domingo, 27 de julio de 2008

El rey Arturo y sus caballeros - Merlín (I)

Cuando Uther Pendragon era rey de Inglaterra, recibió noticias de que su vasallo el duque de Cornualles, había perpetrado actos de guerra contra su reino. Entonces Uther ordenó al duque que compareciera en la corte acompañado de su esposa Igraine, famosa por su discreción y hermosura.

Cuando el duque se presentó ante el rey, los grandes señores del consejo concertaron las paces entre ambos, de modo que el monarca le brindó su amistad y hospitalidad. Entonces observó Uther a lady Igraine y comprobó que era tan bella cuanto su fama lo proclamaba. Se prendó de ella, la deseó y le suplicó que yaciera con él, pero Igraine era una esposa leal y rechazó su propuesta.

Habló en privado con su esposo el duque y le dijo: -Creo que no te mandaron llamar a causa de una transgresión. El rey ha planeado deshonrarte a través de mí. Por lo tanto te ruego, esposo mío, que evitemos este peligro y cabalguemos hacia nuestro castillo al caer la ncohe pues el rey no ha de tolerar mi negativa.

Y, según los deseos de lady Igraine, huyeron tan subrepticiamente que ni el rey ni el consejo notaron la fuga.

Cuando Uther descubrió que habían huido montó en cólera. Convocó a los señores y les refirió la traición del duque. Los nobles vieron y temieron su furia y aconsejaron al rey que despachara mensajeros ordenando al duque que él y su esposa regresaran en el acto pues dijeron:

-Si se niega a obedecerte, tendrás el deber y el derecho de hacerle la guerra y destruirlo.

Y así se hizo. Los mensajeros galoparon en pos del duque y volvieron con la lacónica respuesta de que ni él ni su esposa retornarían.

Entonces el airado Uther le envió un segundo mensaje aconsejando al duque que armara sus defensas porque en el lapso de cuarenta días el rey lo desalojaría del más fortificado de sus castillos.

Así advertido, el duque aprovisionó sus dos mejores fortalezas. Envió a Igraine al castillo de Tintagel, sobre los altos riscos a orillas del mar mientras él se disponía a defender Terabil, una fortaleza de gruesas murallas y muchas puertas e innúmeras entradas secretas.

El rey Uther reunió un ejército y marchó sobre el duque. Alzó sus tiendas en las cercanías del castillo de Terabil e inició el sitio. Muchos hombres perecieron durante los asaltos y la enconada defensa sin que ningún bando aventajara al otro, y al fin Uther cayó enfermo de furia y frustración por añoranza de la bella Igraine.

Entonces el noble caballero sir Ulfius fue a la tienda de Uther y lo interrogó con respecto a la índole de su enfermedad.

-Te lo diré -dijo el rey-. Estoy enfermo de furia y de amor y para eso no hay remedio alguno.

-Mi señor -dijo Ulfius- iré en busca de Merlín el mago. Ese hombre sabio y sagaz puede elaborar un remedio para dar contento a tu corazón.

Y sir Ulfius partió en busca de Merlín.

Este Merlín era un hombre sabio y sutil, con extraños y secretos poderes proféticos, capaz de esos trastornos de lo ordinario y lo evidente que reciben el nombre de magia. Conocía los tortuosos senderos de la mente humana y sabía además que un hombre simple y abierto es muy receptivo cuando algo misterioso lo confunde, y Merlín se complacía en el misterio. Así fue como el caballero sir Ulfius se encontró, como por casualidad, con un mendigo en harapos que le preguntó a quién buscaba.

El caballero no estaba habituado a que lo interrogaran gentes de tan baja ralea, y no se dignó responderle. Entonces el hombre en harapos rió y le dijo:

-No es necesario que me lo digas. Buscas a Merlín. No busques más. Yo soy Merlín.

-¿Tú...? Tú eres un mendigo -dijo sir Ulfius.

-También soy Merlín -dijo el mago, riéndose de su propia broma-. Y si el rey Uther me promete la recompensa que deseo, le daré cuanto anhela su corazón. Y la gracia que deseo redundará más en su honra y beneficio que en el mío.

Sir Ulfius, maravillado, declaró:

-Si es verdad lo que dices y tu demanda es razonable, puedo prometerte que la obtendrás.

-Entonces vuelve junto al rey; te seguiré tan rápido como pueda.

Sir Ulfius quedó satisfecho, volvió grupas y cabalgó a todo galope hasta que al fin llegó a la tienda donde Uther yacía enfermo, y le comunicó al rey que había encontrado a Merlín.

-¿Dónde está? -inquirió el rey.

-Mi señor -dijo Ulfius-, viene a pie. Llegará tan pronto como pueda. -Y en ese momento vio que Merlín estaba parado a la entrada de la tienda, y Merlín sonrió, pues le complacía causar asombro.

Uther lo vio y le dio la bienvenida y Merlín dijo con brusquedad: -Señor, conozco cada rincón de tu corazón y tu mente. Si estás dispuesto a jurar como rey ungido que me otorgarás cuanto deseo obtendrás lo que sé que anhela tu corazón.

Y tan grande era la ansiedad de Uther que juró por los cuatro Evangelistas cumplir con su promesa.

-Señor- dijo entonces Merlín-, este es mi deseo. La primera vez que hagas el amor con Igraine ella concebirá un hijo de tu sangre. Cuando nazca el niño, debes entregármelo para que yo haga con él mi voluntad. Pero prometo que esa voluntad obrará en favor de tu honra y en beneficio del niño. ¿Estás de acuerdo?

-Se hará como tu digas -dijo el rey.

-Entonces levántate y prepárate -dijo Merlín-. Esta misma noche yacerás con Igraine en el castillo de Titangel junto al mar.

-¿Cómo es posible? -preguntó el rey.

Y Merlín dijo: -Mediante mis artes la induciré a creer que tú eres su esposo el duque. Sir Ulfius y yo iremos contigo, aunque bajo el aspecto de dos de los caballeros de confianza del duque. Debo advertirte, no obstante, que cuando llegues al castillo hables lo menos posible para evitar que te descubran. Di que estás fatigado y enfermo y acuéstate de inmediato. Y en la mañana cuídate de levantarte hasta que yo venga en tu busca. Ahora prepárate porque Tintagel está a diez millas de aquí. Continúa...

John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

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