domingo, 22 de junio de 2008

Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes (IV)

La divergencia (I)

Si se considera lo que se ha convenido en llamar la antigüedad clásica, y se la compara a las civilizaciones orientales, se comprueba fácilmente que está menos alejada de ellas, desde ciertos puntos de vista al menos, que la Europa Moderna. la diferencia entre el Oriente y el Occidente parece que ha ido aumentando siempre, pero esta divergencia es en cierto modo unilateral, en el sentido de que solo el Occidente es lo que ha cambiado, mientras que el Oriente, de manera general, permanece sensiblemente como era en esa época que se tiene la costumbre de considerar como antigua, y que sin embargo, todavía, es relativamente reciente. La estabilidad, se podría decir hasta la inmutabilidad, es un carácter que se le reconoce de buen grado a las civilizaciones orientales, principalmente a la de China, pero es acaso menos fácil extenderse sobre su interpretación: los europeos, desde que creyeron en el "progreso" y en la "evolución", es decir, desde hace más de un siglo, quieren ver en esto un signo de inferioridad, mientras que por el contrario, nosotros vemos un estado de equilibrio que la civilización occidental se ha mostrado incapaz de alcanzar. Esta estabilidad se afirma por una parte en las cosas pequeñas lo mismo que en las grandes, y se puede encontrar un ejemplo notable en el hecho de que la "moda", con sus variaciones contínuas solo existe en los países occidentales. En suma, el occidental, y sobre todo el occidental moderno, aparece como esencialmente veleidoso e inconstante, aspirando solo al movimiento y a la agitación, en tanto que el oriental presenta exactamente el carácter opuesto.

Si se quiere representar esquemáticamente la divergencia de la que hablamos, no habría pues que trazar dos líneas que de una y otra parte se fuesen separando de un eje, sino que el Oriente debería estar representado por el eje mismo y el Occidente por una línea que partiera de este eje a la manera de una rama que se separa del tronco, como antes lo dijimos. Este símbolo sería tanto más justo cuanto que, en el fondo, por lo menos desde los tiempos llamados históricos, el Occidente nunca ha vivido intelectualmente en la medida en que ha tenido una intelectualidad sino de préstamos hechos del Oriente, ya sea de una manera directa o indirecta. La misma civilización griega está muy lejos de haber tenido esa originalidad que se complacen en proclamar los que son incapaces de ver nada más allá, y que llegarían de buen grado hasta pretender que los griegos se calumniaron cuando reconocieron lo que debían al Egipto, a Fenicia, a Caldea, a Persia y hasta a la India. Por más que estas civilizaciones son incomparablemente más antiguas que la de los griegos, algunos, cegados por lo que podemos llamar "el prejuicio clásico", están dispuestos a sostener, contra toda evidencia, que son ellas las que recibido préstamos de la helénica y que sufrieron su influencia, y es muy difícil distutir con ellos, precisamente porque su opinión solo descansa en prejuicios; pero ya insistiremos con más amplitud sobre esta cuestión. Es verdad que los griegos tuvieron sin embargo cierta originalidad, pero que de ningún modo es la que se cree por lo común y que no consiste sino en la forma en la cual presentaron y expusieron lo que habían adoptado, modificándolo de manera más o menos afortunada, para adaptarlo a su propia mentalidad, originalidad muy distinta de la de los orientales, y aun opuesta a esta en más de un aspecto.

Antes de ir más lejos, precisaremos que no pretendemos negar la originalidad de la civilización heléncia desde este o aquel punto de vista más o menos secundario a nuestro juicio, desde el punto de vista del arte por ejemplo, sino solo desde el punto de vista propiamente intelectual, que por otra parte se encuentra mucho más reducido que en los orientales. Esta disminución de la intelectualidad, este empequeñecimiento, por decirlo así, podemos afirmarlo netamente con relación a las civilizaciones orientales que subsisten y que conocemos directamente; y es verosímil con relación a las que desaparecieron, según todo lo que podemos saber de ellas, y sobre todo según las analogías que han existido de modo manifiesto entre éstas y aquéllas. En efecto, el estudio del Oriente tal como se hace hoy todavía, si se quisiera comprender de manera verdaderamente directa, sería capaz de ayudar en una amplia medida para comprender la Antigüedad en razón de este carácter de fijeza y de estabilidad que hemos indicado; ayudaría a comprender también la antigüedad griega, para la cual no tenemos el recurso de un testimonio inmediato, porque se trata aquí también de una civilización que realmente se extinguió, y los griegos actuales no tendrían ningún título para que se les considere como los legítimos continuadores de los antiguos, de los que sin duda no son ni siquiera los descendientes auténticos. (Continúa...)

René Guenon, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes

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