jueves, 2 de abril de 2009

De la magia erótica al amor romántico (VI)

¿Quién puso la Reina sobre el tablero? (V)

Un amor adúltero y casto

En cualquier caso cuando examinamos con atención la obra de estos trovadores no podemos sino asombrarnos. Siempre declaran su amor a una dama casada, conducta ciertamente condenable para los valores éticos que sustentaba la sociedad feudal, pero el esposo de dichas féminas no se siente ofendido en absoluto por el hecho de que otro hombre se confiese abiertamente rendido ante los encantos de su esposa. El marido, la mujer y el amante que se queja configuran una especie de extraño triángulo amoroso que, salvo escasas excepciones puntuales, convive en armonía. El trovador no celebra ni reivindica el amor libre, sino un amor adúltero. Invariablemente la dama pertenece a otro y se halla comprometida por el vínculo del sacramento matrimonial.

Tampoco puede afirmarse que la relación de vasallaje refleje el hecho de que el caballero pertenezca a una clase social inferior a ella y sea dicha diferencia de rango el obstáculo insalvable para consumar la unión y lo que convierte a la pasión que se canta en un amor imposible. Aunque es cierto que muchos trovadores de condición modesta les dedicaron sus requiebros líricos a damas de alta alcurnia, no lo es menos que en las canciones de aquellos que fueron reyes -algunos tan poderosos y famosos como Ricardo Corazón de León o el emperador Federico Barbarroja- se expresa la misma situación de vasallaje y la condición de inaccesible que tiene la dama.

Este hecho descalifica las explicaciones sociológicas que han propuesto algunos autores desde una perspectiva profana, al tiempo que nos sugiere que ese nivel de manifiesta inferioridad en el cual se sitúa el caballero para dirigirse a su dama refleja una actitud sicológica y una disposición espiritual. Esta bella no es inalcanzable por disfrutar de un rango social más elevado que el trovador, sino que lo es por definición. La dama es la Reina que preside el amor cortés en este ajedrez de la vida medieval y el caballero no sólo le rinde culto, sino que le jura y debe obediencia. Estamos ante un postulado o axioma fundamental del juego poético que cultivaban los trovadores. Como sucede en el caso del ajedrez, el Reglamento del amor cortés que codificaba la preceptiva de la lírica provenzal exigía que la Dama fuese la figura más poderosa en el territorio del Gay saber o Gaya ciencia.

Finalmente, el amor adúltero que canta el trovador presenta una particularidad asombrosa que, en buena medida, explica la civilizada tolerancia del esposo de la bella en tiempos tan poco propicios a la idea de "pareja abierta": se trata de una pasión rigurosamente casta que exige la no satisfacción del deseo amoroso que inspira la dama.

Casi todos los autores asumen como un hecho sólidamente establecido que la no consumación resulta esencial a este amor cortés anticonyugal. Más adelante veremos que resulta legítimo deducir que no todo es tan casto. Pero admitamos que el objetivo -al menos en principio y teóricamente- es conseguir la ascensión sin límites de un deseo que se depura al intensificarse cada vez más.

Guido Cavalcanti -heredero italiano de una poesía en lengua de Oc, que formó parte de la cofradía esotérica de los fedeli d' Amore y fue destacado miembro de los poetas del Dolce Stil Nuovo junto con Dante-, lo expresó de un modo muy duro al afirmar: "este amor solamente existe cuando el deseo es tan grande que sobrepasa los límites del amor natural". El deseo carnal no satisfecho, y espoleado de forma permanente, era la clave de esa depuración progresivamente mayor a medida que se exacerbaba y espiritualizaba cada vez a mayor altura, pero sin consumarse.

La diosa escondida

Otro aspecto esencial en este arte es el secreto. El trovador confiere un nombre en clave a su dama -Rosa Bermeja, Luz Verdadera, Consolación, Amante- y aborrece especialmente a los lonsegiers: indiscretos, espías y enemigos del amor de quienes había que guardarse. Aquel que revela los secretos de este amor cortés es "un pérfido".

La dama se erige en la diosa oculta de una religión personal y secreta y el trovador la venera hasta el extremos de conferirle la facultad mesiánica sobre su vida. "Solo por ella seré salvado", suspira Guillermo de Poitiers, con una expresión que atribuye a su dama nada menos que la función crística de redención.

Extraño amor adúltero resulta esta pasión que rehúsa consumar el deseo y prefiere espolearlo en la convicción de que sin "morir de amor" no es posible "vivir de verdad", creando así un tópico que recogió más tarde tanto la poesía renacentista de un Garcilaso de la Vega -"Por vos nací, por vos tengo la vida,/por vos he de morir y por vos muero", escribe en su soneto V, claramente trovadoresco- como la poesía mística de Santa Teresa: "Vivo sin vivir en mí/y de tal manera espero/que muero porque no muero", en una reelaboración del tema del "amor humano" como metáfora del "amor divino"; inversión que, probablemente, supone el retorno a las fuentes de inspiración trovadoresca. Al menos, algunos autores cualificados interpretan esta poesía como transposición de conceptos místicos en imágenes propias de la poesía amorosa, siguiendo la escuela de la escuela sufi de los místicos árabes, que floreció en el lirismo andaluz de los siglos X y XI. Por ejemplo, encontramos la misma idea en Al-Hallaj -ejecutado por hereje del Islam-, cuando manifiesta: "Al darme la muerte me harás vivir, pues para mí morir es vivir y vivir es morir". El tópico aparece en muchos otros sufis. Ibn Al-Faridh escribe: "El que no muere de su amor no puede vivir de él".

¿Qué sentido tiene este amor adúltero, pero casto, que busca el desapego del deseo carnal después de haberlo suscitado? Todo esto nos parece hoy demasiado rebuscado, entre otras cosas porque no hemos sabido develar dicho sentido: la finalidad íntima de asumir un tormento que conduce a un morir de amor para alcanzar una vida nueva a la cual, como en la Vita nova de Dante solo se accede bajo el signo de la dama (Beatrice)



Continúa...
Luis G. La Cruz, El secreto de los trovadores

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