jueves, 16 de abril de 2009

Carta al Greco (I) - Por Niko Kazantzakis


CÓMO VI ESCRIBIR CARTA AL GRECO


DIEZ AÑOS, DIEZ AÑOS MÁS, pedía a su dios Niko Kazantzankis para concluir su obra, para decir lo que tenía que decir, para "vaciarse". -"Que venga después la muerte y solo encuentre un costal de huesos". Con diez años le bastaría, por lo menos así creía él.

Pero no era Niko Kazantzakis de aquellos que "se vacian". A los 64 años no sólo no se sentía viejo y fatigado sino incluso luego del último trágico incidente -la vacuna en Cantón y el secuestro en el hospital de Copenhage-. Había rejuvenecido o, como él afirmaba, se había regenerado. Dos grandes sabios de Friburgo (a orillas del Brisgovia), el hematólogo Heil Mayer y Kraus, el cirujano, lo confirmaban.

¡Su sangre es actualmente igual a la mía! -exclamaba con aire triunfal el profesor Heil Mayer después de la consulta diaria, durante todo el último mes.

-¿Por qué corres así? -lo regañaba yo, temiendo que resbalase en las baldosas enceradas y se rompiese un hueso.

-No temas, Lenotschka, ¡tengo alas! -respondía y sentíase que tenía confianza en su organismo y en su alma que no se rendían.

-¡Si por lo menos pudiera dictarte! -suspiraba a veces, cogiendo el lápiz con un movimiento nervioso, trataba de escribir con la mano izquierda. (La derecha, aunque fuera de peligro estaba todavía vendada.)

-¿Por qué tanto apuro? ¿Quién te corre? Ya está listo, nos hemos tragado el burro, solo nos falta el rabo... Unos días más y ya podrás escribir.

Viraba la cabeza, me miraba un momento sin hablar, suspiraba: -Tengo demasiadas cosas que decir. Hay tres nuevos asuntos que me hostigan. Tres nuevas novelas. Pero primero tengo que terminar el Greco.

-¡Lo terminarás!

-Lo modificaré. Ahora sí que sé escribir. ¡Ya verás! Toma una hoja de papel y un lápiz, veamos si alcanzo a dictarte...

Nuestra colaboración duró apenas unos minutos.

-¡Imposible! No sé dictar. Solo puedo pensar con el lápiz en la mano: "Antepasados... Padres... Creta... Infancia... Atenas... Viajes... Sikelianos... Viena... Berlín... Prevelakis... Moscú..."

Recuerdo otro momento crítico de nuestra vida. Otra clínica, aquélla en París. Y Niko gravemente enfermo, un abcseso formado de nuevo por descuido o por ignorancia, cuarenta grados de fiebre, los médicos pesimistas. Todos creían lo peor, solo él imperturbable.

-¡Toma el lápiz, Lenotschka!

Y, con voz apenas audible, que emergía de las aguas insondables del subconsciente, empezó a dictarme los dísticos franciscanos que había puesto en boca del santo:

"He dicho al almendro: Háblame de Dios, hermano. Y el almendro floreció."

Ahora, antes de partir para China, había confiado el manuscrito del Greco a un joven pintor, a su partera, como lo llamaba, que venía al alba, subía a su escritorio y empezaba los eternos "¿De dónde?", "¿Adónde?" y "¿Hasta cuándo?", todas las grandes preguntas sobre Dios, el hombre y el arte. Niko reía, admiraba el fervor del muchacho y su amor ardiente por su arte y... "echaba al mundo." Echaba al mundo sus ideas y se sentía aliviado...

-¡Puede ser que nuestra casa se incendie! -le dijo un día. Le confío mi manuscrito. Si se quemara nunca podría volver a escribirlo. Solo lamento no haberlo terminado.

¿Pero cómo terminarlo? ¿Qué es lo que no he hecho estos últimos meses, antes de la partida?

Empezó CARTA AL GRECO en el otoño de 1956, al regresar de Viena. Cuando descansaba de esta obra reanudaba la traducción de Homero que realizaba con el profesor Kakridis.

¡Tenemos que terminarla a tiempo, no bajar a los Infiernos con un solo pie! -decía entre irónico y asustado.

Y, simultáneamente, con un ritmo forzado, llegaban fragmentos de la traducción inglesa de su propia ODISEA. Páginas enteras de palabras difíciles de traducir. ¡Cuánto tiempo, cuánto esfuerzo le insumió este trabajo! Y además, la edición de su Obra completa, en Grecia. Textos que revisaba, otros, perdidos -como la RUSIA-, que debía volver a escribir. Pierre Sipriot, que le reclamaba las entrevistas para la R.T.F. La película de Dassin, otra de Spyros Skouras... y la preparación para un viaje a la India, donde nos invitaban, pero donde no nos atrevíamos a ir, a causa de las múltiples vacunas obligatorias. Si, Niko Kazantzakis no ha tenido tiempo de hacer la segunda "redacción" de su autobiografía, tal como tenía por costumbre. Solo ha tenido la posibilidad de volver a escribir el primer capítulo y unos de los últimos: CUANDO LA SEMILLA DE LA ODISEA GERMINÓ EN MÍ. Aun tuvo tiempo de releer por lo menos una vez todo y hacer algunas correcciones con lápiz.

Vuelvo hoy a ver, en mi soledad, el crepúsculo otoñal, cuando bajó ligero como un niño con el primer capítulo:

-¡Lee, lee, niña, lee que te escucho!

"Reúno mis herramientas: la vista, el oído, el gusto, el olfato, el tacto, la mente. Ha caído la tarde, la jornada de trabajo concluye, vuelvo como el topo a mi casa, a la tierra. No es que esté cansado de trabajar, no lo estoy, pero ya se pone el sol..."

No pude seguir. Mi garganta se estrechó. Por primera vez Niko hablaba de la muerte.

-¿Por qué escribes como si fueras a morir? -exclamé realmente enloquecida y, para mí: ¿por qué acepta de pronto la muerte?

-¡No, no, no moriré compañera, no hagas caso! Viviré todavía diez años, ¿no lo hemos dicho? -respondió sin ninguna vacilación. Necesito diez años más -repitió y extendió la mano para tocarme la rodilla. -Vamos, léeme, veamos lo que acabo de escribir.

Me lo negaba a mí, pero quizás él lo sabía. Porque aquella misma tarde metía en un sobre el capítulo en cuestión acompañado por una carta para Pandelis Prevelakis: "Eleni no ha podido leer, ha estallado en sollozos. Pero es que empieza a acostumbrarse, que yo también me acostumbro...

Su demonio interior lo impulsó probablemente a abandonar el TERCER FAUSTO que tanto deseaba escribir, para comenzar CARTA AL GRECO.

Verdad y mentiras entremezcladas. ¡No, mentiras no! Mucha verdad y algunas invenciones. Algunas fechas intercambiadas. Cuando habla de otros, siempre la verdad, tal como la ha visto y oído. Cuando habla de sus tribulaciones personales, algunas ligeras variantes.

Pero, una cosa cierta: Si hubiera retomado su manuscrito lo hubiera modificado. No sabemos como lo hubiera hecho, de todos modos lo hubiera enriquecido. Cada día recordaba nuevos episodios olvidados. Y lo ajustaría -lo creo firmemente, al dominio de la realidad. Porque su verdadera vida estaba llena de sentido, de angustia humana, de alegría y de pena -de "humanismo", digámoslo de una vez. ¿Por qué cambiarlo? No es que le hayan faltado los momentos difíciles de la insuficiencia, de la huida y del sufrimiento. Pero precisamente estos momentos difíciles han sido para Niko Kazantzakis nuevos peldaños para subir más alto, para intentar llegar a la cumbre, allí donde se había prometido a sí mismo llegar, antes de guardar sus herramientas de trabajo.

-No me juzgues como un hombre -me suplicó un día otro combatiente. No me juzgues por mis actos, júzgame como si fueras Dios, por la intención secreta que tienen mis acciones.

Así, pensé, es como debemos juzgar a Niko Kazantzakis. No por lo que ha hecho, y ya lo creo que lo que ha hecho tiene valor intrínseco. Sino por lo que quería hacer; ya lo creo que lo que quería hacer tenía altísimo valor para él y para nosotros.

¡Vaya si lo tenía! En treinta años a su lado, no recuerdo haberlo visto sonrojarse de uno de sus actos. Era honesto, sin astucia, inocente como un recién nacido, dulcísimo con los demás, salvaje, implacable consigo mismo. Se retiraba a la soledad, no porque no amara a los hombres, sino porque estaba abrumado por su obra y sus horas las tenía contadas.

-Tengo ganas de hacer lo que dice Berenson -solía decirme hacia el final de su vida. Bajar a la esquina, extender la mano y mendigar a los que pasan: -¡Por favor, dadme un cuarto de hora!

Clavaba sus ojos muy pequeños, muy redondos, muy negros, en la penumbras -y que sin embargo eran color avellana-, se humedecían conservando siempre su sonrisa, ¡ah, un poco de tiempo más, para terminar mi obra. Después la Muerte será bienvenida!

¡Maldita sea! Vino y lo ha tronchado en la flor de su juventud. Sí, no sonrías lector desconocido, porque acaba de florecer y de dar fruto el que tanto has amado y tanto te ha amado: tu Niko Kazantzakis.

Prólogo para la edición griega.
ELENI N. KAZANTZAKIS
Ginebra, 15 de junio de 1961


Nota: La traducción literal del título griego de esta obra sería: Parte o mejor: Informe al Greco. Estos términos deben ser tomados en el sentido militar: el autor dice explícitamente que se coloca ante el Greco como un soldado ante su superior, para darle cuenta de su vida espiritual.



Continúa...
Niko Kazantzakis, Carta al Greco

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