viernes, 13 de marzo de 2009

Mi testamento filosófico (IV)


De cómo Blaise Pascal vino a mi cabecera a interrogarme sobre mis razones para creer en Dios (II)


-Se ve que usted ha pasado por el purgatorio. No pensaba así cuando escribió Las cartas provinciales.

-Guitton, no imite las maldades de los hombres. Imite la bondad de Dios.

-Mi querido Pascal, en sus palabras reconozco toda la indulgencia de la Iglesia. Pero en fin, acepte que la religión no podría, sin degenerar, reducirse a un conjunto de pedidos materiales.

-Estoy de acuerdo.

-Para mí es lo que todavía se produce con frecuencia, y aun con más frecuencia se producía en la edad pretécnica. En la mente del hombre se formaba una idea de Dios como un gran distribuidor sobrenatural de ventajas materiales.

-Decididamente -dijo-, la idea lo obsesiona.

-Richelieu tenía jaquecas. Rogaba a Dios que lo librara de ellas. ¿Cree usted que oraba por otra cosa?

-Así lo espero por él...

-Yo también, Pascal. Pero supongamos por hipótesis que nunca haya orado más que por eso. ¿Qué idea podía formarse de Dios?

-La de una aspirina celestial, supongo. ¿Qué tiene que ver eso con la indiferencia religiosa?

-Si se hubiese inventado la aspirina, Richelieu habría dejado de orar.

-Ya veo. ¿Dejaría, en la misma medida, de ser un animal religioso?

-No. Pero su Dios estaría ocioso. Un Dios ocioso, Pascal, como los hay en tantas religiones, un Dios que se sabe que está allí, pero al que no se le da ningún lugar, ningún papel en nuestra vida. Un Dios al que ya no se le reza, o casi.

-Si lo comprendo bien, Guitton, el progreso técnico es causa de la indiferencia religiosa.

-Desde que acrecentó sus medios técnicos, el hombre pide a los técnicos muchas cosas que hasta entonces pedía a Dios. Y por eso ya no se ocupa de Dios. Le parece no necesitarlo para su vida cotidiana.

-La medicina aleja la muerte y hasta suprime su idea.

-La angustia de la muerte siempre está presente, pero el pensamiento de la muerte es menos consciente. Cuanto menos miedo tiene el hombre de morir mañana más se instala en la vida como si no debiera morir jamás. Piensa en sus pequeños asuntos y olvida el gran asunto de su destino. Se acuerda del más allá cuando tiene un pie en la tumba.

-Me ha respondido. Segunda pregunta, Guitton: ¿qué opina de la agresividad antitrreligiosa?

- Es menor que en mi juventud. Se explica de la misma manera que la indiferencia. El hombre reprocha a Dios no mostrar tan excelentes resultados como los técnicos. Se siente humillado de haberse visto obligado en el pasado a pedirle lo que ahora podemos procurarnos por nosotros mismos. Ya no soporta la idea de un ser superior, cuya utilidad material ya no ve.

-Pero en fin, Guitton, es Dios quien nos ha dado la inteligencia y las manos. Nuestras técnicas son también un don de Dios.

-No digo lo contrario. Digo como piensa la gente, usted me lo preguntó.

-¿Se dice que la filosofía interesa de nuevo a las personas?

-Es sin duda la señal de un renacer del interés por la religión. Todo eso marcha junto. La filosofía también se interesa en Dios.

-¿En su opinión, Guitton, en un pueblo religiosamente indiferente, la filosofía resultaría tan inútil como la religión.

-Sin duda. Las multitudes se satisfarían con el paraíso material, la salvación médica y la providencia estatal. A tales sentimientos, convertidos en fenómenos de masa, han correspondido en filosofía: materialismo, escepticismo, cientificismo, positivismo, pragmatismo, etc. Y sin embargo, el hombre sigue siendo religioso.

-Pero, según usted, Guitton, ¿la indiferencia religiosa es verdaderamente una novedad?

-En mi opinión, solo ha cambiado de forma. Antes, una religiosidad materialista y supersticiosa (discúlpeme) oraba a Dios por cualquier cosa, para obtener favores materiales, pero en el fondo a menudo era indiferente a la relación mística con Dios. Sin duda, se habría podido llamar, "indiferencia religiosa", en el amplio sentido a semejante vida religiosa.

-Pero, inversamente, Guitton, ¿los materialismos modernos no involucran una dimensión religiosa?

-Sí. El hombre sigue siendo un animal religioso. Hasta sus ateísmos tienen algo de religión. Los dos últimos siglos se han visto muy agitados por los grandes místicos de la Historia, de la libertad, del progreso, etc.

-Me han dicho que no recaudan tanto en estos días.

-Es verdad. La técnica tiene efectos perversos. Las ciencias plantean a su vez los problemas metafísicos. Los místicos políticos han fracasado. Hay de nuevo un lugar para la religión.

-Sí, pero ¿qué lugar? ¿el auténtico o el materialista?

- Los dos, Pascal, y también la mezcla de ambos.

-Dígame, Guitton, ¿qué puede ser hoy en día una religiosidad materialista?

-Un producto de lujo que aporta satisfacciones suplementarias a materialistas satisfechos. Emociones o percepciones extrañas, exquisitas y superfluas, en el orden de la sensibilidad o de la curiosidad. Resacralización de un erotismo desencantado. Gusto por lo fantástico y el horror, esoterismo y simbolismo, violencia y magia, necesidad de vida en común en ese ambiente: de allí las sectas y así sucesivamente.

-¿Eso no ha existido siempre?

-Sin duda, pero prolifera a causa del materialismo a la vez satisfecho e insatisfecho. No se lo diga a nadie, Pascal, pero cuando me dejo llevar soy cada vez más hostil a la religión.

-Bergson pensaba así.

-Es verdad. En Las dos fuentes de la moral y la religión, él escribía: "El espectáculo de lo que fueron las religiones y de lo que son algunas todavía es muy humillante para la inteligencia humana."

-La imaginación rebosa de curiosidad malsana. Se abandona a las sugerencias de pasiones viciosas y sacralizadas. Por eso prolifera la aberración, que termina por prescribir la inmoralidad.

-En su opinión, Pascal, ¿qué es lo que puede curar a la imaginación?

-La purificación del intelecto y la del corazón.

-Pascal, ¿qué es la purificación del intelecto?

-Tres cosas: la ciencia estricta, la sabiduría crítica y la fe pura, la que no busca sentir. Jamás hay que oponer esos valores espirituales pues ellos constituyen un sistema y cada uno se debilita sin el apoyo de los otros dos. Guitton -dijo sonriendo-, usted es hábil. Usted es quien debe responder, y yo interrogar. Volvamos, por favor, a la indiferencia religiosa. Y dígame si la situación está o no perdida para la religión.

-No lo creo. Por dos razones. La primera: todo ser humano es religioso en su fuero íntimo. El materialismo religioso no es más que una desviación. Siempre habrá cabida para una religiosidad más alta. Y, además, un ser verdaderamente religioso se preocupa menos por el tiempo que por la eternidad. Ve el tiempo a la luz de la eternidad.

-¿El tiempo no le interesa?

-¡Claro que sí! Le interesa tanto como la eternidad, pero de otra manera, y hasta puede decirse: mejor. Un vida religiosa auténtica no busca en la religión el interés material o el bienestar religioso. No es una forma de egoísmo. Es una vida para Dios. Rezar a Dios así es como decirle: "hágase tu voluntad".

-Los bienes supremos, Guitton, son de otro orden.

-Evidentemente.

-¿La religión, Guitton, es la mística?

-La mística es el centro de la religión. O lo que se llama religión no es más que una mezcla de magia y de espíritu gregario. Un ser místico no se siente amenazado por el progreso de las ciencias y las técnicas. Los espíritus místicos seguirán siéndolo. Siempre habrá santos.

-Guitton, ¿puede desaparecer la religión como fenómeno de masa?

-Sufrirá una regresión durante cierto tiempo todavía, no en las formas materialistas que, por el contrario, van a desarrollarse más y más en peligro de muerte. Solo el aumento de la santidad evitará el peligro.

-¿Pero eso no será un retorno a la religión materialista e interesada?

-Sí y no, Pascal, pues la paradoja será que cada vez tendremos más necesidad de una religión santa y verdadera, no de una religión materialista. Aunque exigida por la utilidad de la vida práctica, la religión no podrá servir, sin embargo, de nada, si no es auténtica, espiritual y desinteresada. Pues es así como, puede fomentar el compromiso, el amor, la amistad. El futuro petenece a la santidad.

-Es lo que me dice todo el tiempo Paulo VI. Él es un profeta. Lo ama mucho a usted. ¿Lo sabe?

-Lo sé.



Continúa...
Jean Guitton, Mi testamento filosófico

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