viernes, 2 de enero de 2009

El rey Arturo y sus caballeros - Merlín (III)

El rey Uther escuchó estas palabras y sus caballeros lo llevaron fuera y lo depositaron sobre una litera entre dos caballos, y en esas condiciones condujo a sus mesnadas contra las del adversario. En St. Albans chocaron con un gran ejército de invasores del norte y presentaron batalla. Y ese día sir Ulfius y sir Brastias realizaron grandes hechos de armas, y los hombres del rey Uther cobraron ánimos y atacaron con reciedumbre y ultimaron a muchos enemigos y obligaron al resto a darse a la fuga. Concluido el combate, el rey regresó a Londres para celebrar su victoria. Pero había perdido las fuerzas y cayó en un sopor profundo, y por tres días y tres noches estuvo paralítico y sin habla. Sus barones, contristados y temerosos, le preguntaron a Merlín qué convenía hacer.

Entonces dijo Merlín:

-Solo Dios posee el remedio. Pero si es vuestra voluntad, venid ante el rey mañana por la mañana, y con la ayuda de Dios intentaré devolverle el habla.

Y por la mañana comparecieron los barones, y Merlín se acercó al lecho donde yacía el rey y dijo en alta voz: -Señor, ¿es tu voluntad que tu hijo Arturo sea rey cuando tú hayas muerto?

Entonces Uther Pendragon se volvió y tras duros esfuerzos dijo al fin, en presencia de todos sus barones:

-Le doy a Arturo la bendición de Dios y la mía, y pido que él ruegue por mi alma. -Luego Uther reunió sus fuerzas para gritar: -Si Arturo no reclama la corona de Inglaterra con justicia y honor, sea indigno de mi bendición. -Y con estas palabras, el rey cayó hacia atrás y no tardó en morir.

El rey Uther fue sepultado con toda la pompa digna de un soberano, y su reina, la bella Igraine, guardó luto por él junto a todos sus barones. La pesadumbre invadió la corte, y durante mucho tiempo el trono de Inglaterra permaneció vacante. Entonces surgieron peligros por todas partes: pueblos enemigos asediaron las fronteras y señores ambiciosos hostigaron el reino. Los barones se rodearon de gentes armadas y muchos ansiaron adueñarse de la corona. En medio de esta anarquía nadie estaba a salvo y las leyes no eran respetadas, de manera que Merlín finalmente se presentó al arzobispo de Canterbury y le aconsejó que convocara a todos los señores y caballeros armados del reino para que se reunieran en Londres en Navidad, amenazando con la excomunión a quien se negara a concurrir. Puesto que Jesús había nacido en Nochebuena, creíase que quizás en esa noche sagrada les ofreciera una señal milagrosa para indicar a quién le correspondía el trono del reino. Cuando el mensaje del arzobispo llegó a oídos de los señores y caballeros, muchos de ellos se sintieron llamados a purificar sus vidas para que sus plegarias resultasen más aceptables a Dios.

En la iglesia más imponente de Londres (probablemente la catedral de san Pablo) los señores y caballeros se reunieron para orar mucho antes del alba. Y cuando concluyeron los maitines y la primera misa, se vio en el patio de la iglesia, en un sitio muy próximo al altar mayor, un gran bloque de mármol, y en el mármol había un yunque de acero atravesado por una espada. Tenía esta inscripción en letras de oro:

QUIENQUIERA EXTRAIGA ESTA ESPADA DE ESTA PIEDRA Y ESTE YUNQUE ES REY DE INGLATERRA POR DERECHO DE NACIMIENTO.

Las gentes se asombraron y llevaron las nuevas del milagro al arzobispo, quien les dijo: -Volved a la iglesia y rezadle a Dios. Y que hombre alguno toque la espada hasta que se cante la Misa Mayor. -Y así lo hicieron, pero en cuanto concluyó el servicio todos los señores fueron a ver la piedra y la espada y algunos trataron de sacar la hoja, pero sus tentativas fueron en vano.

-No está aquí el varón capaz de extraer esa espada- declaró el arzobispo-, pero sin duda Dios nos lo mostrará. Hasta entonces -prosiguió- sugiero que diez caballeros famosos por su virtud sean designados para custodiar esta espada.

Así se ordenó, y más tarde se pregonó que todo hombre que quisiera probar suerte podía tratar de sacar la espada. Para el día de Año Nuevo se anunció un gran torneo, proyectado por el arzobispo a fin de que los señores y caballeros permanecieran juntos, puesto que se calculaba que para ese momento Dios les permitiría conocer al hombre capaz de conquistar la espada.

El día de Año Nuevo, al concluir los oficios sagrados, los caballeros y barones se dirigieron al campo donde habían de librarse las justas, en las cuales dos hombres con armadura se enfrentarían en singular combate intentando derribar a su oponente. Otros se unieron al torneo, deporte militar que solía congregar a grupos selectos de hombres armados y a caballo. Mediante esta práctica los caballeros y barones conservaban su destreza y se entrenaban para la guerra, además de conquistar honra y renombre por su gallardía y pericia con el caballo, el escudo, la lanza y la espada, pues todos los barones y caballeros eran gentes de armas.

Sucedió que sir Ector, quien poseía tierras en las cercanías de Londres, vino a unirse a las justas acompañado de su hijo sir Kay, armado caballero recientemente, el día de Todos los Santos, y también del joven Arturo, quien había sido criado en la casa de sir Ector y era hermano de leche de sir Kay. Cuando cabalgaban rumbo al torneo, sir Kay advirtió que había olvidado la espada en la casa de su padre y solicitó al joven Arturo que volviera en su busca.

-Lo haré con sumo placer- dijo Arturo, y volvió grupas y galopó en busca de la espada de su hermano de leche. Pero cuando llegó a la casa la encontró desierta y cerrada con trancas pues todos se habían marchado para ver las justas.

Entonces Arturo se encolerizó y se dijo a sí mismo: -Muy bien, cabalgaré hasta la iglesia y arrancaré la espada incrustada en la piedra. No quiero que mi hermano sir Kay esté hoy sin espada.

Cuando llegó a la iglesia, Arturo desmontó y sujetó la cabalgadura al portillo. Se dirigió a la tienda y no encontró allí a los caballeros custodios, pues también ellos habían asistido al torneo.

Entonces Arturo aferró la espada por la empuñadura y con ímpetu y facilidad la extrajo del yunque y la piedra, y luego montó a caballo y cabalgó velozmente hasta alcanzar a sir Kay, a quien le dio la espada.

En cuanto sir Kay vio la espada notó que era la que estaba en la piedra y rápidamente fue hasta su padre y se la mostró.

-¡Señor, mira esto! tengo la espada de la piedra y por lo tanto debo ser rey de Inglaterra.

Sir Ector reconoció la espada y llamó a Arturo y a sir Kay, y los tres regresaron rápidamente a la iglesia. Y allí sir Ector hizo declarar a sir Kay, bajo juramento, dónde había conseguido la espada.

-Me la trajo mi hermano Arturo- respondió sir Kay.

Entonces sir Ector se volvió hacia Arturo.

-¿Dónde obtuviste esta espada?

-Cuando regresé en busca de la espada de mi hermano- dijo Arturo-, no encontré a nadie en casa, así que no puede traerla. No quería que mi hermano estuviera sin espada, de modo que vine aquí y tomé la espada que estaba en la piedra para dársela.

-¿No había ningún caballero custodiando la espada? preguntó sir Ector.

-No, señor-dijo Arturo -no había nadie.

Sir Ector guardó silencio un instante y luego dijo:

-Ahora comprendo que tú debes ser rey de estas tierras.

-No entiendo -dijo Arturo-. ¿Por qué razón debo ser rey?

-Mi señor-dijo sir Ector- es la voluntad de Dios que solo el hombre capaz de extraer esta espada de la piedra tenga derecho a la corona del reino. Ahora déjame ver si puedes devolver la espada a su sitio y volver a sacarla.

-No es difícil-dijo Arturo, e introdujo la espada en el yunque. Entonces sir Ector trató de sacarla y no pudo, y le dijo a sir Kay que lo intentase. Sir Kay tiró de la espada con todas sus fuerzas pero no pudo moverla.

-Ahora te toca a ti- le dijo sir Ector a Arturo.

-Muy bien- dijo Arturo. Y extrajo la espada sin dificultad.

Entonces sir Ector y sir Kay se hincaron de rodillas ante él.

-¿Qué es esto? -exclamó Arturo-. Padre y hermanos míos, ¿por qué os arrodilláis ante mí?

-Mi señor Arturo- dijo sir Ector, no soy tu padre ni somos de la misma sangre. Creo que eres de sangre más noble que la mía. -Entonces sir Ector le refirió a Arturo cómo lo había tomado a su cargo por orden de Uther y también le refirió la intervención de Merlín.

Al enterarse de que sir Ector no era su padre, Arturo sintió una tristeza que se agudizó cuando sir Ector le dijo:

-Señor: ¿Contaré con tu bondad y protección cuando seas rey?

-¿Por qué habría de ser de otro modo? -exclamó Arturo. Te debo más que a nadie en el mundo, a ti y a tu esposa, mi madre y señora, quien me amamantó como a un hijo propio. Y si, como dices, es voluntad de Dios que yo sea rey, pídeme lo que quieras que no he de fallarte.

-Mi señor -dijo sir Ector- solo una cosa te pediré, y es que nombres a mi hijo sir Kay, tu hermano de leche, senescal y protector de tus tierras.

-Se hará esto y mucho más. Por mi honra, que nadie sino sir Kay ejercerá esta función mientras yo viva.

Luego los tres fueron ante el arzobispo y le contaron cómo la espada había sido extraída de la piedra, y él dio órdenes de que volvieran a reunirse los barones, quienes nuevamente intentaron sacar la espada. Todos fracasaron excepto Arturo.

Continúa...
John Steinbeck, El rey Arturo y sus caballeros

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