miércoles, 21 de enero de 2009

Los crímenes de la rue Morgue (X)

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"Ignoro -continuó Dupin- qué impresión puedo haber causado hasta ahora en su comprensión, pero no vacilaré en decir que las deducciones legítimas incluso de esta sola parte del testimonio, la parte relativa a las voces grave y aguda, son en sí mismas suficientes para engendrar una sospecha que debería orientar todos los progresos futuros en la investigación del misterio. Digo "deducciones legítimas"; pero con ello no se explica totalmente lo que quiero decir. Quiero dar a entender que las deducciones son las únicas apropiadas, y que como único resultado surgen inevitablemente las sospechas. Cuáles son esas sospechas, sin embargo, no lo diré todavía. Sólo quiero que tenga en cuenta que, para mí, tienen fuerza suficiente como para dar una forma definida, una cierta tendencia a mis investigaciones en la habitación.

"Transportémonos con la imaginación a aquel dormitorio: ¿Qué es lo primero que debemos buscar allí? El modo de escape utilizado por los asesinos. No es necesario decir que ninguno de los dos creemos en acontecimientos sobrenaturales. Madame y mademoiselle L'Espanaye no fueron destruidas por espíritus. Los asesinos eran materiales y escaparon en forma material. ¿Cómo? Afortunadamente solo hay un modo de razonar sobre este punto, y ese modo debe conducirnos a una decisión concreta. Examinemos pues, punto por punto, cada uno de los posibles medios de huida. Resulta claro que los asesinos estaban en la habitación donde fue hallada mademoiselle L'Espanaye, o al menos en la habitación contigua, mientras el grupo subía por las escaleras. En consecuencia, solo hemos de buscar salidas de estos dos apartamentos. La policía ha puesto al descubierto los suelos, los techos y la mampostería de las paredes en todas direcciones. Ninguna salida secreta hubiera podido escapar a su escrutinio. Pero, no confiando en sus ojos, lo examiné todo con los míos. No había, pues, ninguna salida secreta. Ambas puertas que conducían de la habitación al pasillo estaban cerradas con llave, con las llaves por dentro. Vayamos a las chimeneas. Éstas, aunque de la anchura habitual a lo largo de unos dos y medio a tres metros por encima del hogar, no admitirían, en su parte superior, ni el cuerpo de un gato grande. La imposibilidad de huir por los medios ya indicados es, pues, absoluta, por lo cual nos vemos reducidos a las ventanas. Nadie hubiera podido escapar por las de la habitación de la fachada sin ser observado por la multitud en la calle. Los asesinos tuvieron que pasar, pues, por las de la habitación trasera. Llegados a esta conclusión de una forma tan inequívoca debemos rechazarla, sin embargo, por puro razonamiento ante sus aparentes imposibilidades. En consecuencia, solo nos queda demostrar que esas aparentes "imposibilidades" no lo son en realidad.


"Hay dos ventanas en la habitación. Una de ellas no está obstruida por ningún mueble y es totalmente visible. La parte inferior de la otra queda oculta a la vista por la cabecera del pesado armazón de la cama, que está apoyada contra ella. La primera se halló bien cerrada desde dentro. Resistió todos los esfuerzos de aquellos que intentaron levantarla. Se había practicado en la izquierda de su bastidor un gran agujero con una barrena y en él se había metido hasta casi la cabeza un clavo muy grueso. Tras examinar la otra ventana, se encontró un clavo similar encajado en ella, y todos los vigorosos esfuerzos por levantarla fracasaron también. La policía se sintió entonces completamente persuadida de que la fuga no se había producido en aquella dirección. Y, en consecuencia, se consideró superfluo retirar los clavos y abrir las ventanas.
"Mi examen fue algo más particular, y lo fue por la razón que acabo de dar, porque sabía que era preciso probar que todas aquellas aparentes imposibilidades no lo eran en realidad.

"En consecuencia, procedí a pensar..., a posteriori. Los asesinos escaparon por una de aquellas ventanas. Admitido esto, no podían haber sujetado de nuevo los bastidores con los clavos desde el interior tal como se encontraron, consideración que detuvo, por su obvio carácter, los escrutinios de la policía en este aspecto. Pero los bastidores estaban asegurados por los clavos.

No había forma de escapar a esta conclusión. Fui a la ventana no obstruida, retiré el clavo con cierta dificultad, e intenté alzar el bastidor. Se resistió a todos mis esfuerzos, tal como había anticipado. Entonces comprendí que tenía que existir algún resorte oculto; y esta corroboración de mi idea me convenció de que mis suposiciones al menos eran correctas, por misteriosas que siguieran pareciendo las circunstancias relativas a los clavos. Una búsqueda cuidadosa no tardó en revelarme el oculto resorte. Lo oprimí y, satisfecho con mi descubrimiento, me abstuve de levantar el bastidor.


Continúa...
Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias

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