domingo, 15 de junio de 2008

Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes (III)

Oriente y Occidente

Lo primero que tenemos que hacer en el estudio que emprenderemos, es determinar la naturaleza exacta de la oposición que existe entre el Oriente y el Occidente, y desde luego, para esto, precisar el sentido que queremos dar a los dos términos de esta oposición. Podríamos decir, por una primera aproximación, quizá un poco somera, que el Oriente para nosotros, es esencialmente Asia, y que el Occidente es esencialmente Europa; pero esto mismo requiere algunas explicaciones.

Cuando hablamos, por ejemplo, de la mentalidad occidental o europea, empleando indiferentemente una u otra de estas dos palabras, queremos referirnos a la mentalidad propia de la raza europea tomada en su conjunto. Llamaremos pues europeo a todo lo que se relaciona a esta raza, y aplicaremos esta denominación común a todos los individuos que han salido de ella, en cualquier parte del mundo en que se encuentren: así pues los americanos y los australianos, para no citar más que a éstos, son para nosotros europeos, exactamente con el mismo título que los hombres de la misma raza que continúan viviendo en Europa. Es evidente, en efecto, que el hecho de haberse trasladado a otra región o hasta de haber nacido en ella, no podría modificar la raza, ni, por consecuencia, la mentalidad que es inherente a esta; y, aun si el cambio de medio es susceptible de determinar tarde o temprano ciertas modificaciones, estas serán modificaciones muy secundarias que no afectan los caracteres verdaderamente esenciales de la raza, sino que por lo contrario hacen resalta a veces de manera más precisa algunos de ellos. Así es como se puede comprobar sin esfuerzo, en los americanos, el desarrollo llevado al extremo de algunas de las tendencias que constituyen la mentalidad europea moderna.

Se plantea así una pregunta aquí, sin embargo que no podemos excusarnos de indicar brevemente: hemos hablado de la raza europea y de la mentalidad que le es propia; ¿pero hay verdaderamente una raza europea? Si nos referimos a una raza primitiva, con una unidad original y una perfecta homogeneidad, hay que responder negativamente, porque nadie puede negar que la población actual de Europa se formó con una mezcla de elementos que pertenecen a razas muy diversas, y que hay en ella diferencias étnicas bastante acentuadas, no solo de un país a otro sino aun en el interior de cada agrupamiento nacional. Sin embargo, no es menos cierto que los pueblos europeos presentan bastantes características comunes que hacen que los distingamos netamente de todos los otros; su unidad, aunque esta sea más bien adquirida que primitiva, basta para que se pueda hablar, como hacemos de raza europea. Solo que esta raza es naturalmente menos fija y menos estable que una raza pura; los elementos europeos, al mezclarse a otras razas, serán absorbidos más fácilmente y sus caracteres étnicos desaparecerían con rapidez; pero esto no se aplica sino al caso en que haya mezcla, y cuando solo hay yuxtaposición, acontece por el contrario que los caracteres mentales, que son los que más nos interesan, aparecen en cierto modo con más relieve. Estos caracteres mentales son los que, por otra parte, hacen más neta la unidad europea; cualesquiera que hayan sido las diferencias originales a este respecto o desde otros puntos de vista, se ha formado poco a poco, durante el curso de la historia, una mentalidad común a todos los pueblos de Europa. Esto no quiere decir que no haya mentalidad especial para cada uno de estos pueblos; pero las particularidades que los distinguen son secundarias con relación a un fondo común al cual parecen sobreponerse: son, en suma, como especies de un mismo género. Nadie, aun entre los que dudan que se pueda hablar de una raza europea, vacilará en admitir la existencia de una civilización europea; y una civilización no es otra cosa que el producto y la expresión de cierta mentalidad.

No trataremos de precisar, desde luego, los rasgos distintivos de la mentalidad europea, porque ellos surgirán suficientemente en la continuación de este estudio; indicaremos simplemente que muchas influencias contribuyeron a su formación: la que se ha desempeñado el papel preponderantes es sin discusión la influencia griega o, si se quiere, grecorromana. La influencia griega es casi exclusiva en lo que se refiere a los puntos de vista filosófico y científico, a pesar de la aparición de ciertas tendencias especiales, y propiamente modernas, de las que hablaremos más adelante. En cuanto a la influencia romana, es más social que intelectual, y se afirma sobre todo en las concepciones del Estado, del derecho y de las instituciones; por lo demás, intelectualmente, los romanos habían tomado casi todo a los griegos, de manera que, a través de ellos, no es más que la influencia de estos últimos la que pudo ejercerse aun indirectamente. Hay que señalar también la importancia, desde el punto de vista religioso especialmente, de la influencia judaica que, por otra parte volveremos a encontrar igualmente en cierta parte del Oriente; hay allí un elemento extra-europeo en su origen, pero no deja de ser en parte constitutivo de la mentalidad occidental de nuestros días.

Si consideramos ahora el Oriente, no es posible hablar de una raza oriental, o de una raza asiática, aun con todas las restricciones que hemos empleado en la consideración de una raza europea. Se trata aquí de un conjunto mucho más extenso, que comprende poblaciones mucho más numerosas, y con diferencias étnicas mucho más grandes; podemos distinguir en este conjunto varias razas más o menos puras, pero que ofrecen características muy precisas y de las cuales cada una tiene una civilización propia, muy distinta de las otras: no hay una civilización oriental como hay una civilización occidental, en realidad hay civilizaciones orientales. Tendremos oportunidad pues, cosas especiales para cada una de estas civilizaciones, e indicaremos adelante cuáles son las grandes divisiones generales que pueden establecerse a este respecto, pero, a pesar de todo, encontraremos, si nos fijamos más en el fondo que en la forma, muchos elementos o más bien principios comunes que hacen que sea posible hablar de una mentalidad oriental, por oposición a la mentalidad occidental.

Cuando decimos que cada una de las razas del Oriente tiene una civilización que le es propia, esto no es absolutamente exacto; solo es verdadero en rigor para la raza china, cuyas civilización tiene precisamente su base esencial en la unidad étnica. Para las otras civilizaciones asiáticas, los principios de unidad sobre los cuales descansan son de naturaleza muy diferente, como lo explicaremos más tarde, y esto es lo que les permite comprender en esta unidad elementos que pertenecen a razas extraordinariamente diversas. Decimos civilizaciones asiáticas, porque las que consideramos lo son todas por su origen, aun cuando se hayan extendido en otras regiones, como lo ha hecho sobre todo la civilización musulmana. Por otra parte, eso cae de su peso fuera de los elementos musulmanes, no consideramos como orientales a los pueblos que habitan el este de Europa: no hay que confundir a un oriental con un levantino, que es más bien todo lo contrario, y que, al menos por la mentalidad, tiene los caracteres esenciales de un verdadero occidental.

Llama la atención a primera vista la desproporción de los conjuntos que constituyen respectivamente lo que llamamos el Oriente y el Occidente; y si hay oposición entre ellos, no puede realmente haber equivalencia, ni siquiera simetría, entre los dos términos de esta oposición. Hay a este respecto una diferencia comparable a la que existe geográficamente entre Asia y Europa, y en la que la segunda aparece como una simple prolongación de la primera; así también, la verdadera situación del Occidente con relación al Oriente, no es en el fondo más que una rama desprendida del tronco, y esto es lo que necesitamos explicar ahora de manera más completa. (Continúa)
Rene Guenon (Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes)

No hay comentarios: