miércoles, 11 de febrero de 2009

Mi testamento filosófico (II)

De cómo un extraño visitante vino a sembrar confusión en mi espíritu (segunda parte)


-¿Cómo puede usted -me preguntó- ser tan inhumanamente cerebral? ¿No tiene carne?

-¿Usted, el puro espíritu, me lo pregunta?

-Nunca influí en usted por ese lado. Sin embargo, lo he intentado a veces. Usted ni se dio cuenta. Un verdadero pulgón de sacristía.

-Quizá yo simulaba no darme cuenta.

-¿Tenía entonces tanta virtud?

-No creo tener virtud, más bien un carácter sobrio y, cuando me hizo falta un auxilio divino.

Él se sobresaltó y continuó: -Guitton, ¿por qué acepta dialogar conmigo? ¿No soy su peor enemigo?

-Mi peor enemigo es mi mejor amigo. Nadie me es más útil que un enemigo.

-Sin embargo, yo me opongo a sus ideas. Quiero hacerlo cambiar de opinión. Quiero desestabilizarlo. Y vengo a hacerlo en el peor momento para usted, cuando necesitaría aferrarse a sus certezas, sostenerse en su fe. Si está convencido de su cristianismo, usted ve en mí a un adversario de su salvación eterna. No puede escucharme sin odiarme.

-Perdóneme, pero yo no veo las cosas así. No logro enojarme con usted. Para mí, un enemigo es siempre un aliado. No sé si puede comprenderme. Está al alcance de cualquiera. Pero tener ideas verdaderas, absolutamente verdaderas, eso es lo difícil y lo hermoso.

-¡Qué orgullo! -exclamó.

-Llámelo como quiera. Su juicio no me preocupa. Mañana estaré muerto. Pero hace un siglo que pienso en este momento. Desde hace noventa años me digo: Guitton, necesitas saber con certeza, antes de morir, qué hay después de la muerte. Entonces, he buscado la verdad acerca de este tema. He buscado toda mi vida.

-¿Y así encontró algo?

-No creo haber encontrado, salvo si continúo buscando, y ésa es la única razón por la que no lo hice echar.

-Si continúa buscando es porque no ha encontrado nada todavía.

-Cuando no se busca más se pierde lo que se había encontrado. Por el contrario, cuando más se encuentra, más se busca.

-No comprendo.

-Es tal vez porque usted no buscó ni encontró.

-Un punto para usted -dijo riendo-. Pero muchas personas no buscan -continuó mirándome con el rabillo del ojo-. Usted es un caso serio.

-¿Qué sabe usted? Hágales la pregunta.

-Admitamos que usted busca. ¿Cómo diablos quiere encontrar?

-¡Diablos! Si no busco, ¿cómo quiere que encuentre?

-En fin. ¿Ha encontrado, sí o no?

-Así me parece, pero me lo pregunto todavía. Sigo teniendo miedo. ¿Sabe? De haber sido demasiado poco exigente, demasiado parcial, demasiado apegado, y es por eso que me gusta tener un enemigo. "¡Refútame Calicles!", decía Sócrates.

-En suma, usted querría que yo le impidiera morir idiota.

-Es más fuerte que yo -le dije-. Necesito pruebas. Para demostrar una idea se necesitan pruebas. La prueba es más concluyente si es impuesta por un adversario.

-Yo soy su adversario -dijo, mirándome directamente a los ojos-. Vayamos a lo esencial. Hablemos de buena fe. Cuando usted comenzó a buscar la verdad sobre el cristianismo ya era cristiano. Estaba sujeto al cristianismo por su educación, su tradición, sus costumbres. Quería que fuese verdad. ¿Cómo puede pretender haber sido objetivo? Buscó solamente las razones que le permitían creer e intentó las que lo que autorizaban a dudar. Procedió a la racionalización de una decisión tomada a priori y sin razón.

-Yo soy insensible a ese argumento -le respondí con tranquilidad-, pero le concierne a usted tanto como a mí. Si usted desea que el cristianismo sea falso, buscará las razones para no creer en él.

-Eso significa, Guitton-, que ni usted ni yo podremos llegar nunca a la certeza en estos temas. Eso es exactamente lo que digo.

-Va demasiado rápido. Nuestros objetivos de estudio se relacionan a menudo con nuestros intereses. Es una dificultad para la investigación pero también un estímulo. ¿Cómo quiere buscar lo que no le interesa? Temo que usted confunda objetividad con indiferencia. En la base de la investigación no hay indiferencia, hay interés, hay amor a la verdad...

-Pero usted no busca la verdad -me cortó con una voz sibilante-. Usted quiere probarme que su cristianismo sería la verdad.

-Se equivoca. Mi primera intención no es probarle nada. Trato en mí mismo y para mí mismo, de saber lo que hay en el fondo. El único escéptico a quien intento convencer es a mí. Usted me interesa, querido enemigo, y disculpe mi egoísmo, porque me es útil en mi búsqueda personal de la verdad. Y lo es al permitirme ser más objetivo, materializar la resistencia del escéptico que siento en mí. Pero la única manera de vencer a ese escéptico interior es convencerlo.

Sonrió y dijo con voz dulce:

-Querrá decir persuadirlo.

-Persuadir verdaderamente es decir sin manipulación, es convencer al corazón de que ha encontrado el verdadero bien.

-¡El verdadero bien! ¡Otra cosa más! ¿Qué quiere decir eso?

-Es lo que he tratado de saber toda mi vida.

-¿Y qué es ese verdadero bien?

-Eso no le interesa. Déjeme morir.

-Todavía no se ha muerto. Dígamelo en dos palabras.

-Amor universal.

-¡Puff!

-Sublime verdad.

-¡La verdad! Mi pobre Guitton, ¿qué es la verdad?

-Hubo un tiempo en que esa palabra tampoco significaba nada para mí. Sabía, sin embargo, que debía significar algo. Cuando pienso en esa época de mi vida me parece haber vivido en una especie de bruma. Pero el cielo la levantó.

Él se puso a caminar de un lado al otro a los pies de mi cama. Estaba furioso.

-Usted habla siempre de verdad. Pero es un impostor. La única mentira es esa verdad con que se llena la boca... Me hace perder la cabeza. Ya no sé dónde estoy... ¡Ah, sí! Guitton, usted eludió el debate. El fondo de la cuestión es que usted no duda. ¿Cómo quiere ser honesto si no duda?

-Pero usted, que pretende dudar, ¿cómo puede ser honesto si no duda de su duda?

-Porque dudar forma parte del método racional para ir a la verdad. La duda hace tabla rasa. Así nace la libertad de espíritu. Y esa libertad, Guitton, excluye su fe.

-Hay que dudar, pero dudar bien. ¿Está seguro de dudar bien? Usted cree dudar de todo, pero no duda precisamente de esa duda. La duda verdaderamente universal incluiría una duda hasta sobre la duda. El espíritu verdaderamente crítico incluiría una crítica de la crítica. De esa manera, querido amigo-enemigo, yo soy crítico o trato de hacerlo. Me parece racionalmente superior. Y esa duda no hace tabla rasa. Lleva a una libertad más sustancial, que hace buenas amigas con la fe.

-Usted renuncia a la razón.

-No más de lo que se renuncia a la república cuando se guarda la guillotina.

-Usted tiene respuesta para todo.

-Lamentablemente, no. Pero soy feliz de buscar la verdad con una razón verdaderamente crítica. Si nunca perdí la fe es porque me pareció que traicionaría a la razón crítica abandonando la fe. En suma, por espíritu crítico conservé la fe. Como si fuese un creyente racionalista y librepensador. ¿Me comprende mejor ahora?

-Guitton, usted es diabólico.

-Usted es un ángel, Lucifer.

Y el visitante desapareció.


Continúa...
Jean Guitton, Mi testamento filosófico

No hay comentarios: