo el mundo admite la existencia de un Absoluto que sea Dios. ¿Cómo va a pasar usted ahora a la existencia de Dios.

-Éste será el cuarto tiempo. Se trata de optar entre lo Absoluto no Dios y lo Absoluto Dios. Ahora bien, cuando observo el mundo, me parece encontrar en él características de contingencia: por ejemplo, las grandes constantes físicas universales. ¿Por qué estos números en vez de otros? Yo encuentro mucho más plausible que un mundo así sea el efecto de una opción que el resultado de un despliegue necesario.


-Le dirán que es el azar.


-Todas esas "decisiones" convergen a hacer posibles la existencia de la vida y de la vida personal. Bastaría una variación mínima, por ejemplo, de la constante de gravitación y la vida no existiría. ¿Por qué es así? Me parece racional pensar simplemente que la materia está regulada en función de la vida por venir.


-Le responderán también que esa regulación de la materia es fruto del azar, como la vida.


-Personalmente, no lo creo en absoluto. El concepto de azar encierra la idea de una no coordinación de diversas causas. Ahora bien, el mundo viviente manifiesta, sin duda posible alguna, una coordinación entre evoluciones y hechos que la posición del azar obligaría a creer independientes. Observe por ejemplo los instintos de los animales, sobre todo los que son más mecánicos como son los insectos. Vea el ejemplo de la esfexa que da Bergson, es en La evolución creadora, y que hace tres picaduras paralizantes exactamente en los tres centros nerviosos del grillo donde va a poner sus huevos, y al que jamás ha visto antes. Eso quiere decir, de una u otra manera, que la anatomía de la especie parasitada estaría codificada con gran precisión en los genes del insecto parásito. ¿Cómo hace usted para no ver en ello la coordinación?


-Le dirán, Guitton, que sigue siendo siempre el azar.


-Pero toda la naturaleza es así. Los instintos de las aves migratorias, la estructura de la corteza, el código genético... todo eso es asombroso. Si usted gana una vez la lotería se dice que es el azar. Si gana dos o tres veces, se dice que tiene una suerte loca. Si gana todos los domingos, ya nadie cree. Todos piensan que usted hace alguna trampa. Y terminará en prisión.


-¿Y cómo explica usted que haya gente que sigue creyendo?


-Yo no lo sé. Pregúnteles a ellos.


-Es a usted a quien se lo pregunto, Guitton.


-Le diré que son como los antiguos galos. Temen que el cielo se les caiga sobre la cabeza.


-Usted quiere decir: que Dios entre en sus vidas.


-Supongo que, para ellos es más o menos lo mismo.


-En efecto, ese es el problema.


-Esos mismo hechos excluyen, para mí, la idea de que el mundo saldría de Dios por un desarrollo necesario y fatal, como si lo Absoluto fuese una planta que crece o una definición que desarrollaría sus teoremas. El carácter contingente y coordinado del mundo implica en su origen una libertad organizadora y una creación a partir de nada, ex nihilo.



Continuará...

Jean Guitton, Mi testamento filosófico

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