jueves, 26 de febrero de 2009

El rey Arturo y sus caballeros (VIII) - Merlín

El Rey de los Cien Caballeros vio a Cradilment en tierra y se volvió hacia sir Ector, el padre de leche de Arturo, lo derribó y se adueñó del caballo. Cuando Arturo vio que Cradilment a quien antes había derrotado montaba en caballo de sir Ector se enfureció y volvió a trabarse con él asestándole un golpe tan vigoroso con la espalda que el tajo hendió el yelmo y el escudo y el cuello del caballo, de modo que jinete y montura cayeron derribados en el acto. Entretanto, sir Kay fue al rescate de su padre, derribó a un caballero y ayudó a sir Ector para que volviera a montar.

Sir Lucas yacía sin sentido debajo del caballo, mientras Grifflet virilmente intentaba defender a su amigo contra catorce caballeros. Entonces sir Brastias quien había vuelto a montar, acudió para socorrerlos. Golpeó al primer caballero con tal fuerza en la visera que la hoja penetró hasta los dientes. Al segundo lo alcanzó en el codo con un tajo que le cortó limpiamente el brazo, tirándolo al suelo. A un tercero le asestó una estocada en el hombro, donde la coraza se une a la gorguera, despojándolo a la vez del hombro y el brazo. El suelo estaba cubierto de cuerpos mutilados y de heridos que luchaban, de cadáveres y caballos caídos, y la sangre enlodaba la tierra. El fragor de la batalla retumbaba desde la colina hasta el bosque: el clamor de las espadas y los escudos, el sordo crujido de los lanceros al entrechocarse con parejo vigor, los gritos de guerra, y los alaridos de triunfo, los airados juramentos y los chillidos de las bestias agonizantes, el triste gemir de los caídos.

Ocultos en el bosque Ban y Bors observaban la contienda y procuraban conservar el orden y el sosiego en sus filas, pese a que muchos caballeros temblaban y se movían anhelosos de entrar en batalla, pues el ardor de la lucha resulta contagioso entre hombres de armas.

Entretanto, la mortal batalla proseguía. El rey Arturo advirtió que no podría vencer a sus enemigos. Furioso como un león enloquecido por sus heridas, iba de un lado a otro derribando a cuanto se le oponía y maravillando a cuantos lo contemplaban. Dando mandobles a diestro y siniestro, mató a veinte caballeros e hirió al rey Lot en el hombro, tan severamente que lo obligó a retirarse del campo. Grifflet y sir Kay seguían luchando junto a su rey y ganaron grandeza con sus espadas merced a los cuerpos de sus enemigos. Luego Ulfius y Brastias y sir Ector cabalgaron contra el duque Estance, Clarivaus, Carados y el Rey de los Cien Caballeros, forzándolos a retirarse del campo; se reunieron en la retaguardia para considerar su posición. El rey Lot tenía graves heridas y su corazón estaba contristado a causa de las terribles pérdidas y desanimado al ver que la batalla no parecía tener fin. Habló con los otros señores, diciéndoles:

-A menos que cambiemos nuestro plan de ataque, nos destruirán poco a poco en el desfiladero. Que cinco de nosotros tomen diez millares de hombros y se retiren a descansar. Al mismo tiempo, los otros seis seguirán luchando en el pasaje causando tantos estragos como sea posible y fatigando al adversario. Cuando los venza el cansancio iremos a la carga con diez millares de hombres frescos y descansados. No veo otro modo de derrotarlos.

Así se acordó y los seis señores regresaron al campo de batalla y lucharon encarnizadamente para desangrar al enemigo y menoscabar sus fuerzas.

Ahora bien, sucedió que dos caballeros, sir Lyonse y sir Phariance, eran guardias de avanzada del oculto ejército de Ban y Bors. Vieron al rey Idres solo y fatigado y, desobedeciendo órdenes los dos caballeros franceses salieron de su escondite para atacarlo. El rey Anguyshaunce vio lo que ocurría y acometió contra ellos seguido por el duque de Cambenet y un grupo de caballeros, cercándolos e impidiéndoles regresar al bosque. Los caballeros franceses se defendieron con tenacidad pero al fin dieron con sus cuerpos en tierra. Cuando el rey Bors, desde el bosque, comprobó la necesidad de sus caballeros, sintió aflicción por su desobediencia y por el peligro que corrían. Reunió una mesnada y atacó con tal rapidez que pareció trazar una estría negra en el aire. Y el rey Lot lo vio y lo reconoció por el blasón de su escudo.

-Jesús nos proteja de la muerte -exclamó Lot-. Allá veo acudir a uno de los mejores caballeros de todo el mundo con un grupo de hombres descansados.

-¿Quién es? -preguntó el joven Rey de los Cien Caballeros.

-Es el rey Bors de Galia -dijo Lot-. ¿Cómo puede haber desembarcado en este país sin que nos encontrásemos?

-Quizá fue obra de Merlín -dijo un caballero. Pero sir Carados declaró:

-Por muy grande que sea, enfrentaré al rey Bors de Galia, y podéis enviarme ayuda en caso necesario.

Entonces Carados y sus hombres avanzaron con lentitud hasta que estuvieron a un tiro del arco del rey Bors y se dispusieron a acometerlo. Bors los vio acercarse y le dijo a su ahijado, sir Bleoberis, quien oficiaba de portaestandarte:

-Ahora veremos si estos britanos del norte saben usar las armas. -Y ordenó cargar sobre ellos.

El rey Bors traspasó con su lanza a un caballero y la punta asomó por el otro lado. Entonces desenvainó la espada y luchó salvajemente, mientras los caballeros que lo acompañaban seguían su ejemplo. Sir Carados cayó a tierra y fue necesario que el joven señor y un buen número de hombres acudieran a su rescate. Entonces el rey Ban y los suyos abandonaron su escondite; el escudo de Ban lucía bandas verdes y doradas. Cuando el rey Lot vio su emblema dijo:

-Ahora corremos doble peligro. Allá veo venir al caballero más valeroso y afamado del mundo, el rey Ban de Benwick. No hay quien equipare a esos dos hermanos, el rey Ban y el rey Bors. Debemos emprender la retirada o morir, y a menos que nos retiremos con prudencia y sepamos defendernos, moriremos de todas formas.


Continúa...
John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

No hay comentarios: