jueves, 19 de junio de 2008

La taberna de la Historia (IV)

Relato de Colón el Primitivo

Cuando vi que todos andaban en pelota, me sentí el hombre más feliz del mundo y pensé para mis adentros: Así se cumple la voluntad de Dios. Él quería que yo los viera como los había vivido en todas mis lecturas, desde el Pentateuco de Moisés hasta San Isidro y San Ambrosio. Hubo momentos en que pensé: No he tendido el puente para unir a España con Japón sino para juntar los días del paraíso del Génesis con los de mi reina Isabel. Era más importante el tiempo que el espacio. Era de maravilla ver a toda la gente sin al menos una hoja de parra. Así se lo escribí a los reyes y al papa, no para vanagloriarme sino para informarlos. San Isidro y Beda y Strabo y el Maestro de la Historia Scolástica y San Ambrosio y Scoto y todos los sacros teólogos conciertan en que el paraíso terrenal es en el Oriente, y yo, por voluntad de Dios, hallaba que no era como ellos lo decían. Yo lo hallé en un sitio conforme a la opinión de los santos y los sacros teólogos y vi que era de otra manera. No la montaña áspera que ellos decían suave y dulce como el pezón de una pera. Han pasado quinientos años y recuerdo estas cosas como si fueran de ayer por la emoción que sentí al juntar mis lecturas, que parecían ser ficción, con imágenes verdaderas. Llegando a la isla Margarita, frente a las bocas del Ganges -que ustedes ahora llaman Orinoco- me encontré delante de tanta cantidad de agua dulce adentro y vecina con el agua salada como jamás leí antes. Tenía al fondo el cerro del Paraíso... escribí: "Es como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta y que esta parte del pezón sea la más alta y propincua al cielo...". No lo tuvo delante de sus ojos San Ambrosio y yo lo estaba viendo. "Y Ptolomeo y los otros sabios que escribieron deste mundo creyeron que era esférico creyendo que este hemisferio fuese redondo como aquel de allá donde ellos estaban...".

Cada paso que adelanté en mis viajes fue una invitación para ver hacia atrás. Hubo momentos en que me vi forzado a escribir versos. No me daba la prosa vulgar para cantar mi dicha:

Et tu debes resurtir
tu pensamiento en el cielo,
y de las cosas del suelo
con grande prudencia huir...

Vi las sirenas en que ya nadie creía. Tomando mis apuntes, escritos el propio día de haberlas encontrado, escribió Las Casas: "El día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro dijo que vido tres sirenas, que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan... Cuatro días más tarde me contó un indio que la isla de Martinino -Martinica- era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ellas hay mucho "tuob", que es oro en alambres... Me informaban que los hombres, aun siendo antropófagos, eran en demasiado grado cobardes, y así me parecieron. Ellas, en cambio, en su cuartel de Martinino se ejercitaban con arcos y flechas",

Me decían que había hombres de un ojo y otros con hocicos de perro que comían hombres, y que en tomando a uno lo degollaban y le bebían la sangre y le cortaban su natura.

Todo anunciaba perlas, oro, brasil, pimienta, clavo, áloe, canela y piedras preciosas, sirenas, antropófagos, amazonas, cíclopes. Las indias desnudas con brazaletes de oro, los indios con ranas de oro colgándoles de las narices, y por el suelo iguanas, alacranes, armadillos, lagartos, arañas, como en los cuadros antiguos. Me perdía en la historia de los siglos. Solo que a veces bramaba el cielo como en la noche de Sodoma, porque sodomitas eran los indios. La última vez, en el mar de Veraguas, vi, como escribí a los reyes, aquella mar hecha sangre, hirviendo como caldera por el gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso. Una noche ardió el cielo como horno y echaba la llama con los rayos...

Yo sentía que daba un paso y retrocedía diez siglos. Era feliz llegando al Antiguo Testamento donde juntaba lo cristiano con lo hebreo de mis antepasados. A nada me ayudaba la ciencia; mi aliento era mágico, y veía la esfera como Pedro Aliaco en Imago Mundi, con la Tierra en el centro, girando en torno al Sol y las estrellas, y el aire, el agua, el fuego moviéndose sobre esferas de vidrio, y una humanidad desnuda y sirenas en el agua, y amazonas en las islas y ríos como los de la historia sagrada, y diluvios, y rayos y el mar bramando como el viento. Continúa...

Germán Arciniegas, La taberna de la Historia

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