sábado, 28 de febrero de 2009

Los crímenes de la rue Morgue (XIII)



Sentí un escalofrío cuando Dupin me hizo la pregunta.

-Un loco -dije- es quien lo ha hecho... un maníaco furioso escapado de alguna maison de Santé vecina.

-En algunos aspectos -respondió-, su idea no es desacertada. Pero las voces de los locos incluso en sus más salvajes paroxismo nunca han encajado con esa voz peculiar oída arriba en las escaleras. Los hombres son de alguna nación, y su idioma, aunque incoherente en sus palabras, tiene siempre la coherencia de las sílabas que lo componen. Además, el pelo de un loco no es como el que ahora tengo en mi mano. Desenmarañé este pequeño mechón de los dedos rígidamente cerrados de madame L'Espanaye. Dígame que opina de él.

-¡Dupin! -exclamé, completamente desconcertado-. Ese pelo es de lo más inusual..., no es pelo humano.

-No he dicho que lo fuera -respondió-. Pero antes de que decidamos este punto, quiero que eche una mirada al pequeño esbozo que he trazado sobre este papel. Es un fac-símile dibujado a partir de lo que se ha descrito en una parte de las declaraciones como "contusiones oscuras y profundas marcas de uñas" sobre la garganta de mademoiselle L'Espanaye, y en otra (la de los monsieurs Dumas y Ètienne) como "una serie de puntos lívidos que, evidentemente, eran la impresión de unos dedos".

Observará -prosiguió mi amigo, extendiendo el papel encima de la mesa delante de nosotros- que este dibujo da la idea de una presa firme y enérgica. No hay deslizamiento aparente. Cada dedo ha retenido posiblemente hasta la muerte de la víctima, la terrible presa que ejerció desde un principio. Ahora intente situar todos sus dedos al mismo tiempo, en las respectivas impresiones tal como usted las ve aquí.

Hice el intento en vano.

-Posiblemente no estamos efectuando esta prueba de una manera justa -dijo-. El papel está extendido sobre una superficie plana; pero la garganta humana es cilíndrica. Aquí tenemos un tronco de madera cuya circunferencia es aproximadamente la de una garganta. Rodeémoslo con el papel y probemos de nuevo el experimento.

Así lo hice; pero la dificultad era aún más evidente que antes.

-Esto -dije- no es la marca de una mano humana.

-Ahora -respondió Dupin-, lea este párrafo de Cuvier.

Era un relato anatómico y minuciosamente descriptivo del gran orangután leonado de las islas de las Indias Orientales. Su gigantesca estatura, su prodigiosa fuerza y actividad, su salvaje ferocidad y las facultades imitativas de estos mamíferos son bien conocidas por todos. Comprendí de inmediato todo el horror de los crímenes.

-La descripción de los dedos -dije mientras terminaba de leer- encaja exactamente con este dibujo. Veo que ningún animal, excepto un orangután de la especie aquí mencionada, podría haber dejado estas marcas tal como las ha trazado usted. Este mechón de pelo leonado también es de carácter idéntico al del animal de Cuvier. Pero no puedo comprender los detalles de este terrible misterio. Además, se oyeron dos voces disctutiendo y una de ellas incuestionablemente la de un francés.

-Cierto; y recordará una expresión atribuida casi unánimente por las declaraciones a esta voz, la expresión "mon Dieu". Esta expresión, bajo las circunstancias, fue definida exactamente por uno de los testigos (Montani, el pastelero) como una expresión de protesta o censura. En consecuencia, sobre estas dos palabras he edificado mis esperanzas de una completa solución del misterio. Un francés conocía al asesino. Es posible, de hecho es mucho más que probable, que fuera inocente de toda participación en los sangrientos sucesos que tuvieron lugar. Puede que el orangután se le escapara. Puede que lo hubiera seguido hasta la habitación; pero, bajo las agitadas circunstancias que siguieron puede que nunca consiguiera volver a capturarlo. Todavía está libre. No seguiré esas suposiciones, ya que no tengo derecho a llamarlas de otro modo puesto que los atisbos de reflexión en los que se basan apenas tienen la suficiente profundidad como para ser apreciados por mi propio intelecto, y puesto que no puedo pretender hacerlas inteligibles a la comprensión de otros; en consecuencia, las llamaremos solo suposiciones, y hablaremos de ellas como tales. Si el francés en cuestión es, de hecho, como supongo, inocente de esa atrocidad, este anuncio, que deposité ayer por la noche a nuestro regreso a casa en las oficinas de Le Mondé (un periódico dedicado a los intereses marítimos y muy buscado por los marineros), lo conducirá hasta nuestra residencia.

Me tendió un papel, y leí:

"CAPTURADO. -En el Bois de Boulogne, a primera hora de la mañana del día... de este mes (la mañana del asesinato), se ha hallado un orangután leonado muy grande de la especie de Borneo. Su propietario (que se sabe que es un marinero perteneciente a un barco maltés) puede recuperar el animal tras identificarlo satisfactoriamente y pagar los pequeños gastos producidos por su captura y mantenimiento. Llamar al número... de la calle... del fauborg Saint-Germaine, tercer piso"

-¿Cómo es posible -pregunté- que sepa usted que el hombre es un marinero y pertenece a un barco maltés?

-No lo sé -dijo Dupin-. No estoy seguro de ello. De todos modos, aquí hay un pequeño trozo de cinta que, por su forma y aspecto grasiento, ha sido usado, evidentemente, para atar el pelo de una de esas largas queues a las que tan aficionados son los marineros. Además, este nudo es uno que poca gente, aparte de los marineros, sabe hacer, y es peculiar de los habitantes de Malta. Recogí la cinta a los pies del cable del pararrayos. No podía pertenecer a ninguna de las fallecidas. De todos modos, aunque esté equivocado en mi suposición acerca de esta cinta, y de que el francés es un marinero perteneciente a un barco maltés, no hago ningún daño diciendo lo que he dicho en el anuncio. Si estoy en un error, él simplemente supondrá que me he confundido por alguna circunstancia por la cual no se tomará la molestia de preocuparse. Pero si tengo razón, ganaré un gran punto. Conocedor, aunque inocente, del asesinato, el francés dudará acerca de si responder o no al anuncio... de si acudir en busca del orangután. Razonará así: "Soy inocente y pobre, mi orangután es de gran valor, para alguien en mis circunstancias una auténtica fortuna..., ¿por qué debería perderlo a causa de confusas aprensiones de peligro? Está ahí, a mi alcance. Fue hallado en Bois de Boulogne, a una enorme distancia de la escena de esa carnicería. ¿Cómo puede llegar a sospecharse de que un bruto animal haya hecho eso? La policía está en blanco..., no ha conseguido hallar ni el menor indicio. Si alguna vez siguen el rastro del animal será imposible demostrar mi relación con el asesinato o implicarme como culpable a causa de esa relación. Por encima de todo, soy conocido. El anunciante me señala como el poseedor del animal. No estoy seguro de hasta qué límite puede extenderse ese conocimiento. Si no reclamo una propiedad de gran valor, que se sabe que poseo, haré que al menos el animal resulte sospechoso. No es mi política atraer la atención ni hacia mí ni hacia él. Responderé al anuncio, me llevaré al orangután, y lo mantendré bien encerrado hasta que se haya olvidado el asunto".

En aquel momento oímos unos pasos en las escaleras.

-Esté preparado -dijo Dupin- con sus pistolas pero no las use ni las muestre hasta que yo le haga una señal.

Continúa...

Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias

No hay comentarios: