domingo, 1 de febrero de 2009

El rey Arturo y sus caballeros - Merlín (VI)

El Día de Todos los Santos los tres reyes se sentaron uno junto al otro en el gran salón y presidieron la fiesta. Sir Kay el Senescal, sir Lucas el Mayordomo y sir Gryfflet se encargaron del servicio pues estos tres caballeros impartían órdenes a todos los sirvientes del rey. Cuando el festín terminó y todos se hubieran lavado la grasa de la comida de sus manos y sus mantos, el séquito enfiló hacia el campo de los torneos, donde setecientos caballeros montados aguardaban ansiosamente la competencia. Los tres reyes, junto con el arzobispo de Canterbury y sir Ector, el padre de Kay, ocuparon sus sitios en un gran estrado protegido y decorado con telas de oro. Los circundaban hermosas damas y doncellas reunidas para observar el torneo y juzgar quién luchaba mejor.

Los tres reyes dividieron a los setecientos caballeros en dos bandos, los de Galia y Benwick por una parte y los de Arturo por la otra. Los buenos caballeros embrazaron los escudos y enristraron las lanzas, disponiéndose a la lucha. Sir Gryfflet acometió en primer lugar y sir Ladynas decidió enfrentarlo y ambos chocaron con tal fuerza que los escudos se partieron en dos y los caballeros cayeron al suelo, y tanto el caballero inglés como el francés quedaron a tal punto aturdidos que muchos los creyeron muertos. Cuando sir Lucas vio a sir Grifflet tendido en el suelo cargó sobre el francés y lo acometió con su espada, trabándose en lucha con varios a la vez. Y en eso sir Kay, seguido por cinco caballeros, súbitamente se lanzó al combate y derribó a seis oponentes. Nadie equiparó esa tarde a sir Kay, pero dos caballeros franceses, sir Ladynas y sir Grastian, conquistaron unánimes elogios. Cuando el buen caballero sir Placidas se trabó con sir Kay y tumbó al jinete y al caballo, Gryfflet se enardeció tanto que derribó a sir Placidas. Al ver a sir Kay en tierra, los cinco caballeros montaron en cólera, y cada uno escogió a un caballero francés y derribó a su adversario.

Entonces el rey Arturo y sus aliados, Ban y Bors, advirtieron que el furor de la batalla cundía en ambos bandos y comprendieron que el torneo cesaría de ser una justa deportiva para transformarse en guerra mortal. Los tres saltaron del estrado, montaron en sus pequeños rocines y entraron al campo para apaciguar a los hombres exaltados. Les ordenaron que dejaran de luchar, se retiraran del campo y fueran a sus cuarteles. Al rato, el furor de los hombres se aplacó y todos obedecieron a sus reyes. Volvieron a sus casas y se quitaron las armaduras; se consagraron a sus oraciones y, ya sosegados, cenaron.

Después de la cena, los tres reyes fueron a un jardín y allí entregaron los galardones del torneo a sir Kay, sir Lucas el Mayordomo y al joven Gryfflet. Y después de todo eso celebraron un consejo y convocaron a sir Ulfius, sir Brastias y Merlín. Comentaron la guerra inminente y discutieron sobre los varios modos de conducirla, pero estaban fatigados y se retiraron a dormir. Por la mañana, después de la misa, reiniciaron el consejo y hubo opiniones diversas en cuanto a lo que más convenía hacer, pero al fin concretaron un acuerdo. Merlín, sir Grastian y sir Placidas debían regresar a Francia, los dos caballeros para custodiar, proteger y gobernar ambos reinos y Merlín para reclutar un ejército y hacerle cruzar el canal. Los caballeros recibieron los anillos reales de Ban y Bors como signos de autoridad.

Los tres viajaron a Francia y llegaron a Benwick, donde el pueblo aceptó la autoridad conferida por los anillos, y, tras solicitar nuevas sobre la salud y buenas de sus soberanos acogió con satisfacción las buenas noticias.

Luego Merlín, en representación del rey, congregó a todos los hombres aptos para la lucha, encomendándoles que trajeran armas, armaduras y provisiones para el viaje. Quince mil hombres de armas respondieron al llamado, tanto jinetes como peones. Se reunieron en la costa, con su equipo y sus vituallas. Merlín escogió entre ellos diez mil jinetes y el resto los envió con Grastian y Placidas, para que los ayudaran a defender el país contra su enemigo el rey Claudas.

Luego Merlín consiguió naves y embarcó a los caballos y a los guerreros, y la flota cruzó el canal a salvo y echó anclas en Dover. Merlín condujo su ejército hacia el norte, por senderos secretos, al amparo de los bosques y a través de valles ocultos, y los hizo acampar en Betgrayne, en un valle oculto y circundado por una floresta. Les ordenó mantenerse a resguardo y cabalgó adonde Arturo y los dos reyes anunciándoles que había regresado y que diez mil jinetes armados y bien dispuestos, acampaban secretamente en el bosque de Betgrayne. Los reyes se asombraron de que Merlín hubiese hecho tanto en tan poco tiempo, pues les parecía un milagro y lo era.

Entonces el rey Arturo puso en marcha su ejército de veinte mil hombres y, para impedir que los espías se enterasen de sus movimientos despachó guardias de avanzada para desafiar y capturar a todo el que no ostentara el sello y la marca del rey. El ejército avanzó día y noche sin descanso hasta que llegó al bosque de Betgrayne, donde los reyes descendieron al valle oculto y encontraron un ejército escondido y bien pertrechado. Y quedaron muy satisfechos y ordenaron que a todo el mundo se le sumistrase los alimentos y el equipo necesarios.

Entretanto, los señores del norte, indignados por su derrota en Caerleon, habían estado preparando su venganza. Los seis jefes rebeldes originales habían sumado otros cinco a su coalición, y todos ellos se dispusieron para la guerra y juraron no descansar hasta haber destruido al rey Arturo.


Continúa...
John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

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