martes, 7 de abril de 2009

Mi testamento filosófico (V)

De cómo Blaise Pascal vino a mi cabecera a interrogarme sobre mis razones para creer en Dios (III)

Hubo una pausa. La conversación me había fatigado. Cerré los ojos. Sin embargo, la fatiga me había descansado. Mi médico siempre me recomendó el surmenage. Llamaba a eso la surmenoterapia. Agotarme sin cesar y permanecer acostado la mitad del tiempo. Ese es el secreto de mi longevidad. Rousseau quería hacer una filosofía de la medicina. Spinoza lo deseaba también. ¿Qué habrían escrito? Reabrí los ojos. Pascal me preguntó:

-Guitton, ¿por qué cree en Dios?

-Usted es el gran Pascal. Me avergonzarían mis pequeñas respuestas. Usted, que ve a Dios, ya no necesita creer en Él. Entonces, ¿por qué esta pregunta?

-Es para usted, no para mí que la hago. Todavía tiene necesidad de responderla.

-¿Cómo sabe que tengo esa necesidad?

-Lo he visto en Dios.

-¡Usted ha hablado del hombre llamándolo quimera incomprensible! Yo, que hablo con usted, no logro encontrar esto absolutamente anormal. Y en el segundo siguiente pienso en el más allá, en Dios, y tengo dudas, necesito pruebas. ¿Acaso mi vida, si yo supiera verla, no bastaría para convencerme y persuadirme?

-Esta noche, yo no tengo que responder. Usted debe explicarlo. Guitton, ¿por qué cree en Dios?

-Ya le he dicho que no me gusta responder así. No es una manera. Prefiero lo vago, lo brumoso, el sfumato. A mi edad, no voy a ponerme a fabricar definiciones, demostraciones, silogismos. Lo que hizo mi éxito en este bajo mundo, sobre todo en mis últimos años, es...

-Guitton, se trata de su salvación. ¿Por qué cree en Dios?

-Exhalé un largo suspiro. Tenía que responder a ese diablo de hombre.

-¿Por qué?... ¡Porque me cuesta creer en Él!

-Quiero comprenderlo bien. ¿Me dice que cree en Dios porque le cuesta creer en Él?

-Sí. Y hasta diré más, Pascal: Si no me costara creer, creo que no creería.

-Es curioso.

-Pero sin embargo es así.

-Supongo, Guitton, que esa no es su única razón.

-No, pero es una. Si Dios fuese fácil estaría al alcance de la mano. No sería trascendente y no sería Dios. Pero si Dios es Dios, hay una desproporción entre Él y nosotros. Nada tiene de asombroso que para percibirlo, debamos empinarnos en la punta del espíritu.

-¿Pero en qué sentido le cuesta creer?

-Quisiera poder deducir su existencia a partir de mí. Siento que eso es imposible. En este sentido me cuesta. Pero si yo creyera así, no creería en Él y el Dios al cual adhiriera no sería Dios. Por consiguiente, no poder creer así me ayuda a creer.

-¿Pero si pudiese deducir a Dios?

-Estaría a mi nivel y ya no sería Dios.

-Sí, pero todo eso es negativo. ¿De qué manera esas dificultades lo ayudan a creer verdaderamente que Dios es Dios?

-Porque de todos modos, Pascal, creo en lo Absoluto. Por lo tanto, si no creo en un Absoluto que no es Dios creo forzosamente en un Absolutamente que es Dios.

-Para mí, está muy claro. Y es muy original.

-No tanto. Descartes escribió, en las Reglas para la dirección del espíritu: "Dudo, luego Dios existe. Dubito, ergo Deus est. Yo le he dicho lo mismo, a mi manera.

-Me sorprende que Desacartes haya podido decir algo tan bien. Si usted lo dice, seguramente es verdad. De lo que se desprende que él no es tan inútil e incierto como yo lo he escrito. ¿Podría usted explicar más? ¿Qué quiere decir con esas palabras,"Dios no sería Dios" y "Dios que sería Dios"?

-Todo está allí. Veamos. Le propongo distinguir dos palabras que a menudo se confunden: Absoluto y Dios.


Continúa...
Jean Guitton, Mi testamento filosófico

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