viernes, 12 de diciembre de 2008

El rey Arturo y sus caballeros - Merlín (II)

Se prepararon, montaron a caballo y partieron. Pero el duque, desde las murallas del castillo de Terrabil, vio que el rey Uther se alejaba de las filas de los sitiadores y, enterado de que las fuerzas del rey no tenían quien las capitaneara aguardó la caída de la noche para atacar con todas sus mesnadas desde las puertas del castillo. El duque murió en el combate, unas tres horas antes de la llegada del rey a Tintagel.
Mientras Uther, Merlín y sir Ulfius cabalgaban hacia el mar a través de las tinieblas rasgadas por la luna, la niebla flotaba imprecisa sobre las ciénagas como una turba de tenues fantasmas envueltos en ropas vaporosas. Esa amorfa multitud los escoltaba y las formas de los jinetes eran tan cambiantes como las imágenes dibujadas por las nubes. Cuando llegaron a las puertas de Tintagel erguido sobre un peñasco abrupto y filoso asomando al rumoroso mar los centinelas saludaron a las conocidas figuras del duque sir Brastias y sir Jordanus, dos de sus hombres de confianza. Y en los penumbrosos pasadizos del castillo, lady Igraine acogió a su esposo y puntualmente lo condujo a su cámara. Entonces el rey Uther yació con Igraine y esa noche ella concibió un niño. Cuando llegó el día Merlín se presentó tal como lo había prometido y bajo la brumosa luz Uther besó a Igraine y se apresuró a partir. Los centinelas somnolientos abrieron las puertas a su presunto señor y sus acompañantes y los tres se perdieron en las nieblas del amanecer.
Y más tarde, cuando Igraine tuvo noticia de que su esposo había muerto, y de que ya estaba muerto cuando su imagen vino a yacer con ella, le invadió la consternación y quedó tristemente perpleja. Pero ahora estaba sola y atemorizada, y lloró a su señor en privado y no hizo comentario alguno.
Muerto el duque, no se justificaba la guerra y los barones del rey le suplicaron que hiciera las paces con lady Igraine. El rey sonrió para sus adentros y se dejó persuadir. Solicitó a sir Ulfius que gestionara un encuentro, y la dama y el rey no tardaron en reunirse. Entonces sir Ulfius habló a los barones en presencia del rey y de Igraine.
- ¿Qué motivo de disputa hay aquí? -declaró-.
Nuestro rey es un caballero fuerte y fogoso y no tiene mujer: mi señora Igraine es discreta y hermosa... -Hizo una pausa y luego prosiguió-, y libre de contraer matrimonio. Sería una alegría para todos nosotros que el rey consintiera en convertir a Igraine en su reina.
Entonces los barones vocearon su consentimiento y urgieron al rey a realizar este acto. Y Uther siendo un fogoso caballero consintió que lo persuadieran. Y con apresuramiento y alegría y júbilo se casaron por la mañana.
Igraine tenía tres hijas del duque y, por voluntad y sugerencia de Uther, cundió la fiebre nupcial. El rey Lot de Lothian y Orkney desposó a la hija mayor, Margawse, y el rey Nentres de Garlot casó con la segunda hija, Elaine. La tercera hija de Igraine, Morgan le Fay, era demasiado joven para el matrimonio. La internaron en un convento para que la educasen, y allí aprendió tanto de magia y nigromancia que se convirtió en una experta en dichos arcanos.
Luego, al cabo de medio año, la reina Igraine engrosó del niño que estaba por nacer. Y esa noche, cuando Uther yacía junto a ella, puso a prueba su lealtad y su inocencia. Le preguntó por la fe que le debía, quién era el padre de su hijo. La reina, profundamente consternada vaciló en responder: - No desfallezcas- dijo Uther-. Dime solo la verdad, sea cual fuere, y te amaré más que antes por ello.
- Señor -dijo Igraine-. Por cierto te diré la verdad, bien que yo no la comprendo. Durante la noche en que murió mi esposo, y después que él fue muerto en batalla, si no mienten los informes de sus caballeros, se introdujo en mi castillo de Tintagel un hombre exactamente igual a mi esposo en su habla y figura, así como en otras cualidades. Y con él venían dos de sus caballeros, de mí conocidos: sir Brastias y sir Jordanus. De modo que me acosté con él según cumplía hacerlo con mi señor y esa noche, lo juro por Dios, concebí este niño. Estoy perpleja, mi señor, pues no puede haber sido el duque y no comprendo otra cosa que esto.
Uther quedó satisfecho al comprobar la sinceridad de la reina.
- Ésa es la verdad -exclamó-. Es tal como dices. Pues fui yo mismo quien llegó a ti con la figura de tu esposo por obra de los secretos artificios de Merlín. Por lo tanto, renuncia a tu perplejidad y tus temores pues yo soy el padre de tu hijo.
Y la reina se sosegó pues ese enigma la había perturbado profundamente.
Al poco tiempo Merlín se presentó ante el rey diciéndole: -Señor, el momento se acerca. Debemos planear la entrega de tu hijo cuando nazca.
- Recuerdo mi promesa -dijo Uther-. Todo se hará según tus consejos.
- Propongo pues a uno de tus señores -dijo entonces Merlín-, un hombre fiel y honorable. Se llama sir Ector y posee tierras y castillos en muchas partes de Inglaterra y Gales. Haz que este hombre se presente ante ti. Y si te satisface, requiérele que ponga a su hijo al cuidado de otra mujer para que su esposa pueda amamantar al tuyo. Y cuando nazca tu hijo debe serme entregado según me prometiste, sin bautizar y sin nombrar. Y yo lo llevaré secretamente a sir Ector.
Cuando sir Ector se presentó ante Uther le prometió hacerse cargo del niño, y a causa de esto el rey le dio por recompensa vastas heredades.
Y cuando la reina Igraine dio a luz, el rey ordenó a los caballeros y a dos damas que envolvieran al niño en tela de oro y lo sacaran por una poterna para entregárselo a un pobre hombre que aguardaba a las puertas.
Así el niño le fue entregado a Merlín, quien se lo llevó a sir Ector, cuya esposa le dio de mamar de su propio pecho. Luego Merlín trajo un sacerdote para bautizar al niño a quien llamaron Arturo.
A los dos años del nacimiento de Arturo un mal implacable se abatió sobre Uther Pendragon. Entonces, viendo la impotencia del rey, sus enemigos saquearon el reino y derribaron a sus caballeros y mataron a muchos de sus hombres. Y Merlín despachó un mensaje al rey, urgiéndolo con aspereza: "No tienes derecho a yacer en tu cama, sea cual fuere tu enfermedad. Debes salir a batallar al frente de tus hombres, aunque debas hacerlo tendido sobre una litera, pues tus enemigos nunca serán derrotados hasta que tú mismo le hagas frente. Sólo entonces obtendrás la victoria."
Continúa...
John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una feliz navidad para el autor de esta página