domingo, 22 de junio de 2008

Los crímenes de la rue Morgue (IV)

Una noche paseábamos por una larga y sucia calle, en las inmediaciones del Palais Royal. Puesto que ambos estábamos, al parecer, enfrascados en nuestros pensamientos, ninguno de los dos había pronunciado una sílaba desde hacía al menos quince minutos. De pronto Dupin rompió el silencio con estas palabras:
-Ciertamente, es un tipo demasiado bajo, y estaría mejor en el Théatre des Varietés.
-No hay la menor duda- respondí maquinalmente, sin observar al principio (tan absorto estaba en mis reflexiones) la forma extraordinaria en que mi interlocutor se había hecho eco de mis reflexiones.
Un instante más tarde me recobré y mi asombro fue profundo.
-Dupin- dije con gravedad-, esto está más allá de mi comprensión. No dudo en afirmar que estoy asombrado y que apenas puedo dar crédito a mis sentidos. ¿Cómo es posible que supiera usted que yo estaba pensando en...?
Aquí hice una pausa, para asegurarme más allá de toda duda si él sabía realmente en qué estaba pensando.
-...en Chantilly -dijo-. ¿Por qué se detiene? Se estaba diciendo a sí mismo que este bajo individuo no era apropiado para la tragedia.
Aquel había sido precisamente el tema de mis reflexiones. Chantilly era un antiguo zapatero remendón de la rue Saint Denis que, loco por el teatro, había querido representar el role de Jerjes en la tragedia de Crebillon de este mismo nombre y había sido notoriamente satirizado por sus esfuerzos.
-Dígame, por el amor de Dios -exclamé-, el método, si es que hay alguno por el cual ha conseguido sondear mi alma sobre este asunto. De hecho, me sentía mucho más sorprendido de lo que estaba dispuesto a admitir.
-Fue el frutero- respondió mi amigo- quien lo llevó a usted que el remendón de suelas no tenía la altura suficiente para Jerjes et id genus omne.
-¡El frutero! Me asombra... no conozco a ningún frutero.
-Sí, ese hombre con el que tropezó cuando entramos en la calle..., puede que haga unos quince minutos.
Entonces recordé, que, en efecto, un frutero, llevando sobre su cabeza un gran cesto de manzanas había estado de derribarme, por accidente, cuando pasábamos de la rue C... a la callejuela donde estábamos ahora; pero lo que no podía entender era qué tenía que ver aquello con Chantilly.
No había ni una partícula de charlatanerie en Dupin.
-Se lo explicaré -dijo-, y para que pueda comprenderlo claramente primero seguiremos hacia atrás el rumbo de sus meditaciones desde el momento en que yo le hablé hasta el de la rencontre con el frutero en cuestión. Los principales eslabones de la cadena son: Chantilly, Orión, doctor Nichols, Epicuro, estereotomía, los adoquines de la calle, el frutero.
Hay pocas personas, que no se hayan entretenido en algún período de sus vidas, en recorrer a la inversa los pasos a través de los cuales su mente ha llegado a alguna conclusiones en particular. A menudo la ocupación está llena de interés; y quien la intenta por primera vez se muestra asombrado por la, aparentemente, ilimitada distancia e incoherencia entre el punto de partida y la meta. Cuál, pues, debió de ser mi asombro cuando oí al francés decir aquello, y cuando no pude evitar el reconocer que había dicho la verdad. Prosiguió:
-Habíamos estado hablando de caballos, si recuerdo bien justo antes de abandonar la rue C... Éste fue el último tema que discutimos. Cuando cruzamos a esta calle un frutero con un gran cesto sobre la cabeza, al pasar rápidamente junto a nosotros lo empujó a usted contra un montón de adoquines apilados en un punto donde están reparando la calzada. Pisó usted un fragmento suelto de uno de ellos, resbaló, se torció ligeramente el tobillo, pareció irritado, murmuró algunas palabras, se volvió para mirar el montón y luego siguió andando en silencio. No estuve particularmente atento a lo que hizo usted; pero la observación se ha convertido últimamente para mí en una especie de necesidad... (Continúa...)

Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias

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