viernes, 6 de febrero de 2009

Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes (XI)

Dificultades lingüísticas (II)

Podemos hablar de una fijeza inmutable, sobre todo en Oriente, y para la exposición de doctrinas cuya esencia es puramente metafísica, es que en efecto estas doctrinas no "evolucionan" en el sentido occidental de esta palabra, lo que hace perfectamente inaplicable para ellas el empleo de cualquier "método histórico"; por extraño e incomprensible que pueda parecer esto a los occidentales modernos, que quisieran a toda costa creer en el "progreso" en todos los dominios es, sin embargo así, y, si no se reconoce, está uno condenado a no comprender nada del Oriente. Las doctrinas metafísicas no tienen porqué cambiar en su fondo ni porqué perfeccionarse, pueden solo desarrollarse bajo ciertos puntos de vista, recibiendo expresiones que son más particularmente apropiadas a cada uno de estos puntos de vista, pero que se mantienen siempre en un espìritu rigurosamente tradicional. Si acontece por excepción que no sea así y que se produzca una desviación intelectual en un medio más o menos restringido esta desviación sí es verdaderamente grave, no tarda en retener por consecuencia el abandono de la lengua tradicional en el medio en cuestión, donde se la reemplaza por un idioma de origen vulgar pero que adquiere a su vez cierta fijeza relativa, porque la doctrina disidente tiende de manera espontánea a colocarse como tradición independiente, y aunque como es natural desprovista de toda autoridad regular. El oriental aun saliendo de las vías normales de su intelectualidad, no puede vivir sin una tradición o algo que haga veces de ella, y trataremos de hacer comprender en lo que sigue adelante todo lo que es para él la tradición bajo sus distintos aspectos; ahí reside, por lo demás, una de las causas profundas de un menosprecio por el occidental que se presenta muy a menudo ante él como un ser desprovisto de cualquiera atadura tradicional.

Para considerar ahora bajo otro punto de vista, y como en su principio mismo las dificultades que acabamos de señalar especialmente en este capítulo, queremos decir que toda expresión de un pensamiento cualquiera es necesariamente imperfecta en sí misma, porque limita y restringe las concepciones para encerrarlas en una forma definida que nunca puede ser completamente adecuada, ya que la concepción contiene siempre algo más que su expresión, y aun inmensamente más cuando se trata de concepciones metafísicas que deben siempre tener en cuenta lo inexpresable, porque corresponde a su esencia misma abrirse sobre posibilidades ilimitadas. El paso de una lengua a otra por fuerza menos bien adaptada que la primera, no hace en suma más que agravar esta imperfección original e inevitable, pero cuando se ha llegado a asir en cierto modo la concepción misma a través de su expresión primitiva, identificándose tanto como es posible a la mentalidad de aquel o aquellos que la pensaron, es claro que siempre se puede remediar con una amplia medida este inconveniente, dando una interpretación que, para ser inteligible, deberá ser un comentario mucho más que una traducción literal pura y simple. Toda la dificultad real reside pues, en el fondo, en la identificación mental que se quiere para llegar a este resultado; hay algunos, con seguridad, que son completamente incapaces, y se ve cómo esto supera el alcance de los trabajos de simple erudición. Esta es la única manera de estudiar las doctrinas que puede ser realmente provechosa; para comprenderlas, se necesita por decirlo así estudiarlas "desde adentro", mientras que los orientalistas se han dedicado siempre a considerarlas "desde afuera".

El género de trabajo de que se trata aquí es relativamente más fácil para las doctrinas que se han transmitido regularmente hasta nuestra época, y que tienen todavía intérpretes autorizados, que para aquellas cuya expresión escrita o figurada es la única que ha llegado hasta nosotros, sin estar acompañada de la tradición oral extinguida desde hace largo tiempo. Es muy penoso que los orientalistas se hayan obstinado siempre en descuidar, con un prejuicio involuntario tal vez para algunos, pero por lo mismo más invencible, esta ventaja que se le ofrecía a ellos, que se proponen estudiar las civilizaciones que aun subsisten con exclusión de aquellos cuyas investigaciones se ocupan de las civilizaciones desaparecidas. Sin embargo, como ya lo indicamos antes, estos últimos, los egiptólogos y los asiriólogos, por ejemplo, podrían seguramente evitarse muchas equivocaciones si tuvieran un conocimiento más extenso de la mentalidad humana y de las diversas modalidades de que es susceptible; pero tal conocimiento no sería precisamente posible sino por el estudio verdadero de las doctrinas orientales, que prestaría así, al menos indirectamente, inmensos servicios a todas las ramas del estudio de la Antigûedad. Solo que, para este objeto que está lejos de ser el más importante a nuestros ojos, no habría que encerrarse en una erudición que no tiene por sí misma sino un interés muy mediocre, pero que es sin duda el solo dominio en que se puede ejercer sin demasiados inconvenientes, la actividad de los que no quieren o no pueden salir de los estrechos límites de la mentalidad occidental moderna. Esta es, lo repetimos una vez más, la razón esencial que hace los trabajos de los orientalistas en absoluto insuficientes para permitir la comprensión de una idea cualquiera, y al mismo tiempo completamente inútiles, sino es que nocivos en ciertos casos, para un acercamiento intelectual entre el Oriente y el Occidente.



Continúa...
René Guenon, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes

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