miércoles, 21 de octubre de 2009

Mi testamento filosófico (VII)


De cómo Blaise Pascal vino a mi cabecera a interrogarme sobre mis razones para creer en Dios (V)













-Guitton, usted distingue lo Absoluto que es Dios y lo Absoluto que no sería Dios. Ése es su primer paso. ¿Cuál sería el segundo?

-Esto, Pascal: afirmo que todo el mundo admite lo Absoluto.

-¿Es verdaderamente cierto?

-Se demuestra por una inducción perfecta. Tome una después de la otra todas las escuelas de pensadores que podríamos creer ateos y observe que ellos admiten lo Absoluto. Los materialistas conciben la materia como un Absoluto inengendrado e imperecedero, o como un Devenir eterno, o como una muerte Inmortal, o también como una Vida universasl, o una naturaleza infinita, pero siempre como un principio primero, radical e irreductible a ninguna otra cosa: lo Absoluto. En cuanto a los idealistas, reducen la materia a no ser más que un correlato del espíritu, y entonces para ellos el Espíritu, o el Yo, o la Razón son como lo Absoluto.

-Y para terminar, Guitton, ¿qué opina usted de los escépticos?

-Vacilan entre varias ideas de lo Absoluto. Eso prueba que no vacilan sobre lo absoluto en sí mismo.

-¿Hay otras clases de candidatos al ateísmo?

-No, Pascal.

-Entonces, la inducción es perfecta. Pero me queda una duda referente al escéptico. ¿Y si él dudara verdaderamente de lo Absoluto, en vez de vacilar simplemente entre varias ideas de lo Absoluto?

-Si ése fuera el caso, Pascal, él admitiría además la hipoótesis de que pueden subsistir más que la ilusión del ser y de la nada. Eso sería el nihilismo.

-Pero, en este último caso, Guitton, ya no habría Absoluto.

-Al contrario. La nada tomaría de inmediato una mayúscula y estaríamos en presencia de una metafísica nihilista donde lo Absoluto sería concebido como Nada. Una Nada que no sería nada y que probablemente no sería lo que entendemos buenamente por esa palabra.

-Y, en consecuencia, todo el mundo admite lo Absoluto. Pero, perdóneme, mi querido Guitton, tengo otra duda. ¿Y los que rechazan lo Absoluto? ¿Qué piensa usted?

-Hay que distinguir. O bien se han rebelado contra lo Absoluto, y por lo tanto lo admiten como real, sin querer empero amarlo u obedecrlo (primer caso); o bien se imaginan que su rechazo podría impedir al Absoluto ser, y en tal caso imaginan su voluntad como un Absoluto que sería Voluntad con mayúscula. Por consiguiente, admiten también como real un Absoluto: la Voluntad (segundo caso); o bien (tercer caso) quieren simplemente que no haya Absoluto, pero entonces, o es un deseo ineficaz y volvemos al primer caso, o es más que eso y volvemos al segundo.


-Me gusta. Ahora estoy de acuerdo con usted: todo el mundo admite lo Absoluto. Éste era su segundo tiempo. ¿Pero tenemos razón en admitir ese Absoluto que todos admitimos? Éste debe ser su tercer tiempo.

-Lo será, Pascal, si Dios me da vida.

-Esperémoslo, tanto más porque después será necesario todavía que se pare sobre sus pies y nos muestre de qué manera todo esto nos conduce a creer en Dios. Pero dígame ya, ¿por qué tendríamos razón en admitir ese Absoluto, que todos admitimos?

-Con mucho gusto. Todos lo admitimos. Por consiguiente, si estuviésemos equivocados al admitirlo, todos estaríamos equivocados.

-Bien lo sé, Guitton, ¿pero acaso es imposible tener un consentimiento universal erróneo?

-Aguarde. Usted pregunta si todos tenemos razón en admitir lo Absoluto. Pero, para tener razón, hace falta todavía tener una razón en marcha. ¿Sería ese el caso si no lo admitiéramos? Pascal, sin la idea de la verdad, ¿qué es la razón?

-Un pescado en la arena, Guitton, un pescado en la arena. Y ya veo cómo usted va a agrandar su ventaja. Pues, sin la acción profunda y oculta de esa idea de lo Absoluto, ¿en qué se convertiría la idea de la verdad?

-En algo más blando, mi querido Pascal, que los relojes de bolsillo en las pinturas de Salvador Dalí, incapaz de servir de norma al avance del espíritu. Pero hay que reflexionar un poco para convencerse de ello.

-Por lo tanto, Guitton, si resumo bien su pensamiento: sin idea de Absoluto no hay idea-fuerza de verdad, y sin idea-fuerza de verdad no hay razón en marcha. Es decir, no hay razón que no albergue de algún modo una idea de Absoluto y que no funcione gracias a ella. Pero esa idea de Absoluto, ¿no podría ser más que una estructura de nuestra razón? En ese caso, ¿lo real y lo Absoluto no serían incognoscibles?

-Ilusión. Cuando pensamos así, Pascal, rechazamos cierta idea de Absoluto, que se vuelve en efecto incognoscible y hasta absurda, pero solo para plantear otra de inmediato.

-Exacto. En este caso, Guitton, lo que llamamos nuestra razón adquiriría en el acto una mayúscula y sería para nosotros lo Absoluto.

-Completamente. Basta reflexionar sobre el propio pensamiento para darse cuenta de ello. ¿Pero cómo hacérselo comprender a quien no reflexiona?

En suma, Guitton: o bien tenemos razón en admitir lo Absoluto, o bien nos equivocamos al admitirlo, pero aun en ese caso todavía tendríamos razón en admitirlo. Por consiguiente, en todos los casos tenemos razón en admitirlo.

-Es exactamente eso.

-¿Pero, si a pesar de todo, nos equivocáramos absolutamente al admitirlo?

-En ese caso volveríamos a la filosofía nihilista y por lo tanto seguiríamos teniendo razón al admitirlo.

-¡Guitton, usted es diabólico!


-¡Vaya! ¿usted también me lo dice?

-¿Le asombra?

-¡Oh, no!... Ya nada me asombra.

Y callamos.


Continuará...

Jean Guitton, Mi testamento filosófico

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