miércoles, 28 de enero de 2009

De la magia erótica al amor romántico (II)

¿Quién puso la reina sobre el tablero?

"También el jugador es prisionero, la sentencia es de Omar, de otro tablero, de negras noches y de blancos días... Dios mueve al jugador y éste la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueños y agonías?" Jorge Luis Borges

El juego del ajedrez, al parecer originario de India aunque llegó a Europa con los árabes, incluía cuatro reyes en su versión primitiva. Pero cuando se consolidó en Europa durante la Baja Edad Media, en algún momento alguien introdujo una innovación exitosa que, al cabo de un proceso evolutivo, le otorgó su forma actual. Suprimió dos reyes y en lugar de estos, colocó una pieza fundamental que no existía antes: la Reina. En una primera fase, esta nueva figura tenía movimientos restringidos y débiles como el alfil original, pero no tardaría en trasnformarse en el arma más poderosa del combate ritual que se dirime en el tablero y, desde entonces, representa la mayor potencia por su capacidad para desplazarse en todas las direcciones. Si el tablero es imagen del mundo, con sus escaques blancos y negros simbolizando las noches y los días, esta pieza se erigió en el astro más brillante en el cielo de ese microcosmos lúdico. La casilla que ocupa se transforma en el centro de una irradiación de líneas de fuerza que parten de ella y se extienden sin limitaciones en rectas y diagonales.

No está claro dónde y cuándo se confirió a la Reina o Dama este enorme poder, pero la innovación debió surgir inicialmente durante la Baja Edad Media y coexistir durante mucho tiempo con las normas originarias que sirvieron de Reglamento al juego en Europa, desde que se difundió a partir del siglo IX, cuando fue llevado de España a Occitania e Italia. El hecho de que ya podamos documentar con carácter general la formalización definitiva del poder de la Dama durante el Renacimiento, nos indica que, probablemente, fue promovido en los siglos anteriores.

Aunque el objetivo de la partida es derribar al Rey del rival -y ésta seguía siendo la figura más importante en tanto definía el resultado final-, en algún momento de la Baja Edad Media la Reina se convirtió en la mayor baza tanto por su valor estratégico en el acoso al monarca del contendiente como en la defensa del propio.

Esta innovación produce asombro. No parece coherente que a la figura femenina se le asignara el mayor poder en un juego diseñado a imagen de una contienda bélica y que semejante reforma se haya producido, precisamente, en una sociedad nacida entre torneos y justas, bajo el signo de un poder feudal y guerrero masculino obsesionado con la guerra contra el infiel y la reconquista de Tierra Santa. El campo de batalla no era un lugar demasiado adecuado para las damas, aunque no por casualidad también hubo una cruzada femenina y no faltaron las señoras dispuestas a batirse espada en mano. Pero no eran casos representativos de aquella sociedad. La imagen emblemática de aquellos siglos es la del caballero que mata al dragón para liberar a una bella. En consecuencia, dado que el ajedrez recreaba un combate lúdico, en todo caso podía admitirse que consistiera en la conquista y la defensa de una Reina simbólica y que, en el cumplimiento de dicha misión caballeresca, se concediese al Rey el mayor poder combatiente. Pero sucedió exactamente al revés: el objetivo era apresar o defender al Rey, transformado curiosamente en la figura dotada de menor movimiento y poder después de los peones, y en esta empresa bélica la pieza más temible por su poder avasallador era la Reina. Ciertamente subversivo, ¿verdad?

Posiblemente, la pregunta sobre quién introdujo esta feliz revolución en el ajedrez dándole su forma actual parezca a primera vista una curiosidad trivial. Pero no lo es en absoluto. A medida que avancemos en nuestro viaje de investigación veremos como los mismos árabes que trajeron el ajedrez a Europa también aportaron otras claves de interés central para nuestra pesquisa que, significativamente, se relacionan con la importancia de la persona femenina.

De momento advertimos que este juego -ya de moda en Europa durante la época que visitamos- presenta notables analogías con un fenómeno social que se produce simultáneamente. Lo descubrimos cuando, después de espiar en esa estancia medieval donde los caballeros disputan una partida, nos decidimos a ampliar nuestra exploración abarcando el entorno de dicho castillo, la abadía, la villa cercana y las obras que mantenían ocupados a los canteros, albañiles, peones, carpinteros y herreros, en la construcción de la catedral más próxima. Entonces vemos que esta estaba consagrada a la Virgen, con el nombre de Nuestra Señora asociado al lugar donde se levantaba el templo.

La Dama celestial

Resulta inevitable percibir la coincidencia entre estos dos hechos contemporáneos; del mismo modo que una mano misteriosa introdujo entonces a la Reina o Dama en el centro del tablero de ajedrez, otra puso a la Virgen (Regina Coeli) en el altar de los nuevos santuarios góticos, que se alzaban ingrávidos con sus torres y pináculos, apuntando al cielo azul de los días y las noches que configuraban el gran tablero del mundo. Por tanto, la invención de la Reina del juego y la aparición del culto mariano mantienen una curiosa relación de analogía como si alguien hubiese querido reflejar en el ajedrez un simbolismo esóterico centrado en la imagen del principio femenino en la creación, que también se expresaba en la arquitectura -las catedrales consagradas a Nuestra Señora se erigían en antiguos lugares de poder asociados al culto de la Madre Tierra, orientándose según referencias estelares y telúricas-, en el arte y como veremos enseguida en la nueva poesía en lengua vernácula.

La Dama del tablero y el culto a la Virgen no solo nacieron juntos, sino que también registraron otras correspondencias significativas. Por ejemplo, así como aparecieron en el ajedrez Reinas blancas y negras, en las nuevas catedrales se veneraría a vírgenes blancas y negras; así como en el juego era "la primera figura" -la decisiva para determinar el resultado de la partida- y la Dama la más poderosa, en el culto correspondía a Cristo el protagonismo final como Juez Supremo y a la Virgen la función mediadora entre el hombre y Dios, entre el Cielo y la Tierra. Era ella la "Madre de Dios" quien hacía posible la salvación de los seres humanos como abogada transida de piedad y comprensión de la debilidad de la carne, asumiendo nombres tan elocuentes como el de "María Auxiliadora" o "Nuestra Señora del Perpetuo Socorro". ¿Nos hallamos simplemente ante una coincidencia fortuita? ¿O es posible que la misma voluntad secreta que promovió el culto a la Virgen introdujera los nuevos poderes de la Dama sobre el tablero del ajedrez?

Monjas, iluminadas y beguinas

Para responder a esta pregunta necesitamos tener una perspectiva más amplia. Para ello, decidimos ascender con nuestra nave para abarcar la región entera. A esta escala nos llama la atención, un fenómeno social que gira en torno a las mujeres y que veremos repetirse en muchos otros puntos de Europa.



Continúa...
Luis G. La Cruz, El secreto de los trovadores

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