martes, 24 de febrero de 2009

Mi testamento filosófico (III)

De cómo Blaise Pascal vino a mi cabecera a interrogarme sobre mis razones para creer en Dios (I)


Entonces entró un hombre, calladamente, en puntas de pie, vestido como un burgués de la época de Luis XIII, sosteniendo en la mano un pequeño sombrero emplumado.

-¡Vaya -me dije-. ¡Ha vuelto! Pero no. Hay alguien pero no es él. ¿Quién es usted? -pregunté al desconocido.

¡No me reconoce! -se asombró-. Usted hizo mi retrato. Lo conservó veinte años expuesto en su escritorio.

-¿Quién? ¡Acérquese! Más cerca; distingo mal sus facciones. ¡Cielos! ¡Blaise Pascal! Estoy soñando. Tengo alucinaciones. Es el fin.

-No, no sueña. En efecto, soy yo.

-¡Pero no lo esperaba!

-Soy el inesperado. Dicho de otro modo, vengo de Dios.

-¡Si usted supiera, Pascal, cuánto me alimenté de sus ideas durante mi vida!

-He venido a estimular su última reflexión.

-Soy indigno de tal honor.

-Felicitaciones, Guitton. Usted acaba de desconcertar a nuestro querido enemigo.

-Sin embargo, no he querido apenarlo.

-En todo caso, no debe de haberle causado placer. Se siente olor a azufre hasta Sévres-Babylone. Irrespirable. Un agente de policía dirigía el tránsito en la rue de Rennes. Le hizo mal. Hubo que hospitalizarlo.

-Todo el mundo dice que estoy in articulo mortis, pero el hecho es que cada vez me siento mejor. ¡Marzena! ¡Marzena!

Entró Marzena. Se había recuperado. Pascal estaba en un rincón oscuro; no lo vio.

-Marzena, ayúdeme a incorporarme, por favor.

-Maestro, no debe hacerlo.

-Le digo que me siento mejor. Marzena, no me haga enojar. Va a hacerme morir.

Entonces me ayudó a sentarme en la cama y me puso unas almohadas suplementarias detrás de la cabeza y las orejas. Pero no se aplicaba. No se aplica nunca y además dice que jamás estoy contento. ¡La cantidad de tortícolis que he tenido a causa de su negligencia! Aun cuando no me estoy muriendo, me quedo en la cama las dos terceras partes de la jornada. Es mi higiene de vida. Por eso he llegado a centenario. De allí la importancia de las almohadas.

-¡Pero, no! ¡Vamos! ¡Detrás de la cabeza! No, así no está bien. Tampoco. ¡Qué barbaridad! Así no, no estoy cómodo.

-Ya está, maestro.

-No. No está bien. ´

Ella eleva los ojos al cielo. No puedo ver su rostro pero sé muy bien que eleva sus ojos al cielo.

-¿Así, maestro?

-No. Pero en fin, no es nada. Déjenos.

-¿Cómo "nos"? se sobresalta-. ¿Él ha regresado?

Mira, asustada, alrededor. Percibe a Pascal, se estremece y lanza un pequeño grito.

-¡Y bien! ¡Es Pascal! ¿Acaso nunca lo ha visto? Hace veinte años que está en mi escritorio. ¡Alcáncele una silla!

Ella alcanza una silla, mecánicamente, y sale sin decir una palabra, petrificada. Una vez que hubo salido, Pascal arrojó su sombrero sobre un sillón, acercó la silla a mi cama y se sentó.

Y después de un instante:

-Me siento verdaderamente mejor -dije. Me pregunto si no les voy a hacer una vez más el cuento testamentario.

-¿Qué cuento es ese?

-A partir del momento en que cumplí ochenta años me sentí siempre como un pájaro en la rama. Entonces, toda vez que yo escribía un libro, hacía una suerte de prólogo, en el cual explicaba que ese libro era el último, mi último mensaje, mi testamento. Así hice como una docena. Al final, eso provocaba la risa de todo el mundo. Creían que estaba chocheando. Pero yo, cada vez, me sentía agotado por el esfuerzo y creía que iba a morir.

-Guitton, ha tenido suerte de vivir cien años. Ha tenido tiempo de terminar su obra.

-Usted tuvo más suerte que yo, Pascal. Solo tuvo tiempo de esbozarla. Los esbozos son siempre más bellos. Pero dígame, más bien, por qué ha venido a verme.

-Quería interrogarlo.

-¿Cómo? Soy yo quien tendría que interrogarlo.

-La que me ha enviado, prefiere, por el contrario, que sea usted quien responda.

-¿La que lo ha enviado? ¿Qué quiere decir?

-No puedo decir más.

-Entonces, lo escucho.

-Esta es mi primera pregunta. Guitton, ¿cómo explica usted la indiferencia religiosa?

-Hace ochenta años que me planteo esa pregunta.

-Entonces, ¿cuál es la respuesta?

-No me gusta dar respuestas, Pascal. Y voy a decirle por qué. Hoy, cuando se da respuestas a la gente ellos tienen la impresión de que se los toma por imbéciles y de que se invade su libertad.

-Guitton, mañana estará muerto. Entonces, no se ocupe de la gente y respóndame. Está hablando para sí mismo. Yo solo estoy aquí para devolverle la pelota.

-Usted ha olvidado cómo es el mundo. Créame, Pascal, siempre habrá alguien para contar nuestras conversaciones a los diarios. Debo lograr salir bien. Si me pongo edificante dirán que morí chocheando.

-Esas mentalidades cambiarán. Ya están cambiando. Hábleme de su salvación. Escriba para la eternidad, así se mantendrá actual. Entonces, ¿cómo explica la indiferencia religiosa?

-El hombre es al mismo tiempo un animal religioso y un animal materialista. Es naturalmente religioso y naturalmente materialista. Por eso tiene tendencia a fabricar materialismos religiosos y religiones materialistas.

-Entonces, ¿ese animal religioso se inclinaría a materializar su religión?

-Exactamente. Y a sacralizar sus materialismos. Curación de una enfermedad, éxito de una empresa, buen resultado en los exámenes, etcétera. Solo pide a Dios y espera de Él beneficios materiales.

-Sí, suele ser así.

-Diga más bien Pascal, que es a menudo, y hasta muy a menudo, así. Poco a poco, el hombre limita su religión a esa práctica materialista e interesada. En tiempos de guerra se ven las iglesias colmadas de fieles, que olvidan su camino en cuanto vuelve la paz.

-Hay algo de verdad, Guitton, en lo que dice. ¿Pero no cree que habría que matizar un poco?

-A los cien años, Pascal, ya no estoy en edad de matizar. Hay que aceptarme con mis exageraciones y equilibrarlas las unas con las otras.

-Antaño yo recé por la curación de mi hermana. Era algo más que una necesidad médica o sicológica. Dios es un Padre y le complace dar. ¿Por qué quiere impedirnos pedirle cosas?

-Yo no impido nada. No es la práctica lo que critico sino el abuso.

-Aun para los abusos lo encuentro severo. Aunque material en su contenido e interesada en sus motivos, la oración de pedido puede tener también algo más espiritual de lo que usted parece suponer. Y luego, Guitton, la caridad lo excusa todo.

-¡La caridad! En la actualidad, para la gente, quiere decir la limosna.

-Para mí, siempre quiere decir el amor divino.

-Las palabras se desvalorizan aún más rápido que la moneda. A fuerza de desear ser caritativos, perdemos el sentido crítico.

-Es menos grave que perder la caridad.



Continúa...
Jean Guitton, Mi testamento filosófico

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