martes, 31 de marzo de 2009

El viejo y el mar (XV)


El pájaro lo miró al oirlo hablar. Estaba demasiado cansado siquiera para examinar el sedal y se balanceó asiéndose fuertemente a él con sus delicadas patas.

-Estás firme -le dijo el viejo-. Demasiado firme. Después de una noche sin viento no debieras estar tan cansado. ¿A qué vienen los pájaros?

Los gavilanes, pensó, salen al mar a esperarlos. Pero no le dijo nada de esto al pajarito que de todos modos no podía entenderlo y que ya tendría tiempo de conocer a los gavilanes.

-Descansa, pajarito, descansa -dijo-. Luego ve a correr fortuna como cualquier hombre o pájaro, o pájaro o pez.

Lo estimulaba a hablar porque su espalda se había endurecido de noche y ahora realmente le dolía.

-Quédate en mi casa si quieres, pajarito -dijo-. Siento que no pueda izar la vela y llevarte a tierra, con la suave brisa que se está levantando. Pero estás con un amigo.

Justamente entonces el pez dio una súbita sacudida; el viejo fue a dar contra la proa y hubiera caído por la borda si no se hubiera aferrado y soltado un poco de sedal.

El pájaro había levantado el vuelo al sacudirse el sedal y el viejo ni siquiera lo había visto irse. Palpó cuidadosamente el sedal con la mano derecha y notó que su mano sangraba.

-Algo lo ha lastimado -dijo en voz alta y tiró del sedal para ver si podía hacer virar al pez. Pero cuando llegaba a su máxima tensión sujetó firme y se echó hacia atrás para tomar contrapeso.

-Ahora lo estás sintiendo, pez -dijo-. Y bien sabe Dios que yo también lo siento.

Miró en derredor a ver si veía el pajarito porque le hubiera gustado tenerlo de compañero. El pájaro se había ido.

No te has quedado mucho tiempo, pensó el viejo. Pero adonde vas te va a ser más difícil, hasta que llegues a la costa. ¿Cómo me habré dejado cortar por esa rápida sacudida del pez? Me debo de estar volviendo estúpido. O quizá sea que estaba mirando al pájaro y pensando en él. Ahora prestaré atención a mi trabajo y luego me comeré al bonito para que las fuerzas no me fallen.

-Ojalá estuviera aquí el muchacho y tuviese un poco de sal -dijo en voz alta.

Pasando la presión del sedal al hombro izquierdo y arrodillándose con cuidado se lavó la mano en el mar y la mantuvo allí sumergida, por más de un minuto viendo correr la sangre y deshacerse en estela y el continuo movimiento del agua contra su mano al moverse la barca.

-Ahora va mucho más lentamente -dijo.

Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por más tiempo, pero temía otra súbita sacudida del pez y se levantó y se afianzó y levantó la mano contra el sol. Era solo un roce del sedal lo que había cortado su carne. Pero era en la parte conque más tenía que trabajar. El viejo sabía que antes de que esto terminara necesitaría sus manos y no le gustaba nada estar herido antes de empezar.

-Ahora -dijo cuando su mano se hubo secado- tengo que comerme ese pequeño bonito. Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmelo aquí tranquilamente.

Se arrodilló y halló el bonito bajo la popa con el bichero y lo atrajo hacia sí evitando que se enredara en los rollos de sedal. Sujetando el sedal nuevamente con el hombro izquierdo y apoyándose en el brazo izquierdo sacó el bonito del garfio del bichero y puso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó una rodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne oscura longitudinalmente desde la parte posterior de la cabeza hasta la cola. Eran tiras en forma de cuña y las arrancó desde la proximidad del espinazo hasta el borde del vientre. Cuando hubo arrancado seis tiras las tendió en la madera de la popa, limpió su cuchillo en el pantalón y levantó el resto del bonito por la cola y lo tiró por sobre la borda.

-No creo que pueda comerme uno entero -dijo, y cortó por la mitad una de las tiras. Sentía la firme tensión del sedal y su mano izquierda estaba acalambrada. La corrió hacia arriba sobre el duro sedal y la miró con disgusto.

-¿Qué clase de mano es ésta? -dijo. Puedes acalambrarte, si quieres. Puedes convertirte en una garra. De nada te va a servir.



Continúa...
Ernest Hemingway, El viejo y el mar

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