domingo, 1 de febrero de 2009

Los crímenes de la rue Morgue (XI)

"Entonces volví a colocar el clavo y lo observé con atención. Una persona que hubiera salido por aquella ventana podía haberla cerrado de nuevo, y el resorte la hubiera encajado..., pero no hubiera podido volver a colocar el clavo. La conclusión era sencilla, y de nuevo estrechó el campo de mis investigaciones. Los asesinos tenían que haber escapado por la otra ventana. Suponiendo, pues, que los resortes de cada bastidor fueran idénticos, como era probable, debía de haber una diferencia entre los dos clavos o al menos entre la forma de encajarlos. Me subí sobre las tiras de cuero del armazón de la cama y examiné minuciosamente la segunda ventana por encima de la cabecera. Pasando la mano por detrás de la cabecera, no tardé en descubrir el resorte que era, como había supuesto, idéntico a su vecino. Entonces examiné el clavo. Era tan recio como el otro y aparentemente metido del mismo modo, casi hasta la cabeza.

"Dirá usted que me quedé desconcertado; pero, si piensa así, debe de haber malinterpretado la naturaleza de mis deducciones. Usando una frase típica de la caza, "nunca a he perdido el rastro". El olor nunca se me ha escapado. No había ningún fallo en los eslabones de la cadena. Había rastreado el secreto hasta su último resultado..., y ese resultado era el clavo. Como he dicho, tenía en todos sus aspectos la apariencia de su compañero de la otra ventana pero este hecho era una absoluta nulidad (por concluyente que pueda parecer). Cuando se lo compara con la consideración de que allí, en aquel punto, terminaba mi pista. "Tiene que haber algo equivocado acerca del clavo", me dije. Lo coloqué; y la cabeza con aproximadamente medio centímetro largo de su vástado se quedó entre mis dedos. El resto del vástago estaba en el agujero de barrema donde se había roto. La fractura era vieja (porque sus bordes estaban incrustados con óxido) y al parecer se había producido a causa de un martillazo que había hundido parcialmente, en la parte superior del bastidor del fondo, la parte de la cabeza del clavo. Volví a colocar cuidadosamente esta parte en la hendidura de donde la había tomado, y el parecido a un clavo perfecto fue completa... La fisura era invisible. Hice presión sobre el muelle y alcé con suavidad el bastidor unos pocos centímetros; la cabeza se alzó con él permaneciendo firme en su encaje. Cerré la ventana y el parecido con un clavo entero siguió siendo perfecto.

"El acertijo había sido resuelto. El asesino había escapado por la ventana de encima de la cama. Al bajar por su propia inercia tras su salida (o quizá cerrada a propósito) había quedado sujeta de nuevo por el resorte; y era la retención de ese resorte lo que había confundido a la policía creyendo que era a causa del clavo con lo cual se consideró innecesario seguir investigando.

"La siguiente pregunta era la forma de bajar. Sobre este punto me había sentido satisfecho en mi paseo con usted alrededor del edificio. A algo más de metro y medio de la ventana en cuestión está el cable de bajada de un pararrayos. Desde este cable sería imposible que nadie alcanzara la ventana y no digamos entrara por ella. Observé, sin embargo, que los postigos del cuarto piso eran de ese tipo peculiar que los carpinteros parisino llaman ferrades, un tipo raras veces usado en la actualidad pero visto con frecuencia en las mansiones muy antiguas de Lyon y Burdeos. Tienen la forma de una puerta ordinaria (de una sola hoja, no una puerta plegable), excepto que la mitad inferior está trabajada en celosía o entramado, lo cual permite una excelente sujeción para las manos. En este caso esos batientes tienen su buen metro de ancho. Cuando los vi desde la parte trasera de la casa estaban ambos medio abiertos, es decir, se hallaban formando ángulo recto con la pared. Es probable que la policía, así como yo mismo, examinara la parte trasera de la propiedad, pero, si lo hizo al ver esas ferrades en el sentido de su anchura (como probablemente lo hicieron), no se dieron cuenta de lo anchas que eran realmente o, en todo caso, no lo tomaron en consideración. De hecho, una vez satisfechos de que por aquel lado no podía haberse producido ninguna huída se limitaron a efectuar un examen de rutina. Sin embargo, me resultó claro que el postigo perteneciente a la ventana de la cabecera de la cama podía, si se abría por completo hasta la pared, llegar hasta medio metro de distancia del cable del pararrayos. También resultaba evidente que, ejerciendo un grado muy inusual de actividad y valor, podía haberse entrado por la ventana desde ese cable. Tendiéndose en medio metro de distancia (suponiendo que el postigo estuviera completamente abierto), un ladrón podía haber sujetado con firmeza el entramado de madera. Soltando entonces su presa sobre el cable del pararrayos, apoyando firmemente los pies contra la pared, y saltando osadamente desde allí podría haber empujado el batiente hacia el otro lado y, si imaginamos que la ventana estaba abierta en aquel momento podría haberse deslizado dentro de la habitación.

"Querría que tuviera especialmente en cuenta que estoy hablando de un grado de actividad muy inusual como requisito necesario para el éxito de una hazaña tan arriesgada y difícil. Es mi intención mostrarle, en primer lugar, que este acto podría haberse realizado; pero en segundo lugar, y lo más importante, deseo grabar en su comprensión el carácter muy extraordinario, casi sobrenatural, de la agilidad necesaria para conseguirlo.

"Sin duda dirá usted, usando el lenguaje de la ley, que para "defender mi caso" debería más bien subvalorar antes que insistir en la plena estimación de la actividad requerida en este asunto. Puede que esta sea la práctica legal, pero no es el uso de la razón. Mi objetivo final es solo la verdad. Mi propósito inmediato es conducirle a usted a que sitúe juntas esa muy inusual actividad de la que acabo de hablarle, con esa muy peculiar y desigual voz aguda (o áspera), acerca de cuya nacionalidad no se pudo hallar a dos personas que se mostraran de acuerdo, y en la cual no pudo detectarse ningún silabeo.

Ante aquellas palabras, una vaga y semiformada idea de lo que quería decir Dupin aleteó en mi mente. Parecía hallarme al borde de la comprensión sin conseguir, no obstante, comprender, del mismo modo que los hombres, a veces, se descubren al borde de recordar algo, sin ser capaces finalmente de evocarlo.


Continúa...
Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias

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