miércoles, 8 de abril de 2009

La siete palabras - Poesía y meditación


Las siete palabras


Ángel de todos los días,
de todas
y cada una de mis tristezas
y alegrías,

Ángel que conversas
conmigo
desde el amantísimo aliento
de tu voz eterna
e infinita.

Ángel que desde los signos
primeros
y últimos
revelas ecos insondables
del Misterio y de la Luz,

Ángel que me orientas
e iluminas,
me proteges
mientras cargo
yo mi cruz.

"Perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lucas 23, 34)

Perdóname Jesús,
Jesús que mueres por mí.
Me equivoco demasiado,
escojo los demonios
disfrazados
de senderos,
salpico los caminos
de los justos
con restos
de mi error.

Perdóname Jesús
yo sé
que hago mal,
cambio
el bálsamo
que das
con el dolor
por mí
que duele en Vos.

Sin embargo,
una vez
más
abuso
de tu Amor,
te ruego
no me niegues
la compañía
de tu abrazo
después de la caída.

Tu mano tendida
es milagro
que aquieta
mi agitado respiro,
la herida de mi culpa,
elevándome
desde el mar de dudas
hasta tus cumbres
generosas
de perdón.

"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lucas 23, 24)

Subo las gradas
persiguiendo
tu Vuelo,
animándome a volar
cancelo el horizonte,
detengo los pies
a tres pasos
de tu Manto
muy cerca de tu Nombre.

Son las alas
de tu Ángel
las que abrigan
mi pecho;
crezco desde Ti
entre nubes diferentes
que me cuentan
de tus Ojos
escrutando
el Universo.

Tal vez
tu armonioso
Paraíso
sea el único
motivo
verdadero
que empuja
mis sienes
fuera
de la Tierra;

la razón
dulcísima
que envuelve mi poesía
de azul esperanza
y blanca melancolía
por la distancia
que se mece
todavía
entre tu Cielo
y mi lluvia.

"Mujer, aquí tienes a tu hijo Juan, hijo, aquí tienes a tu madre María" (Juan 19, 26-27)

¡Qué belleza de Muerte!
la que abre las ventanas
a la Vida,
la que reúne a la madre
con su hijo,
la muerte que de muerte
sólo contiene un instante
estampado sobre un fondo eterno
de Vida
diáfana y danzarina.

Antes de nacer
amé
en mis padres
la Vida;
ahora
que aún
no he muerto
la muerte humana
y pasajera
¿cómo renegar del regreso?

Allá...
de donde vengo
allá...
donde yo era
inocente
con Dios
y con su Madre
aún antes de ser
lo que ahora
soy:

Vida
verde y agua
que se amiga
con la muerte
por toda
la hermosa
vida
que a través
de la muerte
viene.

"Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Marcos 16, 34), (Mateo 27, 46)

Hubo un tiempo
hace poco tiempo
en que huí
de tu regazo
por pura urgencia de ti;
no me bastó tu Paciencia
quise darte lecciones,
no me alcanzó tu Presencia
quise acercarme
aún más a Ti,

pero Tú
nunca me abandonaste
ni siquiera cuando ofendí
tu Mirada con mi ceguera
cuando escribí
sobre tu Frente
que eras sólo
un hombre,
un hombre bueno
abandonado por Dios.

"Tengo sed" (Juan 19, 28)

Dijiste...
y yo sólo te ofrecí
mi llanto
y cuando tuve sed
del tuyo
comprendí que tus lágrimas
nunca se derraman,
se conservan puras
en tu fuente
de agua fresca

que no me atrevo ni a tocar
de tanto ver
que es en tus aguas
que mi rostro se embellece
cuando se mira en el espejo
de tu Cara
y adquiere algo
sólo algo,
minúsculo destello
de tu divino resplandor.

"Todo se ha cumplido" (Juan 19, 30)

Cristo
que mueres
por mí,
que conversas
conmigo
y me conoces
tanto,
sabes
que falta un trecho
todavía

que enciende
entre rosas y espinas
la vida
terrena,
paces
y guerras
que me separan
aún
de Ti,

pese a lo cerca
que estamos
desde aquel día
inesperado,
feliz,
cuando tu Ángel
encendió mi mano
camino
de la Catedral
de las torres inconclusas

y delante de Ti
Crucificado
me susurró
al oído:

"Habla con tu Dios".

Fue después de escucharme
que me confiaste con amor
enérgico,
vibrante:

"¡Hazlo, pero hazlo ya!"

"Padre en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23, 46)

Medito
desde la Primera
hasta la Séptima Palabra
hincado
ante la Cruz
de tu Pasión,
inclinada mi voluntad
hacia la tuya,
agradecido por el inmenso
regalo de tu Fe
que multiplica
los panes
y los peces
de mi Esperanza
y aviva el fuego
de mi Amor por Ti,
fuego que me abraza
sin consumirme,
que me une para siempre
por su llama

con tu Padre
Omnipotente
y Sabio,
con tu silenciosa
Madre
y tu Ángel
mensajero,
compañero
de mis calles
solitarias.

Amor que estalla
desde tu Amor
y se besa
con todas
tus criaturas,
también con ésta
la que hoy te escribe
desde este retiro
espiritual
de Pascua y Jubileo

donde Tú acudiste
puntual
y solidario
a la cita prometida
con tu Pueblo,
encuentro de tu Verbo
Salvador
Resucitado
con tu comunidad
de carne, hueso y espíritu
que descubre,
defiende
y proclama
tu Palabra.

Hermandad humana
que palpita
y ama
cuando Tú la habitas
la que sólo canta
cuando vive en Tí.

Juan Rubbini, Las siete palabras
La Sin Nombre, Ediciones La red, el arca y el mar, Medellín. 2003

1 comentario:

paz dijo...

Una descripcion, tan justa, tan dulce, tan iluminada que no descarto que el mismisimo Dios te la haya dictado. (Aunque se de tu sabiduria, claro)