domingo, 18 de mayo de 2008

Introducción al estudio de las doctrinas hindúes (II)

Prólogo (II)

Para limitarnos aquí a lo que se refiere a los orientalistas que se pueden llamar "oficiales", señalaremos además, a título de observación preliminar, uno de los abusos a que da lugar lo más a menudo el empleo de éste "método histórico" al cual hicimos ya alusión: es el error que consiste en estudiar las civilizaciones orientales como se haría con las civilizaciones desaparecidas desde hace ya largo tiempo. En este último caso, es evidente que está uno forzado a la falta de algo mejor, a contentarse con reconstrucciones aproximativas, sin estar seguro nunca de una perfecta concordancia con lo que realmente existió antes, puesto que no hay ningún medio de proceder a comprobaciones directas. Pero se olvida que las civilizaciones orientales por lo menos las que al presente nos interesan, se han continuado hasta nosotros sin interrupción, y que todavía tienen representantes autorizados, cuya opinión vale incomparablemente más, para su comprensión, que toda la erudición del mundo; solo que, si se piensa en consultarlos, no hay que partir del singular principio de que sabemos más que ellos sobre el verdadero sentido de sus propias concepciones.

Por otra parte, hay que decir también que los orientales, que tienen, con razón, una idea más bien triste de la intelectualidad europea, se preocupan muy poco de lo que los occidentales, de una manera general, puedan o no puedan pensar acerca de ellos; por lo mismo no tratan en manera alguna de sacarlos de su error, y, por el contrario, en razón de una cortesía algo desdeñosa se encierran en un silencio que la vanidad occidental interpreta sin esfuerzo como una aprobación. Es que el "proselitismo" se desconoce por completo en Oriente, donde por otra parte carecería de objeto y no podría ser considerado sino como una prueba de ignorancia y de incomprensión pura y simple; lo que después diremos mostrará las razones. Para este silencio que algunos reprochan a los orientales, y que sin embargo es tan legítimo, no puede haber sino raras excepciones, en favor de alguna individualidad aislada que presenta las condiciones requeridas y las aptitudes intelectuales necesarias. En cuanto a los que salen de su reserva fuera de este caso determinado, no se puede decir más que una cosa: que representan en general a elementos muy poco interesantes, y que, por una u otra razón, no exponen más que doctrinas deformadas bajo el pretexto de adaptarlas al Occidente; tendremos ocasión de decir algunas palabras acerca de ellos. Lo que deseamos hacer comprender por el momento, y lo que desde el principio indicamos, es que la mentalidad occidental es la única responsable de esta situación, que hace muy difícil el papel aun del que, habiendo encontrado en condiciones excepcionales y habiendo llegado a asimilarse ciertas ideas, quiere expresarlas de la manera más inteligible, sin desnaturalizarlas; sin embargo debe limitarse a exponer lo que ha comprendido, en la medida en que esto puede hacerse, absteniéndose cuidadosamente de todo deseo de "vulgarización", y sin tener siquiera la menor preocupación de convencer a nadie.

Hemos dicho bastante para definir de manera precisa nuestras intenciones; no queremos hacer aquí obra de erudición y el punto de vista en que queremos colocarnos es mucho más profundo. Como la verdad no es para nosotros un hecho histórico, nos importa muy poco en el fondo determinar con exactitud el origen de tal o cual idea que no nos interesa, en suma sino porque, habiéndola comprendido sabemos que es verdadera; pero algunas indicaciones sobre el pensamiento oriental pueden ser motivo de reflexión para algunos, y este simple resultado tendría, por sí solo, una importancia insospechada. Por otra parte, si ni siquiera puede alcanzarse este fin, tendríamos todavía una razón para emprender una exposición de este género: la de reconocer en cierto modo todo lo que debemos intelectualmente a los orientales, y acerca de lo cual los occidentales no nos han ofrecido nunca, ni siquiera parcial e incompleto, el menor equivalente.

Mostraremos, pues, para comenzar, tan claramente como podamos y después de algunas consideraciones preliminares indispensables, las diferencias esenciales y fundamentales que existen entre los modos generales del pensamiento oriental y los del pensamiento occidental. Insistiremos enseguida, más especialmente, en lo que se refiere a las doctrinas hindúes, en lo que estas presentan de rasgos particulares que las distinguen de las otras doctrinas orientales, aunque todas tengan bastantes caracteres comunes para justificar, en el conjunto, la oposición general del Oriente y del Occidente. Con respecto a estas doctrinas hindúes, señalaremos la insuficiencia de las interpretaciones que circulan en Occidente; hasta deberíamos, para algunas de ellas, indicar su absurdo. Como conclusión de este estudio indicaremos, con todas las precauciones necesarias, las condiciones de un acercamiento intelectual entre el Oriente y el Occidente, condiciones que, como es fácil preverlo está lejos de haberse llenado actualmente del lado occidental; de manera que solo queremos indicar una posibilidad, sin creer de ninguna manera que sea susceptible de una inmediata o simplemente próxima realización.

(París, 1920)
(Continúa)
René Guenon (Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes)

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