sábado, 10 de enero de 2009

Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes (IX)

Cuestiones de cronología (II)

Por lo demás, los arqueólogos y los orientalistas estarían muy desacertados al invocar contra nosotros una enseñanza oral, o aun obras perdidas, puesto que, "el método histórico" que tanto estiman tiene por carácter esencial no tomar en consideración más que los momentos que tienen bajo los ojos y los documentos escritos que tienen entre las manos; y ahí es precisamente donde se manifiesta toda la insuficiencia de este método. En efecto, es una observación que se impone, pero que se pierde muy a menudo de vista la siguiente: si se encuentra, para cierta obra, un manuscrito cuya fecha se puede determinar por un medio cualquiera, esto prueba que la obra de que se trata no es ciertamente posterior a esta fecha, pero es todo, y esto no prueba de ningún modo que no pueda ser muy anterior. Puede muy bien suceder que se descubran después otros manuscritos más antiguos de la misma obra, y por lo demás, si no se descubren, no se tiene el derecho de concluir que no existen, ni con mayor razón que no han existido nunca. Si la obra existe todavía en el caso de una civilización que ha durado hasta nosotros, es por lo menos verosímil que, lo más a menudo, los manuscritos no sean entregados al acaso de un descubrimiento arqueológico como el que se puede hacer cuando se trata de una civilización desaparecida, y no hay, por otra parte, ninguna razón para admitir que los que los conservan se crean obligados un día a otro a deshacerse de ellos en beneficio de los eruditos occidentales, tanto más cuanto que puede darse a su conservación un interés sobre el que no insistiremos, pero acerca del cual la curiosidad, aun decorada del epíteto "científico" es de muy poco valor. Por otra parte, en lo que se refiere a las civilizaciones desaparecidas, estamos obligados a darnos cuenta de que, a pesar de todas las investigaciones y de todos los descubrimientos, hay una multitud de documentos que no encontraremos jamás por la sencilla razón de que fueron destruidos accidentalmente; como los accidentes de este género fueron, en muchos casos, contemporáneos de las mismas civilizaciones de que se trata, y no forzosamente posteriores a su extinción, y como todavía podemos comprobar accidentes parecidos en torno nuestro, es extremadamente probable que la misma cosa debió producirse también, poco más o menos, en las otras civilizaciones que se han prolongado hasta nuestra época; aun hay más probabilidades de que haya sido así, puesto que ha trascurrido, desde el origen de estas civilizaciones, una sucesión más larga de siglos. Pero aún hay algo más: hasta sin accidente, los manuscritos antiguos pueden desaparecer de manera por completo natural, normal en cierto modo, por desgaste puro y simple; en este caso son reemplazados por otros que necesariamente son de fecha más reciente, y que son los únicos cuya existencia se podrá comprobar en lo sucesivo. Podemos formarnos una idea, en particular, por lo que sucede de manera constante en el mundo musulmán: un manuscrito circula y es transportado, según las necesidades, de un centro de enseñanza a otro, y a veces a regiones muy alejadas, hasta que esté gravemente dañado por el uso para quedar casi fuera de servicio; se hace entonces una copia tan exacta como es posible, copia que ocupará desde entonces el lugar del antiguo manuscrito, que se utilizará de la misma manera, y ella misma será reemplazada por otra cuando a su vez se deteriore, y así sucesivamente. Estas sutituciones sucesivas pueden seguramente ser muy embarazosas para las investigaciones especiales de los orientalistas; pero lo que se dedican a ellas no se preocupan de este inconveniente, y, aun si las conocen, no consentirían con seguridad por tan poca cosa en cambiar sus costumbres. Todas estas observaciones son tan evidentes en sí mismas que no valdría la pena de formularlas, si el prejucio que hemos señalado en los orientalistas no los cegara hasta el punto de ocultarles enteramente esta evidencia.

Ahora, hay otro hecho que no pueden tener en cuenta, sin estar en desacuerdo con ellos mismos, los partidarios del "método histórico"; es el de que la enseñanza oral precedió casi por todas partes a la enseñanza escrita, y que fue la única en uso durante períodos que pudieron ser muy largos, aunque su duración exacta sea difícilmente determinable. De manera general, un escrito tradicional no es, en la mayoría de los casos, más que la fijación relativamente diciente de una enseñanza que al principio se transmitió por la vía oral, y al cual es muy raro que se le pueda asignar un autor; así pues, aun seguros de estar en posesión del manuscrito primitivo, de lo cual quizá no hay un solo durado la transmisión oral anterior y ésta es una cuestión que ejemplo, se necesitaría además saber cuánto tiempo había, corre peligro de permanecer a menudo sin respuesta. Esta exclusividad de la enseñanza oral pudo tener razones múltiple, y no supone por fuerza la ausencia de escritura cuyo origen es con seguridad muy lejano, por lo menos bajo la forma ideográfica cuya forma fonética no es más que una degeneración causada por una necesidad de simplificación. Se sabe, por ejemplo, que la enseñanza de los druidas permaneció siempre exclusivamente oral, aun en una época en que los galos conocían con seguridad la escritura, puesto que se servían corrientemente de un alfabeto griego en sus relaciones comerciales; de modo que la enseñanza druídica no dejó ninguna huella auténtica y cuando mucho se pueden reconstruir con más o menos exactitud algunos fragmentos muy limitados. Sería pues un error creer que la transmisión oral alteró a la larga la enseñanza; dado que el interés que presentaba su conservación integral, hay por el contrario razones para pensar que se tomaban las precauciones necesarias para que se mantuviese siempre idéntica, no solo en el fondo, sino hasta en la forma; y se puede comprobar que este mantenimiento es perfectamente realizable, por lo que acontece hoy todavía en los pueblos orientales para los cuales la fijación por medio de la escritura no acarreó nunca la supresión de la tradición oral ni fue considerada como capaz de suplirla enteramente. Hecho curioso, se admite comúnmente que ciertas obras no fueron escritas desde su origen, se admite principalmente para los poemas homéricos en la antigüedad clásica, para las canciones de gesta en la Edad Media; ¿por qué, pues, no quieren admitir la misma cosa cuando se trata de obras que se refieren, no ya al orden simplemente literario, sino al orden de la intelectualidad pura, en las que la transmisión oral tiene razones mucho más profundas. Es verdaderamente inútil insistir más sobre el particular y, en cuanto a estas razones profundas a las cuales acabamos de hacer alusión, no es aquí el lugar de desarrollarlas; tendremos por lo demás la ocasión de decir algunas palabras después.

Queda un último punto que queríamos indicar en este capítulo; el de que si a menudo es difícil situar exactamente en el tiempo cierto período de la existencia de un pueblo antiguo, lo es igualmente, por extraño que esto pueda parecer situarlo en el espacio. Queremos decir con esto que ciertos pueblos pudieron, en diversas épocas, emigrar de una región a otra, y que nada nos prueba que las obras que dejaron los antiguos hindúes o los antiguos persas, por ejemplo, hayan sido todas compuestas en los países en donde viven en la actualidad sus descendientes. Más todavía, nada nos lo prueba aun en el caso en que estas obras contengan la designación de ciertos lugares, los nombres de ríos o de montañas que conocemos todavía, porque estos mismos nombre pudieron ser aplicados sucesivamente en las diversas regiones en que el pueblo considerado se detuvo durante el curso de sus migraciones. Hay aquí algo de muy natural; ¿los actuales europeos no tienen a menudo la costumbre de dar a las ciudades que fundan en sus colonias y a los accidentes geográficos que en ellas se encuentran nombres tomados a su país de origen? Se ha discutido a veces la cuestión de saber si la Hélade de los tiempos homéricos era la Grecia de las épocas más recientes, o si la Palestina bíblica era realmente la región que todavía designamos con este nombre. Las discusiones de este género no son quizás tan vanas como se piensa por lo común, y la cuestión se puede plantear aun cuando en los ejemplos que acabamos de citar es muy probable que deba ser resuelta por la afirmativa. Por el contrario, en lo que concierne a la India védica, hay sobradas razones para responder negativamente a una cuestión de este género; los antepasados de los hindúes debieron, en una época por lo demás indeterminada, habitar una región muy septentrional ya que, según ciertos textos, sucedió que el sol dio la vuelta al horizonte sin ocultarse; ¿pero cuándo dejaron esta morada primitiva, y al cabo de cuantas etapas llegaron de allí a la India actual? Estas son cuestiones interesantes desde cierto punto de vista, pero que nos contentamos con señalar sin pretender examinarlas aquí porque no entran en nuestro asunto. Las consideraciones que hemos tratado hasta aquí no constituyen más que simples preliminares, que nos han parecido necesarios antes de abordar las cuestiones propiamente relativas a la interpretación de las doctrinas orientales; y, para estas últimas cuestiones que son nuestro objeto principal todavía nos falta señalar otro género de dificultades.



Continúa...
René Guenon, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes

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