viernes, 23 de octubre de 2009

El rey Arturo y sus caballeros (XII)

-Es un día, un día como cualquier otro. Es tu alma la que está negra y turbulenta, mi señor.





Y mientras hablaban, llegaron los palafreneros con caballos de refresco, y el rey y Merlín montaron y se dirigieron a Carleon. Bajo el cielo tenebroso los hostigó una lluvia acerada y huraña. En cuanto pudo el atribulado monarca llamó a sir Ector y a sir Ulfius y los interrogó con respecto a su cuna y ascendencia. Le dijeron que el rey Uther Pendragon era su padre, e Igraine su madre.


-Eso es lo que me dijo Merlín -asintió Arturo-. Mandadme a Igraine. Debo hablar con ella. Y si tanto bien dice ella que es mi madre, no podré menos que creerle.



La reina fue llamada sin tardanza y acudió acompañada por su hija Morgan le Fay, una dama de extraordinaria hermosura. El rey Arturo las recibió y les dio la bienvenida.

Cuando estuvieron en el gran salón con toda la corte y todos los vasallos sentados en las largas mesas, sir Ulfius se incorporó e interpeló a la reina Igraine en alta voz, para que todos pudieran oirlo:


-Sois una dama indigna -exclamó-. Habéis traicionado al rey.


-Cuidado con lo que dices -dijo Arturo-. Haces una acusación seria, de la que no podrás retractarte.


-Mi señor, me doy perfecta cuenta de lo que digo -dijo Ulfius-, y aquí está mi guante para retar al varón que me contradiga. Acuso a la reina Igraine de ser la causa de tus tribulaciones, la causa del descontento y la rebelión que cunden en tu reino y la verdadera causa de la terrible guerra. Si mientras vivía el rey Uther, ella hubiese admitido que era tu madre, las tribulaciones y mortíferas guerras no habrían sobrevenido. Tus súbditos y tus barones nunca han estado seguros de tu parentesco ni han creído del todo en tu derecho al trono. Pero si tu madre se hubiese prestado a padecer un poco de vergüenza por tu causa y la causa del reino, no habríamos sufrido tantos desastres. Por lo tanto, la acuso de deslealtad hacia ti y hacia el reino, y estoy dispuesto a luchar contra cualquiera que opine lo contrario.


Todas las miradas se volvieron a Igraine, quien estaba sentada al lado del rey. La reina guardó silencio un instante sin alzar los ojos. Luego irguió el rostro y habló gentilmente:


-Soy una mujer solitaria y no puedo luchar por mi honra. ¿Hay acaso algún hombre capaz de defenderme? Esta es mi respuesta a esa acusación. Bien sabe Merlín, y también sir Ulfius como el rey Uther vino a mí, merced a los artificios mágicos de Merlín, bajo el aspecto de mi esposo, quien había muerto tres horas antes. Esa noche concebí un hijo del rey Uther y al decimotercer día me desposó y convirtió en su reina. Por mandato de Uther el niño me fue arrebatado al nacer y fue entregado en manos de Merlín. Nunca me dijeron qué se había hecho de él, y nunca supe su nombre, nunca vi su cara ni supe de su suerte. Juro que digo la verdad.


Entonces sir Ulfius se volvió hacia Merlín.


-Si la reina dice la verdad, eres más culpable que ella.


-Tuve un hijo de mi señor el rey Uther -dijo la reina-, pero nunca supe qué le había ocurrido... jamás.


Luego el rey Arturo se incorporó y se dirigió a Merlín. Tomándolo de la mano lo condujo frente a la reina Igraine y le preguntó con serenidad:


-¿Esta mujer es mi madre?


A lo cual Merlín respondió:


-En efecto, mi señor. Es tu madre.


Entonces el rey Arturo abrazó a su madre y la abrazó llorando, y ella lo consolaba. Al cabo de un rato el rey irguió la cabeza y sus ojos centellearon. Proclamó que se realizaría una fiesta para celebrarlo, una fiesta que duraría ocho días.

Continuará...

John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

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