jueves, 3 de julio de 2008

Los crímenes de la rue Morgue (V)

Mantuvo usted sus ojos fijos en el suelo, mirando con expresión irritada los agujeros y roderas en el pavimento (así que supe que todavías seguía pensando en los adoquines9 hasta que alcanzamos la pequeña callejuela llamada La Martine, que ha sido pavimentada experimentalmente con tarugos superpuestos y remachados. Allá su semblante se iluminó y, observando que sus labios se movían, pude percibir sin duda alguna que murmuraba usted la palabra "estereotomía", un término muy pretensiosamente aplicado a este tipo de pavimento. Sabía que usted no podía pronunciar para sí mismo la palabra "estereotomía" sin verse conducido a pensar en los átomos, y así en las teorías de Epicuro; y puesto que, cuando hablamos de este tema no hace mucho tiempo, yo le mencioné lo singularmente, aunque no se le haya prestado mucha atención, que las vagas suposiciones de ese notable griego han hallado su confirmación en la reciente cosmogonía nebular, tuve la sensación que usted no podía evitar alzar la vista hacia la gran nebulosa de Orión, y ciertamente esperé que lo hiciera. Alzó usted la vista, y eso me dio la seguridad de que había seguido correctamente sus pasos. Pero en esa amarga tiradé sobre Chantilly que apareció en el "Musee" de ayer, el escritor satírico haciendo algunas irónicas alusiones al cambio de nombre del zapatero remendón al pasarse a la tragedia, citó un verso latino sobre el que hemos conversado a menudo. Me refiero al verso

Perdidit antiquum litera prima sonum

que le dije que se refería a la palabra Orión, anteriormente escrita Urion; y, por algunas discusiones relativas a esta explicación, estuve seguro de que usted no la había olvidado. Resultaba claro, pues, que usted no dejaría de combinar las dos ideas de Orión y Chantilly. Que usted las combinaría lo vi por el carácter de la sonrisa que pasó por sus labios. Pensó usted en la inmolación del pobre zapatero. Hasta ese momento había estado andando usted algo encorvado; pero ahora lo vi enderezarse hasta adquirir toda su altura. Entonces estuve seguro de que estaba reflexionando en la diminuta figura de Chantilly. En este punto interrumpí sus meditaciones para observar que, de hecho, ese Chantilly era un hombre muy bajo y que estaría mejor en el Théatre des Varietés.

No mucho después de esto, estábamos revisando una edición de la tarde de la Gazette des Tribunaeux cuando los siguientes párrafos llamaron nuestra atención:

"CRÍMENES EXTRAORDINARIOS. - Esta madrugada, hacia las tres, los habitantes del Quartier Saint-Roch fueron despertados de su sueño por una sucesión de aterrorizados chillidos, que brotaban al parecer del cuarto piso de una casa de la rue Morgue, cuyos únicos ocupantes se sabía que eran una tal madame L'Espanaye y su hija mademoiselle Camille L'Espanaye. Con un cierto retraso, ocasionado por un infructuoso intento de conseguir entrar a la manera habitual, se forzó la puerta con una palanca y entraron ocho hombres del vecindario acompañados por dos gendarmes. Por aquel entonces los gritos habían cesado; pero mientras el grupo subía precipitadamente el primer tramo de las escaleras, pudieron distinguirse dos o más voces broncas que hablaban en tonos furiosamente contenidos y que parecían proceder de la parte superior de la casa. Cuando se alcanzó el segundo piso esos sonidos también habían cesado, y todo permanecía en un perfecto silencio. El grupo se dispersó y se apresuró de habitación en habitación. Cuando llegaron a un amplio dormitorio posterior en el cuarto piso (cuya puerta, que estaba cerrada con llave y con la llave puesta dentro, tuvo que ser forzada), el espectáculo que se ofreció a todos los ojos inundó a todo el mundo de asombro y horror.

"El apartamento estaba sumido en el más salvaje desorden, con los muebles rotos y arrojados en todas direcciones. Solo se mantenía en pie el armazón de una cama; y de éste la cama había sido arrancada y arrojada en mitad del suelo. Sobre una silla había una navaja manchada de sangre. En la chimenea había dos o tres largos y gruesos mechones de canoso pelo humano, también manchados de sangre, y que parecían haber sido arrancados de raíz. En el suelo se hallaron cuatro napoleones, un pendiente de topacio, tres cucharas grandes de plata, tres más pequeñas de métal d'Alger y dos pequeñas bolsas que contenían casi cuatro mil francos en oro. Los cajones de la cómoda, situada en un rincón estaban abiertos, y al parecer habían sido saqueados, aunque todavía había muchos artículos en ellos. Debajo de la cama (no debajo del armazón) se descubrió una pequeña caja fuerte de hierro. Estaba abierta, con la llave aun en la puerta. No contenía nada excepto algunas cartas viejas y otros papeles de escasa importancia.

"No se hallaron huellas de madame L'Espanaye, pero se apreció una cantidad inusual de hollín en la chimenea, por lo que se ordenó una búsqueda en ella y (¡resulta horrible relatarlo!) de allí se extrajo el cadáver cabeza abajo de la hija que había sido forzado hacia arriba por la estrecha abertura hasta una distancia considerable. El cuerpo estaba todavía caliente. Su examen mostró algunas escoriaciones, sin duda ocasionadas por la violencia con la cual había sido empujado hacia arriba y la fuerza que se necesitó para sacarlo. El rostro mostraba varios y profundos arañazos y en la garganta tenía una serie de contusiones oscuras y profundas marcas de uñas, como si la fallecida hubiera sido estrangulada hasta morir.

"Tras una minuciosa investigación de cada rincón de la casa sin descubrir nada más, el grupo se encaminó a un pequeño patio pavimentado en parte de atrás del edificio, donde se halló el cadáver de la vieja dama con la garganta cortada de tal modo que, al intentar levantarlo la cabeza se desprendió del resto del cuerpo. Éste, así como la cabeza estaba terriblemente mutilado hasta el punto de conservar apenas una apariencia humana.

"Por todo lo que sabemos, todavía no se tiene el más ligero indicio que permita resolver este horrible misterio". Continúa...

Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias

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