lunes, 19 de octubre de 2009

La taberna de la Historia (XVII)



El escogido de Dios




Como lo escribí, tengo que repetirlo ahora -dijo Colón-. A mí de nada me sirvieron los mapamundis: sencillamente se cumplieron en mí las profecías. Yo mismo me asombré siempre de que a un extranjero, hijo de un lanero de Génova, estuvieran conversándole y escribiéndole o que recibiera cartas del rey de Castilla o teniendo correspondencia con el Papa. ¿Por qué? Los caminos de Dios... No hay sino que leer las Escrituras y ver cómo el Señor escogía los reyes de entre los pastores. Al rey Fernando se lo escribí muchas veces, y si no, que se vea esta carta que le envié poco antes de mi muerte. "Dios Nuestro Señor milagrosamente me envió porque yo sirviese a Vuestra Alteza, dije milagrosamente, porque fui al rey de Portugal, que entendía en el descubrir más que otro. Él le atajó la vista, oídos y todos los sentidos... En catorce años no le pude hacer entender lo que yo dije...". Así era. Fue cosa del Señor que un rey que sabía menos que el de Portugal, y un forastero desgraciado, vinieran a ser, para el descubrimiento, los escogidos del Señor.

Yo sabía más que los grandes de Salamanca... Ellos tenían cientos de libros, toda la ciencia ordenada en una biblioteca como apenas la de Alejandría... ¡y yo supe lo que ellos ignoraban! Sin mapamundis, sin manuscritos, sin bibliotecas... Ellos habían aprendido en años y en mil tratados cómo era la Tierra en la mitad del universo. Yo lo supe en una hora en Imago mundi de Pedro Aliaco. ¿Quién me puso en las manos el libro? ¿Quién me señaló el párrafo? El Señor, con el dedo. Y se me grabó en la memoria. Puedo repetirlo hoy como hace quinientos años: "Los filósofos colocan la esfera del fuego debajo de la luna: es allí donde el fuego es más puro, invisble a causa de su sutileza. Así como el agua es más limpia que la tierra, y el aire más limpio que el agua, el fuego es más sutil y claro que el aire, y el cielo más sutil o más claro que el fuego, con excepción de las estrellas que son las partes más densas: por eso las estrellas son lúcidas y visibles...

"Luego tenemos la esfera del aire que rodea el agua y la tierra. Comprende tres zonas: la una -la suprema que confina con el fuego- donde no hay vientos, ni lluvias, ni rayos, ni fenómenos semejantes. Se piensa que ciertas montañas como el Olimpo llegan a esas zonas, y según Aristóteles es allí donde se forman los cometas. Además, la esfera del fuego, como la zona más alta del aire, y los cometas que en ella se forman, hacen su revolución en el mismo sentido que el cielo, es decir, de oriente a occidente."

Podría seguir repitiendo páginas enteras que el Señor no solo puso en mis manos sino dejó en mi mente como cincelada cada palabra en una piedra. Yo sabía de la formación de las nubes y de las zonas donde habitan las aves y del mundo maravilloso de los peces y de los eclipses y las tempestades... ¡Y de la distancia que de Cádiz a Japón! ¡Todo en Imago mundi de Pedro Aliaco! Si algo había que rectificar, el Señor me señalaba para que yo lo hiciera. Yo hablaba con Él y hasta en mi firma, pirámide de letras misteriosas, se ven las cábalas de que nos valíamos el Señor y yo para guardar el secreto de nuestro diálogo. Los reyes lo sabían. Yo se lo dije a ellos siempre. Pensarán muchos que fue soberbia mía decir que yo les regalé las Indias... Sí, se las regalé. Escribí en mi testamento: "El rey y la reina, nuestros Señores, cuando yo les serví con las Indias, digo serví, que parece que yo, por la voluntad de Dios Nuestro Señor se las di, como cosa que era mía. Puédolo decir, porque importuné a Sus Altezas por ellas, las cuales eran ignoradas... Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar por ello salvo cuento de maravedís, y a mí me fue necesario gastar el resto...".

He ahí la raíz de mis pleitos. Descubrí lo que no habían soñado los reyes, y ahora no me pagaban ni lo más corto de lo fijado en las capitulaciones. Una vez, en el desastre que hizo naufragar las naves del cuarto viaje, después de mucho llorar me quedé dormido. Entonces el Señor se me apareció y me dijo: "Oh estulto y tardo en creer y servir a tu Dios. Dios de todos ¿qué hizo Él más por Moisés o por David, su siervo? Desque naciste tuvo Él de ti muy grande cargo. Cuando te vio en edad de que Él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste donde te plugo, y te dio poder para ello...".

Son palabras del Señor. Tal como me las dijo se las escribí a los reyes, para que se dieran cuenta de lo que yo había hecho por ellos... Que el Señor les haya perdonado su ingratitud...



Continuará...
Germán Arciniegas, La taberna de la Historia

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