viernes, 13 de febrero de 2009

Los crímenes de la rue Morgue (XII)


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-Observará -dijo- que he variado la pregunta del modo de salir al modo de entrar. Mi deseo era transmitirle la idea de que ambas cosas se efectuaron de la misma manera, por el mismo punto. Pasemos al interior de la habitación. Estudiemos todos los aspectos allí. Los cajones de la cómoda, se ha dicho, habían sido saqueados, aunque muchos objetos permanecían todavía en su interior. La conclusión aquí es absurda. Es una mera suposición, muy estúpida y nada más. ¿Cómo podemos saber que los objetos hallados en los cajones eran todos los que contenían originalmente? Madame Le Espanaye y su hija vivían una vida completamente retirada: no recibían a nadie, raras veces salían, para ellas tenía poca utilidad cambiarse con frecuencia de vestido. Los hallados eran al menos de buena calidad, en consonancia que debían poseer aquellas damas. Si un ladrón se hubiera llevado alguno, ¿por qué no se habría llevado los mejores, por qué no se los habría llevado todos? En una palabra, ¿por qué abandonó cuatro mil francos en oro para cargar con un fajo de ropa? El oro fue abandonado. Casi la totalidad de la suma mencionada por monsieur Mignaud, el banquero, fue descubierta en dos pequeñas bolsas en el suelo. En consecuencia, me gustaría que descartara de sus pensamientos la desatinada idea de un motivo, engendrada en los cerebros de la policía por esta parte de la evidencia que habla de dinero entregado a la puerta de la casa. Coincidencias diez veces tan notables como esta (la entrega del dinero, y el asesinato cometido a los tres días después de recibido) se presentan cada hora en nuestras vidas, sin atraer siquiera la menor atención. En general, las coincidencias son grandes piedras puestas en el camino para que tropiecen con ellas esa clase de pensadores que han sido educados para no saber nada de la teoría de las dos probabilidades, esa teoría a la cual las más gloriosas conquistas de la investigación humana están en deuda. En el presente caso si el oro hubiera desaparecido el hecho de su entrega tres días antes hubiera significado algo más que una coincidencia. Hubiera sido una corroboración de esta idea del motivo. Pero, bajo las auténticas circunstancias del caso, si debemos suponer que el oro fue el motivo de este ultraje, debemos imaginar también que el perpetrador era un idiota tan vacilante que abandonó por completo su oro..., y su motivo.

"Teniendo ahora en mente los puntos hacia los cuales fue atraída su atención, esa voz peculiar, esa agilidad inusual, y esa sorprendente ausencia de motivo en un asesinato tan singularmente atroz como éste, echemos una mirada a la carnicería en sí. Tenemos a una mujer estrangulada hasta morir mediante la fuerza manual, y metida en una chimenea cabeza abajo. Los asesinos ordinarios no suelen emplear este tipo de asesinato. Y mucho menos se desembarazan así del cadáver. En la forma de encajar el cadáver en la chimenea admitirá usted que hay algo excesivamente extravagante, algo totalmente irreconciliable con nuestras ideas habituales de las acciones humanas, incluso cuando se supone que sus actores son las más depravados de los hombres. Piense también en lo grande que tuvo que ser la fuerza para encajar el cuerpo hacia arriba por esa abertura, ¡hasta el punto que fue necesario el vigor conjunto de varias personas para bajarlo de allí!

"Fíjese ahora en las indicaciones del empleo de un vigor casi maravilloso. En el hogar había abundantes mechones, muy abundantes mechones de pelo humano canoso. Había sido arrancado de raíz. ¿Es consciente usted de la gran fuerza necesaria para arrancar de una cabeza aunque solo sea veinte o treinta cabellos de una vez? Usted vio los mechones en cuestión tan bien como yo. Sus raíces (¡un espectáculo horrible!) estaban unidas a fragmentos de cuero cabelludo, seguramente arrancado por la prodigiosa fuerza ejercida para desarraigar de una sola vez quizá medio millón de cabellos. La garganta de la vieja dama no estaba solo cortada, sino que la cabeza fue absolutamente separada del cuerpo: el instrumento fue una simple navaja. Me gustaría que se fijara también en la brutal ferocidad de sus acciones. De las contusiones en el cuerpo de Madame L'Espanaye no hablaré. monsieur Dumas y su valioso ayudante, monsieur Etienne, han pronunciado que fueron infligidas por algún instrumento obtuso; y hasta el momento esos caballeros tienen mucha razón. El instrumento obtuso fue, evidentemente, el pavimento de piedra del patio, al cual cayó la víctima desde la ventana de encima de la cama. Esta idea, por simple que pueda parecer ahora escapó a la policía por la misma razón que se les escapó la anchura de los postigos y, con el asunto de los clavos, se cerraron herméticamente a la posibilidad de que las ventanas hubieran podido abrirse.

"Si ahora, además de todas estas cosas, ha reflexionado usted adecuadamente acerca del extraño desorden de la habitación, hemos ido tan lejos como a combinar las ideas de una sorprendente agilidad, una fuerza sobrehumana, una brutal ferocidad, una carnicería sin motivo, una grotesquerie de horror absolutamente ajena a cualquier humanidad, y una voz de tono extraño a los oídos de hombres de muchas naciones y desprovista de todo silabeo claro e inteligible. ¿Cuál es entonces el resultado? ¿Qué impresión ha producido todo esto en su imaginación?


Continúa...
Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias

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