lunes, 1 de diciembre de 2008

Los crímenes de la rue Morgue (VI)

(Ver capítulos anteriores en el interior del blog)


El periódico del día siguiente añadía estos detalles adicionales:

"LA TRAGEDIA DE LA RUE MORGUE.- Se ha investigado a muchas personas con relación a este extraordinario y terrible affaire (la palabra "affaire" todavía no tiene en Francia, esa poca importancia que tiene entre nosotros), pero todavía no ha aparecido nada que arroje alguna luz. A continuación facilitamos los testimonios que se han obtenido hasta el momento.

"Pauline Duvourg, lavandera, declara que conocía a las dos fallecidas desde hacía tres años, durante los que había lavado su ropa. La vieja dama y su hija parecían en buenas relaciones, y sentían un gran afecto la una hacia la otra. Eran excelentes pagadoras. No puede decir nada respecto a su modo o medios de vida. Cree que madame L. decía la buenaventura para ganarse la vida. Tenía fama de poseer algún dinero ahorrado. Nunca encontró a ninguna persona en la casa cuando acudía a buscar la ropa o la devolvía una vez limpia. Está segura de que no tenía ninguna servidumbre empleada. Parecía no haber muebles en ninguna parte del edificio excepto en el cuarto piso."

"Pierre Moreau, estanquero, declara que acostumbraba pequeñas cantidades de tabaco y rapé a madame L' Espanaye desde hacía unos cuatro años. Nació en el vecindario y siempre ha vivido en él. La fallecida y su hija llevaban ocupando la casa en la que fueron hallados los cadáveres desde hacía más de seis años. Anteriormente estaba ocupada por un joyero, que arrendó las habitaciones superiores a varias personas. La casa era propiedad de madame L. Se sentía poco satisfecha con los abusos cometidos por su inquilino así que se trasladó a vivir ella, negándose a alquilar ninguna parte. La vieja dama era un tanto senil. Algunos testigos habían visto la hija unas cinco o seis veces durante los seis años. Ambas vivían una vida completamente retirada; se decía que tenían dinero. Ha oído decir entre los vecinos que madame L. decía la buenaventura... él no lo cree. Nunca ha visto a ninguna persona entrar por su puerta excepto a la vieja dama y su hija, un recadero una o dos veces, y un médico unas ocho o diez veces."Muchas otras personas, vecinos, afirmaban lo mismo. No se sabe de nadie que frecuentara la casa. No se sabe tampoco si madame L. y su hija tenían algún pariente vivo. Los postigos de las ventanas delanteras raras veces estaban abiertos. Los de la parte trasera estaban siempre cerrados. Excepto los de la gran habitación trasera del cuarto piso. Era una buena casa no demasiado vieja.

"Isidore Musét, gendarme, declara que fue llamado a la casa hacia las tres de la madrugada, y halló unas veinte o treinta personas en la puerta, intentando entrar. Finalmente se forzó la puerta con una bayoneta, no con una palanca. Tuvieron pocas dificultades en abrirla, porque era de doble hoja y no estaba anclada ni por arriba ni por abajo. Los chillidos continuaron hasta que fue forzada la puerta..., y entonces cesaron bruscamente. Parecían ser los gritos de alguna persona, o personas, en una gran agonía, eran fuertes y prolongados, no cortos y rápidos. El testigo abrió rápidamente camino escaleras arriba. Al alcanzar el primer piso, oyó dos voces en fuerte y furiosa discusión: una de ellas una voz grave, la otra mucho más aguda, una voz muy extraña. Pudo distinguir algunas palabras de la primera, que era la de un francés. Está seguro de que no se trataba de una voz femenina. Pudo distinguir las palabras "sacré" y "diable". La voz más aguda era de un extranjero. No puede asegurar si era la voz de un hombre o de una mujer. No pudo distinguir lo que decía. Pero cree que el idioma tenía que ser español. El estado de la habitación y de los cuerpos ha sido descrito por este testigo como indicamos ayer.

"Henri Duval, un vecino, de oficio platero, decía que formó parte del grupo que entró primero en la casa. Corrobora en general, el testimonio de Musét. Tan pronto como forzaron la entrada, volvieron a cerrar la puerta para mantener fuera a la gente que se estaba acumulando muy aprisa, pese a lo tarde de la hora. La voz más aguda, cree este testigo, era la de un italiano. Está seguro de que no era francés. No está seguro de que fuera una voz de hombre. Podía ser la de una mujer. No conoce bien el italiano. No pudo distinguir las palabras, pero está convencido por las entonaciones de que quien hablaba lo hacía en italiano. Conocía a madame L. y a su hija. Había conversado con frecuencia con ambas. Está seguro de que la voz aguda no era de ninguna de las dos fallecidas."Odenheimer, restaurador, presentó voluntariamente su testimonio. Puesto que no habla francés fue interrogado mediante un intérprete. Es natural de Amsterdam. Pasaba junto a la casa en el momento de oirse los chillidos. Duraron varios minutos, probablemente diez. Eran largos y fuertes, muy horribles y angustiosos. Fue uno de los que entraron en el edificio. Corrobora las evidencias anteriores en todos los aspectos menos en uno. Está seguro de que la voz aguda era la de un hombre... un francés. No pudo distinguir las palabras pronunciadas. Eran fuertes y rápidas, desiguales, al parecer pronunciadas con miedo además de con furia. La voz era áspera, no tan aguda como áspera. No pueda llamarla una voz aguda. La voz más grave dijo repetidamente "sacré" y "diable" y una vez "mon Dieu".

"Jules Mignaud, banquero, de la firma Mignaud et fils, rue de Lorraine. Es el mayor de los Mignaud. Madame L'Espanaye tenía algunos intereses en su firma. Había abierto una cuenta en su entidad bancaria en la primavera del año... (ocho años antes) Hacía frecuentes depósitos de pequeñas sumas. Nunca había sacado nada hasta tres días antes de su muerte, cuando retiró en persona la suma de cuatro mil francos. Esta suma fue pagada en oro, y un empleado fue enviado a su casa con el dinero."Adolphe Le Bon, empleado de Mignaud et fils, declara que el día en cuestión, hacia mediodía, acompañó a madame L'Espanaye a su residencia con los cuatro mil francos guardados en dos pequeñas bolsas. Una vez abierta la puerta, apareció mademoiselle L. y tomó de sus manos una de las bolsas, mientras que la vieja dama se hacía cargo de la otra. Entonces él saludó con una inclinación de cabeza y se marchó. No vio a ninguna persona en la calle durante todo aquel tiempo. Se trata de una calle apartada, muy solitaria.

Continúa...

Edgar Allan Poe - Narraciones extraordinarias

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