jueves, 3 de julio de 2008

Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes (V)

La divergencia (parte final)

Hay que fijarse bien, sin embargo, en que el pensamiento griego es, a pesar de todo, en su esencia, un pensamiento occidental y que se encuentra ya en él entre algunas otras tendencias, el origen y algo así como el germen de las que se desarrollaron largo tiempo después en los occidentales modernos. No hay pues que llevar demasiado lejos el empleo de la analogía que acabamos de señalar; pero, mantenida dentro de justos límites puede todavía prestar servicios importantes a los que quieren comprender realmente la Antigüedad e interpretarla de la manera menos hipotética que sea posible, y por otra parte se evitará cualquier peligro si se tiene en cuenta todo lo que sabemos de perfectamente cierto sobre los caracteres especiales de la mentalidad helénica. En el fondo, las nuevas tendencias que se encuentran en el mundo grecorromano son sobre todo tendencias a la restricción y a la limitación, de manera que las reservas que hay que aportar en una comparación con el Oriente deben proceder casi exclusivamente del temor de atribuir a los antiguos del Occidente más de lo que en realidad pensaron; cuando comprobamos que tomaron algo al Oriente no hay que creer que se lo asimilaron por completo ni apresurarse a concluir que existe identidad de pensamiento. Se pueden establecer aproximaciones numerosas e interesantes, aproximaciones que no tienen equivalente en lo que se refiere al Occidente moderno, pero no es menos cierto que los modos esenciales del pensamiento Oriental son extremadamente distintos y que, sin salir de los cuadros de la mentalidad occidental, aun antigua, está uno condenado fatalmente a descuidar y desconocer los aspectos de este pensamiento oriental que son precisamente los más importantes y los más característicos.

Como es evidente que lo "más" no puede nacer de lo "menos", esta sola diferencia debería bastar, a falta de cualquier otra consideración, para mostrar de qué lado se encuentra la civilización que ha hecho aportaciones a las otras.

Para volver al esquema que indicamos más arriba, debemos decir que su defecto principal, inevitable por otra parte en cualquier esquema, es el de simplificar demasiado las cosas, representando la divergencia como creciendo de manera continua desde la Antigüedad hasta nuestros días. En realidad ha habido tiempos de detención en esa divergencia, y hasta ha habido épocas menos alejadas en que el Occidente recibió de nuevo la influencia directa del Oriente: queremos hablar sobre todo del período alejandrino y también del que los árabes aportaron a Europa en la Edad Media, y del cual una parte les pertenecía en propiedad, mientras que el resto había sido tomado de la India, su influencia es muy conocida en lo que se refiere al desarrollo de las matemáticas pero estuvo lejos de limitarse a este dominio particular. La divergencia surgió de nuevo en el Renacimiento, donde se produjo una ruptura muy neta con la época precedente y la verdad es que este pretendido Renacimiento fue una muerte para muchas cosas, aun desde el punto de vista de las artes pero sobre todo, desde el punto de vista intelectual, es difícil para un moderno percibir toda la extensión y todo el alcance de lo que se perdió entonces. El retorno a la Antigüedad clásica tuvo por efecto una disminución de la intelectualidad, fenómeno comparable al que había tenido lugar en otro tiempo entre los mismos griegos, pero con esta diferencia capital: que se manifestó entonces en el curso de la existencia de una misma raza, y no ya en el paso de ciertas ideas de un pueblo a otro; es como si estos griegos, en el momento en el que iban a desaparecer enteramente, se hubiesen vengado de su propia incomprensión imponiendo a toda una parte de la humanidad los límites de su horizonte mental. Cuando a esta influencia se agregó la de la Reforma, que por lo demás no fue del todo independiente, las tendencias fundamentales del mundo moderno se establecieron con precisión; la Revolución, con todo lo que representa en diversos dominios y que equivale a la negación de toda tradición, debía ser la consecuencia lógica de su desarrollo. Pero no tenemos que entrar aquí en el detalle de todas estas consideraciones, lo que podría llevarnos demasiado lejos; no tenemos la intención de hacer especialmente la historia de la mentalidad occidental, sino solo decir lo que es necesario para hacer comprender lo que la diferencia profundamente de la intelectualidad oriental. Antes de completar lo que tenemos que decir a este respecto de los modernos, necesitamos todavía volver a los griegos, para precisar lo que no hemos hecho más que indicar hasta aquí de manera insuficiente, y para desbrozar el terreno, en ciero modo, explicándonos con bastante precisión para poner término a ciertas objeciones que es muy fácil prever.

No agregaremos por el momento sino una palabra en lo que concierne a la divergencia del Occidente con relación al Oriente: esta divergencia ¿continuará aumentando indefinidamente? las apariencias podrían hacerlo creer y, en el estado actual de las cosas, esta cuestión es seguramente de aquellas sobre las cuales se puede discutir pero, sin embargo, en lo que a nosotros se refiere, no pensamos que esto sea posible; daremos las razones en nuestra conclusión. (Final del capítulo)

René Guenon, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes

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