jueves, 8 de enero de 2009

La taberna de la Historia (IX)

RELATOS DE DIEGO Y DON CRISTÓBAL

Diego Méndez y Cristóbal Colón con su hijo Fernando, son los tres personajes que han dejado lo mejor en el recuerdo del cuarto viaje y el gran naufragio. Al hacer su relato a Francisca Munis, Diego Méndez solo repite lo que dejó escrito el Almirante: “Esto fue a 12 de septiembre. Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, tanto que no vide el sol ni estrellas por mar… Los navíos tenía yo abiertos, las velas rotas, perdidas anclas y jarcia, cables con las barcas y muchos bastimentos. La gente muy enferma. Todos contritos y muchos con promesa de religión y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado a confesarse los unos con los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron harto y hartas veces que teníamos por esforzarlos. Es decir que se le morían en las manos y había que hacerlos para tenerlos en pie…”.

Aquí Diego Méndez tiene que explicar algo a Felipa. Don Cristóbal, viudo y flamante, llega a Córdoba y encuentra en Beatriz Enriquez la segunda mujer en quien apoyarse y la madre de su segundo hijo. Como si Felipa resucitara más joven y bella. Se juntan sin matrimonio y nace Fernando. Todo se lo dice Diego a Felipa, siguiendo la relación del Almirante a los reyes, como la escribió en Jamaica: “El dolor del hijo que yo tenía allí (Fernando, entre los náufragos) me arrancaba el alma, y más por verle de tan nueva edad, de trece años (pienso, Felipa, que eran quince)… Nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él ayudaba a los otros y en las obras hacía como si hubiera navegado ochenta años, y él me consolaba… Otra lástima me arrancaba el corazón por las espaldas y era don Diego mi hijo, que yo dejé en España, huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien que tenía yo por cierto que Vuestras Altezas, como justos y agradecidos príncipes, le restituían con acrecentamiento en todo.”

Había que hacerle sentir en carne viva a los reyes el abandono y el poco agradecimiento con que habían recibido el don más grande que nunca antes conoció Castilla. El Almirante, a un mismo tiempo lloraba y bramaba, se humillaba y se ensoberbecía. Los delegados de los reyes en Santo Domingo, las autoridades, lo ignoraban… y estaban gobernando desde la isla que por las capitulaciones era como suya… y ahora lo decía desde Jamaica, rendido como un náufrago que implora y grita y se resuelve en lágrimas. Oyendo el coloquio de Diego Méndez y Felipa alza la voz Colón y hace el recuerdo: La mar me hizo fuerza y hube de volver hacia atrás sin velas. Surgí a una isla donde de golpe perdí tres anclas, y a la medianoche, que parecía que el mundo se ensolvía, se rompieron las amarras al otro navío y vino sobre mí, que fue maravilla como nos acabamos de hacer rajas; el ancla, de forma que me quedó fue ella, después de Nuestro Señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis días… volví a mi camino. Así, ya perdido del todo de aparejos, y con los navíos horadados de gusanos más que un panal de abejas y la gente tan acobardada y perdida… me tornó a reposar atrás la fortuna. Al cabo de ocho días torné a la vía y llegué a Jamaica en fin de junio, siempre con vientos punteros y los navíos en peor estado. Con tres bombas, tinas y calderas no podían con toda la gente vencer el agua que se entraba en el navío ni para este mal de broma hay otra cura.

Qué lejos estaba el náufrago en Jamaica de aquella dichosa edad en que tuvo fuerzas para nadar un par de leguas y salir de la trampa en que estaban incendiándose las naves… ¡Para llegar al fin a la Lisboa de Felipa Munis y Perestrello! Los pedazos de las naves flotaban en las aguas de Jamaica –leña comida por la broma- y no alcanzaban todos juntos para hacer un botecillo. Pensé entonces que la única manera de salvar a mi amo –yo- Diego Méndez, iba como criado suyo- era en una canoa, ir de Jamaica a La Española a pedir auxilio… Y así lo hice mi querida Felipa Munis.


Continúa…
Germán Arciniegas, La taberna de la Historia

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