miércoles, 7 de mayo de 2008

El viejo y el mar (II)

-Santiago- le dijo el muchacho mientras trepaban por la orilla desde donde quedaba varada la barca-. Yo podría volver a salir con usted. Hemos hecho algún dinero. El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño.
-No- dijo el viejo-. Estás en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.
-Pero recuerde que una vez llevaba 87 días sin pescar nada y luego cogimos peces grandes todos los días durante tres semanas.
-Lo recuerdo- dijo el viejo-. Y sé que no me dejaste porque hubieses perdido la esperanza.
-Fue papá quien me obligó. Soy un chiquillo y tengo que obedecerle.
-Lo sé- dijo el viejo-. Es lo normal.
-Papá no tiene mucha fe.
-No. Pero nosotros sí, ¿verdad?
-Sí- dijo el muchacho-. ¿Me permite invitarle a una cerveza en la Terraza? Luego llevaremos las cosas a casa.
-¿Por qué no?- dijo el viejo-. Entre pescadores.
Se sentaron en la Terraza. Muchos de los pescadores se burlaban del viejo, pero él no se molestaba. Otros, entre los más viejos lo miraban y se ponían tristes. Pero no lo mostraban y se referían cortésmente a la corriente y a las hondonadas donde habían tendido sus sedales, al contínuo buen tiempo y a lo que habían visto. Los pescadores que aquel día habían tenido éxito habían llegado y habían limpiado sus agujas y las llevaban tendidas sobre dos tablas, con dos hombres tambaleándose al extremo de cada tabla, a la pescadería, donde esperaban a que el camión del hielo las llevara al mercado de La Habana. Los que habían pescado tiburones los habían llevado a la factoría de tiburones al otro lado de la ensenada donde los izaban en aparejos de polea, le sacaban los hígados, les cortaban las aletas y los desollaban y cortaban su carne en trozo para salarla.
Cuando el viento soplaba del este el hedor procedente de la fábrica de tiburones se extendía por todo el puerto pero hoy no se notaba más que un débil tufo porque el viento había vuelto hacia el norte y luego había dejado de soplar y se estaba bien allí, al sol en la Terraza... (Continúa)
Ernest Hemingway (El viejo y el mar)

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