martes, 10 de marzo de 2009

La Taberna de la Historia (XIV)

El amor y el mar


Cuando zarpamos de Palos -cuenta Colón-, me apoyé sobre la baranda de la Santa María, mirando a la tierra hasta que se me perdió. Iban borrándose las imágenes de las mujeres y los hombres, el perfil de las casas. Lo de siempre, cuando se navega. Hasta que se hunden, bajo la raya del agua, las cosas de la tierra. Para mí, sin embargo, ese día, todo era distinto. Lo que quedaba bajo el agua, en la lejanía, no era la estampa del puerto, eran los forcejeos con los reyes y los sabios. Triunfaba sobre los enemigos de mi viaje ¡me sentía el almirante! Y se me coloreaba la imagen de una mujer que ahora era para mí más que la Felipa de Lisboa, ya muerta, que la Beatriz de Córdoba, viva. ¡Isabel! Me sentía cautivo de sus claros ojos, envuelto en la dorada miel de sus cabellos. Seducido de su piel de alabastro. La veía surgir hecha una emperatriz: la de Granada vencedora. Ella, me había oído. Yo, el extranjero mendicante, la tuve más cerca que nadie. Cerca de su coraje y sus arrebatos. Cómo le brillaron los ojos cuando le confié mis planes. Nos sentimos fundidos en una ilusión mía, que ahí mismo fue de amante, tomaba cuerpo en una reina de mi propia edad, corajuda, que solo cambió de camisa el día que venció a los moros. La que empinada y risueña, vio salir derrotado, al último rey moro...

Se perdió la última imagen de la tierra y entré al castillo de tablas de la carabela. ¡A partir de mi propia victoria! Era mío el mar Océano, sería mío Oriente con sus riquezas fabulosas... Miré a la brújula, me hice cargo de la derrota, y se me impuso -¿por qué?- la imagen de otra mujer, bellísima, devoradora de hombres, Beatriz de Bobadilla... Dama de la Reina años atrás, cuando tenía diecisiete. En aquel entonces la miraba, la miraba demasiado el rey Fernando... Ahora, con la belleza más madura y la juventud intacta, era gobernadora de La Gomera, el puerto de las Canarias para lanzarme al mar del Japón... ¿Qué me atraía? ¿El Japón de Marco Polo? ¿El imán de Beatriz de Bobadilla? Así se piensa en esa edad en que tanto cuenta la mujer como todas las riquezas de la tierra juntas. Como se tira una lajita para que salte y salte sobre el agua, yo me veía, de nombre en nombre, yendo a la conquista del mar: Felipa, Beatriz Enríquez, Isabel, Beatriz de Bobadilla... ¡La más joven, la más bella, la gobernadora! Con nombre de tentación, de misterio.

Michela de Caneo dice que caí tocado de amor en La Gomera... No sé si debo decir que sí, no sé si debo decir que no. Recuerdo lo que de su belleza había dejado Beatriz en la corte... La pasión de Fernando... El orgullo herido de Isabel... Se la casó velozmente con Hernán Peraza, llegado para responder por el asesinato de Juan Rejón. Un rayo de luz aclaró las tinieblas. Lo del muerto se arregló dejándole a la viuda de Juan Rejón dos casas en Sevilla y una pensión. Lo importante era salir de Beatriz sin degollarla. Que se la lleve Hernán Peraza, dándole a éste la gobernación de La Gomera..., y todos tan contentos....

La tentación para comenzar el viaje era mortal. Beatriz de la Bobadilla, de veintidós años y viuda. Hernán, el gobernador, tirano por inclinación natural, se había hecho odioso y lo despacharon de este mundo con espadas o con cuchillos. Beatriz se puso hecha una ira y clamó: ¡Venganza!¡Venganza! La hicieron gobernadora y comenzó a cumplirse su voluntad... Yo iba al encuentros de esta belleza entre las llamas. La seduje con mis proyectos. Me sedujo con sus ojos y sus labios. Pudo detenenerme la fuerza de su brazo. Pero está escrito en nuestra ley marina: en cada puerto un amor... Amar, levar las anclas, y seguir... El destino del navegante es navegar...

Sé que todo se encuentra en los libros, y Pablo Emilio Taviani lo cuenta en los que ha escrito sobre mí. Pero lo saben mejor los que navegan... En el segundo viaje pasé otra vez por La Gomera e hice lo que tocaba. Besé sus manos y sus labios, y seguí. De prisa, muy de prisa. Tenía urgencia de volver a La Española. Iba a fundar, en homenaje a mi reino, una ciudad: la Isabela. Para reemplazar la de Navidad, que encontré en cenizas. Los españoles que se habían quedado habían pasado a las tripas de los indios antropófagos.


Contínúa...
Germán Arciniegas, La Taberna de la Historia

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