domingo, 27 de julio de 2008

La taberna de la Historia (VI)


Judíos y marranos


Había que cerrar los ojos y olvidar. La última imagen que me quedaba al salir para las Indias es de las que no es fácil borrar de la memoria. Por las calles que van al puerto bajaban los judíos desterrados. Como si todo Cádiz se vaciara. Familias enteras, con solo lo que podía caber en un saco a las espaldas. Los cristianos que los veían salir callaban. Los conocían a todos, como pasa siempre en los pueblos. Les estaban debiendo a no pocos el vino, el aceite, el pan... Los que habían sido dueños del negocio hubieran podido decirles: Ya habremos de volver, y habréis de pagarnos con intereses... Pero no: miraban escrutando el mensaje de las nubes. Les brillaban unos ojos de vidrio. Cantaban en hebreo. Se les encendía la fe. Como si se movieran hacia la reconquista de la Casa Santa. Los niños, agarrados a las faldas de los padres. Recuerdo a un pobre músico a quien había oído dale que dale con el violín, llevando ahora el instrumento sobre el hombro. Sobre la corriente de los fugitivos se veía como una astilla empujada por la corriente. Algunos llevaban, colgando al cuello, la llave. Cuatro vueltas le habían dado a la cerradura, besado el bocallave y murmurado: Ésta es mi casa: algún día volveré a abrir las alas de la puerta... Antes de salir habían echado una última mirada, inventariado rosas y ganados. Era increíble pasar de la noche a la mañana a ser expulsados cuando por años habían estado cerca de los príncipes y les habían prestado en sus necesidades.

Quién llevaba un saco de libros y papeles, quién en una caja morteros, balanzas y retortas. Vi al rabí y a sus hermanos en religión con candelabros, vasos y ornamentos de la sinagoga vaciada. Como está esculpido en el arco de Roma el regreso de los guerreros, con los despojos del robo de la Casa Santa... Lo de Roma eran trofeos de ladrones. Ahora, los dueños fugitivos, salvando sus tesoros...

¿Y los que habían transado? ¿Los conversos de última hora? ¿Cómo iban a llamarlos? ¡¡¡marranos, marranos, marranos!!! Había que admirar a los que no cedieron... En Cádiz habían nacido sus padres, sus abuelos, aprendido las canciones de la infancia y los amores. Cádiz era tan suya como de moros y cristianos. Y se les hundía bajo los pies como barca tragada por el mar en la tormenta. En el alma les continuaban rondando las canciones que seguían a los del éxodo como perro al amo. Ahora sé que las canciones no han muerto en cinco siglos. Algunas mujeres prefirieron cargar jaulas de pájaros al hombro. Hasta dejar el gato se podía. Pero, ¿cómo no llevarse la música despertadora del canario? ¿Habrían pensado en estas cosas Isabel y Fernando cuando cedieron a la presión de los que impusieron la nueva ley? Quienes exigieron el edicto no fueron por amor a Cristo y a María, sino por salir de los dueños del negocio.

Yo era en Cádiz un aparecido. Había llegado últimamente para el asunto de preparar las naves, y mis tratos eran con banqueros y proveedores. Pero llegando a la gente menuda que trabajaba en el puerto, me acerqué a toneleros y panaderos, a mercaderes y sastres, a hortelanos de los contornos, a zapateros, vivanderos, carpinteros y mecánicos... que entraron en la corriente de los desterrados. No poco de lo que iba en la Santa María, en La Niña, en La Pinta, pasó antes por las manos de los fugitivos. Y yo ¿a qué viajaba? A ver la manera que se pudiera tener para la conversión de las Indias a nuestra santa fe, a nombre de sus Altezas que, como sus antecesores, muchas veces habían enviado a Roma a pedir doctores para que les enseñasen.

Estuve mirando no sé cuanto tiempo la marcha de los hebreos y por sentir otra cosa, volví la espalda, cambié de horizonte, me encaminé a la nave, entré de prisa, me eché la bendición, con un "ave María purísima" que se me ahogaba en la garganta, puse a trabajar a mis hombres. Quería apresurar el momento de izar las velas y salir al mar. Continúa...

Germán Arciniegas, La taberna de la Historia

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